Cinco Palmas constituye un símbolo de unidad y confianza en la victoria. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:45 pm
CINCO PALMAS, Media Luna, Granma.— Ahora hay un silencio profundo. Siempre ha sido así, pero es la primera vez desde 1956 que llega el 18 de diciembre sin Fidel físicamente.
Ese silencio se traduce en reverencia al hombre que en sus 90 años y tres meses de existencia vivió aquí una de sus mayores emociones; al guerrillero que en este apartado rincón de Cuba, a unos 28 kilómetros de la actual cabecera municipal de Media Luna, se atrevió a pronosticar la victoria sobre un ejército enorme, cuando apenas se juntaron ocho hombres y siete fusiles.
Mientras se avanza hacia el pequeño cañaveral, testigo de aquella increíble profecía, la quietud parece traer detalles admirables de la historia: la finca donde se concretó el rencuentro de ocho de los expedicionarios del yate Granma, tenía un nombre hermoso: El Salvador. Además, allí, entre las cañas, crecieron agrupadas, acaso semejando una mano, cinco palmas.
Si no bastasen esas alegorías, sumemos que el abrazo entre Fidel y Raúl, acontecido 13 días después de la debacle de Alegría de Pío, tuvo lugar al amparo de las estrellas y de una Luna que parecía sonreír.
«Por fin, a la luz de la Luna, aparecieron algunos campesinos y como a las 9 PM enfilamos, precedidos por ellos cuatro. No caminamos mucho cuando se detuvo la vanguardia y emitió unos silbidos que contestaron a varios metros. Llegamos, y a la orilla de un cañaveral nos esperaban tres compañeros: Alex (Fidel), Fausto (Faustino) y Universo. Abrazos, interrogaciones y todas las cosas características de casos como estos. A Alex le alegró mucho que tuviéramos las armas», escribió Raúl en su Diario para reflejar el suceso que cambiaría el rumbo de la nación.
Seis tremendas amenazas
Sería conveniente que en las lecciones escolares no solo se hablara del rencuentro entre dos hermanos de sangre e ideas y del significado histórico de la fecha.
Deberíamos hablar, por ejemplo, de los inmensos peligros que sortearon los dos grupos para llegar a Cinco Palmas después del tortuoso desembarco por Los Cayuelos (2 de diciembre de 1956); o explicar la distancia que caminaron aquellos hombres acosados por tropas ansiosas de sangre.
Nunca hemos de olvidar que tras el revés de Alegría de Pío, los 82 expedicionarios se fragmentaron en 28 grupos, en terreno desconocido para ellos. Algunos vagaron solos, como el segundo al mando del Granma, Juan Manuel Márquez, quien fue brutalmente asesinado el 15 de diciembre. Otros jóvenes valerosos corrieron igual suerte.
Resultaron tan graves los riesgos que el mismo Fidel llegó a confesarle a Ignacio Ramonet, en célebre entrevista, que la jornada del 6 de diciembre, en la que se cobijó bajo la paja de caña mientras los aviones disparaban, llegó a ser la más dramática de su vida. Vencido por el cansancio, no pudo aguantar el sueño y, aun perseguido por la metralla, se quedó dormido. Claro, había recostado la barbilla en su fusil para no ser capturado vivo.
«Aquello fue tremendo. Después del ametrallamiento, al mediodía (...) me volví a dormir. (...) Estábamos debajo de la paja, y la avioneta arriba... Como no podía moverme me dormí completamente. Dormí como tres horas, parece que era tal el agotamiento...», le dijo al destacado intelectual.
Si bien no existen mediciones exactas, se calcula que el líder de la Revolución y sus dos acompañantes caminaron unos cien kilómetros entre montes, cañaverales y accidentes geográficos desde el punto del desembarco hasta Cinco Palmas, donde llegaron el 16 de diciembre.
