Orelvis es un guajiro optimista, convencido de las complejidades y realizaciones del trabajo en el campo. Autor: Efraín Cedeño Publicado: 21/09/2017 | 06:31 pm
Tienen 29 años y les acompaña una lozanía pujante. Hablan con el acento característico del campo, sin verborrea ni altisonancia. Le ponen a cada expresión un gracejo que denota la espontaneidad singular de quienes descubren los misterios de la vida más allá de la agitación y el asfalto citadino.
Conocen lo que es un escenario apacible, sin mucho ruido ni alboroto, como el campo mismo, aunque son testigos a diario de una prisa por el trabajo, con matices pródigos, que con el esfuerzo de cada uno de ellos va abriendo caminos y forjando resultados.
Alexander Justo Gómez y Orelvis Morales Jiménez, dos guajiros bonachones, con los sudores del trabajo a flor de piel, comparten con JR historias de sus empeños productivos, a propósito de la celebración, el 17 de mayo, del Día del campesino cubano.
Nada sobrenatural
Para un hombre con los pies literalmente plantados sobre la tierra y con un apellido tan equitativo como el de Justo, el asunto del trabajo es sencillo.
«Por eso en cuestiones de labor yo prefiero siempre estar haciendo. Invito a otros jóvenes a que se prueben en la tierra», aseveró Alexander Justo Gómez, luego de responder ampliamente a nuestra única pregunta: ¿Cómo es que has podido, si dicen que hay tantos problemas?
Lo cierto es que este joven usufructuario y asociado a la CCS Juan Moreno, del municipio holguinero de Calixto García, se destaca como el más productivo en la obtención de leche vacuna en uno de los territorios con mayor tradición ganadera de su provincia.
«Apenas terminé el Servicio Militar aproveché la oportunidad de solicitar tierras por el Decreto-Ley 300. Mi familia siempre ha sido campesina. No fue que me la dieran inmediatamente. Hubo que esperar por el proceso, pero tengo casi 12 hectáreas. Arranqué el marabú, cerqué, compré unas vaquitas. El año pasado mi plan fue de 8 500 litros y me preguntaron si podía entregar más. Lo sobrecumplí por encima de los diez mil litros», refiere.
«Me dedico solo a producir carne y leche, con buenos resultados. Tengo un rebaño de 46 reses, de estas 16 vacas, y sigue creciendo. La sequía ha estado durísima, pero todos los días entrego lo pactado. El principio fue lo más difícil.
«Quien tiene vacas tiene que sembrar alimento. Llego este mes a las dos hectáreas con caña, king grass, moringa, morera y tectonia, que son pastos y forrajes muy buenos en proteínas. Jamás he perdido una res. Mi preocupación ahora es con el espacio. Necesito más tierra. Ya hice la solitud.
«¿Cómo es que he podido? No he hecho nada sobrenatural. Cuando era un niño, recuerdo que recibía clases por la mañana y por la tarde me iba a ayudar a mi abuelo. Lo hacía de buenas ganas. La cuestión es que si él podía, con más edad que yo, se tiene que poder. Se trata de escoger entre hacer o no hacer. Y no es que no haya problemas ni estorbos. Lo que intento todos los días es ver cómo los dejo botados y bien lejos por el camino», concluyó este joven.
Sin tiempo, pero satisfecho
Si difícil es llegar hasta su batey, de la Autopista hacia adentro, imagínese localizarlo por teléfono. Varios días estuvimos detrás de Orelvis Morales Jiménez, natural de Las Cajas, poblado del municipio cienfueguero de Aguada de Pasajeros.
Este joven tiene en usufructo 48 hectáreas, ya limpias y destinadas a la producción, desde que se animó a pedirlas por el Decreto-Ley 300, cuando terminó el Servicio Militar Activo (SMA), hace dos años. «Aquí todo era puro marabú, pero sabía que eran buenas tierras para el cultivo de arroz», comenta.
Hijo de padres campesinos, Orelvis solicitó áreas ociosas cercanas a su comunidad y en poco tiempo ya contaba con lo suyo. «Mi papá siempre tuvo sus sembradíos, apenas unos diez cordeles. Sembraba para comer, y ahora yo también lo hago para vivir», dice.
Y esa satisfacción económica brindada por el campo lo convierte en referente de quienes terminan el SMA y se animan a producir alimentos. «No me arrepiento de mi decisión. Estaba tan embullado que unas horas después de dejar la Unidad ya estaba machete y hacha en mano tumbando marabú.
«Estuve casi un año acondicionando las primeras tierras, pero valió la pena. Hoy tengo un rendimiento de cuatro toneladas por hectárea y sobrecumplí mi plan en 2015 con la entrega de 1 500 quintales de arroz por encima».
Aunque todavía lamenta no haber podido producir mucho más por la intensa sequía que azotó al país el año pasado y obligó a los arroceros a disminuir sus siembras, Orelvis tiene optimismo con vistas a esta etapa de primavera.
«Lo que más me golpea es el riego, porque la turbina no funciona, y no tene-
mos motor ni está electrificada. Apenas contamos con un tractor, pero ahí vamos tirando», expresa.
Con la ayuda de su hermano y su papá, este aguadense no solo piensa en el trabajo, si bien lo reconoce como la base de todo.
«También me gusta divertirme y salir cuando es posible con mi esposa y mi niño. Compartimos con la gente del batey en las actividades culturales de la comunidad», acota.
En Las Cajas todo el mundo lo conoce. No solo porque han llegado hasta allí la Televisión y Juventud Rebelde en par de ocasiones, sino además por su preocupación y ocupación como secretario del comité de base.
«Desde que estoy al frente de la UJC aquí se nos han sumado 14 jóvenes, casi todos vinculados al campo como yo. Hablamos de muchos temas, aunque claro, nuestras preocupaciones con la agricultura son siempre el centro de las reuniones».
Entre las tareas del Comité de la Juventud, el campo y la familia, Orelvis tiene sus jornadas bien ocupadas. Pareciera que no le alcanzan las 24 horas ni los siete días de la semana. «Ya tengo casa propia y vivo bien con mi familia. Todo se lo debo al trabajo en la tierra, que es duro, pero satisfactorio», agrega.