Cruzar el lago Hanabanilla es parte del trabajo cotidiano de la doctora y la enfermera del consultorio del pueblo El Salto, para atender a quienes viven en las zonas montañosas. Autor: Ana María Domínguez Cruz Publicado: 21/09/2017 | 06:50 pm
«¡Sacamos al enfermo en una parihuela, bajo la lluvia, y casi al oscurecer! Es que la ambulancia no llega hasta allá arriba, hasta Kan Kan, y después de atenderlo en el consultorio y lograr que se estabilizara su condición, lo bajamos así hasta la carretera y lo llevamos hasta el hospital...»
El joven médico Rubén Macías Ponce tiene muchas historias que contar. Trabaja en el consultorio 7 La Presa, en la comunidad rural de Jibacoa, perteneciente al municipio villareño de Manicaragua, junto a la enfermera Mercedes Rodríguez.
Antes estuvo también en Kan Kan, un poblado intrincado en las montañas de Guamuhaya, donde al igual que en Pico Blanco, La Herradura, Cordovanal, La Piedra, Los Pretiles, Arroyo Bermejo, Boquerones, Rincón Naranja, Eucalipto, Luis Lara y Manantiales existe un consultorio del médico de la familia para atender a los enfermos y, en caso necesario, se remiten al policlínico Paula María Morales, en Jibacoa, o hasta Manicaragua.
—¿Siempre es tan complejo cuando hay una urgencia?
—No, eso depende. Lo que debemos hacer es atender al paciente en el consultorio con los recursos que tenemos al alcance, y lograr estabilizarlo con nuestros conocimientos, y en muchos casos no es necesario trasladarlo hasta Manicaragua o a Santa Clara. Así pasó el otro día, cuando atendí a una persona con sangramiento digestivo y no fue menester sacarlo del pueblo...
«Si la gravedad persiste, avisamos para que la ambulancia venga, esa del jeep, y si no puede llegar hasta arriba, tenemos que llegar a ella como le expliqué... como sea.
«Recuerdo un paciente con apendicitis, también allá en Kan Kan. Me avisaron y salimos corriendo en un camión a buscarlo, y lo atendimos hasta nuestro alcance y llegó a Santa Clara en buenas condiciones para ser operado. Eso es lo que tenemos que garantizar: compensar al paciente y no enviarlo en estado de gravedad para el hospital o el policlínico, porque en el camino puede fallecer».
Lo que nuestros médicos aprenden en teoría durante sus estudios en la Universidad de Ciencias Médicas deben ponerlo en práctica en el terreno, y si es en comunidades rurales en las montañas, deben crecerse ante la dificultad del difícil acceso y la ausencia de un transporte frecuente. Es la mejor manera de ser consecuentes con el humanismo de su profesión, y de retribuirle al país, entre cuyos derechos está la prestación de un servicio de salud de calidad.
«Por eso debemos estar preparados, estudiar mucho y brindarle a estos pobladores lo que merecen y necesitan, sin dejarnos vencer por los obstáculos», aseguró Rubén.
Con agua por el medio
Doce años atrás, Juan Antonio Piñeiro tuvo que sacar La Perla, su bote, y auxiliar a María. «Ella se puso de parto a la medianoche y su esposo me llamó. Imagínate, vivimos del otro lado del lago y la única manera de llegar hasta acá es por el agua. Cuando llegamos a tierra ya la ambulancia estaba aquí pero María por poco da a luz antes de llegar al hospital».
Imagino cuán nervioso estaría Juan Antonio ese día y también hace poco, cuando su primo se quejó de un dolor en el pecho. «Estaba infartado y a remo limpio tuve que traerlo hasta este lado. Casi se muere, pero por suerte llegó a tiempo al hospital».
Afortunadamente en la actualidad se mantiene un seguimiento estricto con las embarazadas y ninguna se queda en su casa, si es en alguna zona intrincada o apartada, después de las 36 semanas o incluso antes, si tiene algún riesgo asociado.
Así lo explicó la doctora Daily Morado Fernández, quien después de egresar de sus estudios universitarios de Medicina asume la atención médica de 673 personas en el pueblo El Salto del Hanabanilla, de las cuales 63 residen en viviendas ubicadas en las montañas del otro lado del lago.
«Hasta ahora no he tenido ninguna urgencia pero sí visito a mi población como parte del trabajo de rutina, y la única vía de acceso es a través de los botes de los habitantes de esta comunidad, en los cuales hay que trasladar a los pacientes en caso de emergencia hasta el consultorio, hasta que llegue la ambulancia desde el policlínico de La Campana, a 11 kilómetros de aquí».
La enfermera Kelia González Reyes sí tiene más historias «acuáticas». «Muchas veces he cruzado en bote a curar recién operados, o inyectar a algún paciente... Quienes ofrecemos nuestra atención médica a la comunidad tenemos claro que nada puede impedirnos cumplir con nuestro deber. ¡No se nos puede morir nadie!».