Incluso, en 11 horas, desde las ocho de la noche del 15 hasta las siete de la mañana del 16, vencieron cerca de 40 kilómetros. «En mi vida había caminado tanto de madrugada cuando todavía no estábamos fuertecitos, porque el hambre nos había acompañado durante algunas semanas y llegamos precisamente allí a Cinco Palmas», expresó Fidel en 1986, durante una visita a la provincia de Granma.
Por su parte, el grupo de Raúl, integrado por él, Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras y Armando Rodríguez, caminó, sin saberlo, casi de manera paralela al de Fidel. Y estuvo al filo de la muerte varias veces, como cuando bajó el farallón de Blanquizal; no lejos del lugar los acechaba una de las numerosas emboscadas tendidas por el Ejército, en las que, por fortuna, no cayeron.
«Creo que esta noche tendremos que alejarnos de aquí de todas formas, ya que tenemos cuatro amenazas: los aviones, los soldados, el hambre y la sed, sin contar el cansancio y la falta de dormir. Los aviones vuelan hasta el oscurecer», señaló el actual Presidente cubano para describir las tensiones experimentadas antes, el día 6 de diciembre.
La decisión de los cinco de seguir hacia el este, buscando la Sierra Maestra, demuestra una extraordinaria voluntad, pues desconocían si el líder de la Revolución había sobrevivido, y solo ocho días después de la dispersión de Alegría de Pío tuvieron vagas noticias de él.
«Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura, sino desde una punta hasta la otra», nos manifestó Raúl a un grupo de periodistas en 1996.
Contra molinos
Una de las enseñanzas de Cinco Palmas es que solo la fe en la victoria puede abatir los molinos. A eso se refirió el General de Ejército el pasado 3 de diciembre, en Santiago de Cuba, ante las cenizas sagradas de Fidel.
La certeza del Sí se puede fue la que le hizo exclamar al Comandante: «Ahora sí ganamos la guerra» en medio de circunstancias tan adversas. Era lógico que hasta su hermano lo dudara en ese momento.
Raúl nos comentó hace 20 años, justamente en Cinco Palmas, que algunos se admiraron al límite, y llegaron a pensar que el líder «se había vuelto loco» cuando dijo eso. «Entre ellos lo pensé yo, pero como buen Sancho Panza: detrás de mi Quijote, al igual que hoy, hasta la muerte».
El «¡Ahora sí ganamos la guerra!» denotaba, como expuso el Héroe de la Sierra Maestra tres décadas después, la confianza en el pueblo, en los campesinos, en los obreros y en los ideales que defendía aquella valerosa generación.
Por cierto, el campesinado representó un sector esencial para que ocurriera el rencuentro y para que un tercer grupo, en el que estaban Juan Almeida, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Francisco González, Reynaldo Benítez y Rafael Chao, llegara a Cinco Palmas el 21 de diciembre.
Esos humildes hombres de la tierra tejieron una red de muchos nombres, imposibles de enumerar, de los cuales los más conocidos, acaso, son los de Crescencio, Ignacio y Mongo Pérez —dueño de El Salvador—, Guillermo García, Hermes Cardero, Laurel Pérez y Primitivo Pérez. Este último fue el que llevó a Fidel la licencia de conducción mexicana de Raúl, como prueba de supervivencia.
Entre los artífices de ese sistema de apoyo estuvo Celia Sánchez Manduley, quien luego devendría la primera mujer combatiente en la Sierra Maestra.
Un grito eterno
El 18 de diciembre de 1958, justamente dos años después del rencuentro, Fidel y Raúl se volvieron a reunir; pero esta vez fue en La Rinconada, actual territorio del municipio granmense de Jiguaní. No hablaron de iniciar la guerra, sino de las acciones para asegurar el triunfo.
Y en 1986, en Cinco Palmas, estuvieron de nuevo los hermanos. Aquel 18 de diciembre, después de una hermosa gala cultural, Raúl tomó el brazo izquierdo del Comandante y exclamó: ¡Viva Fidel!, un grito que se escucha todavía en las raíces de las guásimas, las palmas y en la brisa misma.