Estos profesionales son el sostén del Programa del Médico de la Familia, base del Sistema de Salud Cubano, y su existencia y funcionamiento, incluso en las zonas más intrincadas del país, demuestran no solo la concreción del sueño de un hombre visionario como Fidel, sino también la de un pueblo que sigue sus ideales.
Aunque deba viajar a caballo con frecuencia para visitar a quienes viven en las montañas, el médico Duviel Rosario Cobas disfruta ser el doctor del pueblo. Foto: Ana Maria Dominguez Cruz
Raro enamoramiento
Cuando estas líneas se publiquen, el especialista en Medicina General Integral Duviel Rosario Cobas estará lejos de su esposa, sus hijos, sus padres y de los habitantes de la comunidad de Jíquima, perteneciente al municipio espirituano de Fomento.
Estará en Brasil, en cumplimiento de otra misión internacionalista que, como sucedió durante su estancia en Venezuela, le permitirá poner en práctica gran parte de los conocimientos adquiridos durante su desempeño como médico en las zonas rurales de Jíquima, Sopimpa, Corina, Alfonso, Guanábana, Gavilanes y Sierra Alta.
«En Venezuela me encontré con padecimientos que no había atendido en Cuba y, además, estuve en contacto con una población no acostumbrada a las pesquisas frecuentes, a la medicina preventiva tal y como la concebimos nosotros, y a la que tuve que adaptar. No obstante, todas mis experiencias en las zonas montañosas de Fomento han contribuido a que me sienta mejor preparado para brindar una atención médica como debe ser».
Un día antes de partir para Brasil, Duviel me recibió en el consultorio 24 en el poblado de Jíquima, donde decidió asentarse y crear su familia. «Trabajar en las montañas es difícil, pues aunque los recursos básicos están garantizados, algunas personas viven en zonas intrincadas y hay que visitarlas a pie, a caballo o como sea. Lo que me pasó a mí fue que me enamoré aquí, y ya no regresé a Fomento a vivir con mis padres».
Duviel recordó cuando, siendo estudiante de sexto año, tuvo que transitar diez kilómetros por una zona de difícil acceso hasta llegar a Las Calabazas, y cómo trasladó en un tractor a un hombre que tenía una cardiopatía isquémica.
«Deberías ir hasta Guayabo, un poco cerca de aquí, aunque pertenece a la comunidad de La Hormiga. Así verías por dónde viajé a caballo para atender a un lactante, no porque estuviera enfermo sino para brindarle mi consulta de rutina, según lo establece el Programa Materno Infantil. Es una ruta de mucha manigua, con barrancos y malos trillos...eso es lo difícil de trabajar aquí».
A pesar de ello, Duviel vive a gusto en Jíquima, «porque me agrada la vida en el campo, tengo amigos aquí y me siento bien sirviéndoles». Personas como Vilma y su hija Wilma de la Caridad le hacen sentir orgulloso de su trabajo, pues sus vidas no corrieron peligro gracias a su tino.
«El médico me atendió muy bien siempre, estuvo al tanto de mi embarazo que con mis 38 años era arriesgado. Tuve hipertensión, varicela y me detectaron además fibromas, pero él me remitió a tiempo», cuenta Vilma.
Vivir para hacer el cuento
Y si el hijo de Miguelito Suárez hubiera aparecido por esos contornos mientras yo hablaba con el médico, tal vez me hubiera contado sobre aquel día en el que pensó que no podría hacer el cuento. «Imagínate, andábamos recogiendo ganado y un toro lo embistió. Tuvo una luxación en el brazo y tuve que actuar rápido. A veces pasa así, aprendes sobre la marcha», comenta Duviel.
El joven doctor compartió otras de sus anécdotas, como aquella del niño que tuvo que atender en medio de una convulsión febril, y pienso que lo angustiante debe ser la espera de la ambulancia, la cual debe desplazarse desde Fomento por poco más de 15 kilómetros hasta llegar hasta esta comunidad, y llevar al paciente de vuelta al policlínico municipal.
«Son cuatro las ambulancias en el municipio, pero solo una está destinada al servicio en los consultorios del Plan Turquino y de la zona rural. En caso de que ese carro esté socorriendo a otra persona en otra comunidad, se activa el servicio de cualquiera de las otras».
Aunque la tranquilidad reine en Jíquima, y no sean muchas las urgencias médicas que surjan allí, no debe ser fácil para una mujer atender a su población de 631 habitantes, muchos de los cuales son adultos mayores y viven en zonas intrincadas. Bien lo sabe la doctora Erismey Calderón Cañizares, quien ya cumplió sus dos años de servicio social en el consultorio 24 y regresaba al poblado para ocupar la plaza de Duviel.