Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El altar en la mochila

El Padre Guillermo Sardiñas estuvo 18 meses en la Sierra Maestra como Capellán del Ejército Rebelde, llegó a merecer los grados de Comandante y murió el 21 de diciembre de 1964

Autor:

Luis Hernández Serrano

En su casa de Santiago de Cuba María Antonia Figueroa recibía con frecuencia a compañeros que iban para la Sierra Maestra. Una noche, cerca de las 11:00, sintió un auto detenerse frente a su vivienda. Tocaron a la puerta, y allí estaba ante ella un sacerdote católico con una maleta muy pesada y un libro en la mano.

«¿La doctora Figueroa?»… «Sí, soy yo»… «Doctora, a mí me envía Maga Montané…» fue el primer intercambio de palabras, y luego continuó tras saludarse amistosamente.

Entones María Antonia le dijo: «Ya te puedes quitar el disfraz; estás en puerto seguro»… «¿Qué?», respondió sorprendido el visitante.

A la mañana siguiente, el recién llegado salió de la casa temprano, vestido con un pantalón de dril, una guayabera blanca muy almidonada y un sombrero de yarey, ¡como un guajiro endomingado!

Sin que se conociera su verdadera identidad, y ataviado como un campesino, el cura fue para una casa ubicada en la entrada de Yara, de ahí para el Zarzal, pueblecito cercano al central Estrada Palma (después Bartolomé Masó), y de allí a Providencia, a una bodega propiedad de Rafael Castro.

El experimentado ortopédico Julio Martínez Páez, ya fallecido—quien nos contó hace dos décadas gran parte de esta historia— viajó en su propio auto rumbo a la Sierra Maestra, el 24 de junio de 1957, para unirse a Fidel, enviado por Haydée Santamaría, en respuesta a una carta del líder revolucionario ante la urgente necesidad de un cirujano.

A las pocas horas de arribar a Santiago de Cuba, el 25 a las once de la mañana, vino un «pisicorre» a buscar al distinguido galeno. Después abordó un jeep.

«Al continuar el camino, también iba con nosotros el improvisado campesino de la guayabera y el sombrero de yarey, para mí desconocido entonces», contó Martínez Páez. «Nos saludamos sin mucha efusividad. Era muy parco. Casi no abrió la boca y me decidí a preguntarle: «¿Usted también va con nosotros?»…

Se hizo el desentendido y no contestó. Entonces Julio Pérez, un joven revolucionario que viajaba en el jeep, insistió: «¿Para dónde usted va?»… «Para allá adelante», fue su lacónica respuesta.

«Yo me quedé confundido en ese momento», continuó el relato del médico. «Llegué a pensar que podía ser un campesino a quien estábamos dándole botella. Al rato dejamos el jeep y trajeron dos caballos. Éramos cuatro, y los de mejores condiciones físicas Julio Pérez y yo. Por eso le cedimos las bestias al campesino y al otro compañero. No me pude contener y le pregunté a las claras: «¿Dígame, señor, ¿va para la Sierra Maestra?».

«¿Quién es usted?», respondió a mi pregunta… «Yo soy Julio Martínez Páez, me envió el Movimiento 26 de Julio. Soy ortopédico, y usted, ¿quién es?, ¿cómo se llama?».

«Yo soy un campesino de por aquí», afirmó, pero yo estaba seguro de que al llegar a la montaña sabría quién era en verdad.

«Debíamos pasar por el cuartel para ir al ingenio azucarero Estrada Palma. Al salir del ingenio fuimos por un camino, bordeando el célebre río Yara. Fidel y su tropa nos esperaban allí. Al saludar al enigmático personaje, el Jefe de la Revolución le dijo: «¡Supongo que usted es el Padre Guillermo Isaías Sardiñas Menéndez! ¿No?». El supuesto campesino discreto, respondió afirmativamente. A partir de ese momento, según dijera Fidel, se convirtió en el Capellán del Ejército Rebelde. Y yo pensé: «¡Con el disfraz nadie lo conoció, y sin él todos lo creyeron disfrazado!».

Con sotana verdeolivo

El Padre Sardiñas, como fue simplemente conocido, resultó ser el único sacerdote cubano que vistió una sotana verde olivo, por cierto, diseñada como aprendiz de sastre por el después legendario Camilo Cienfuegos. En las montañas orientales quedó en la casa de un campesino fidelista. En plena montaña y en plena guerra estuvo dedicado a los bautizos, los casamientos y a la enseñanza.

Improvisó la primera escuela de la Sierra Maestra en un lugar conocido por Pueblo Nuevo, cerca de Santo Domingo. Después estuvo en casa del campesino de apellido Benítez y allí solo duró un mes, pues luego la trasladó para la vivienda de la hermana de este, Micaela, en El Naranjo, donde daba clases a niños por la mañana, en la tarde a adolescentes, y durante la noche a los adultos que alfabetizaba.

Él llevaba una mochila de gran tamaño, mucho más voluminosa y pesada que las normales que tenían los demás rebeldes, con ¡un altar portátil! Lo había subido con el ánimo de decir las misas en la abrupta selva, cuando la campaña guerrillera lo hiciera posible.

Venía en un cajón de madera con una argolla empotrada en la parte trasera superior, y por la porción delantera llevaba dos puertecillas que se abrían y enseguida le daban la forma transitoria de una especie de altar pequeño, pero útil para dar sus misas.

«Ya en el primer domingo que pasó en la Sierra —contó el Comandante Julio Martínez Páez— armó su tinglado, con una moral tremenda, como si aquello fuera de verdad el altar de una iglesia improvisada especialmente para la selva».

Martínez Páez explicó que Fidel escuchó el primer sermón del Padre. Lo hizo, pese a que no tenía creencias religiosas, por su alto grado de educación.

En plena montaña y en plena guerra estuvo dedicado a los bautizos, los casamientos y a la enseñanza. Foto: Sagua Viva.

El Padre impartió clases a los niños, realizó bautizos de soldados y campesinos, brindó consuelo religioso a heridos graves y a familias de distintos mártires. En la finca La Rinconada, en Jiguaní; cayó el capitán rebelde Ignacio Pérez, otro hijo de Crescencio que el Padre Sardiñas había bautizado junto al río Magdalena.

Había nacido en Sagua La Grande, Las Villas, el 6 de mayo de 1917. Estudió para sacerdote católico en seminarios de La Habana, Santiago de Cuba y Roma, y se ordenó el 30 de noviembre de 1941. Antes de subir a las montañas como sacerdote, fue cura en Nueva Gerona, Isla de Pinos. Más tarde de Corralillo, Palmira, Vueltas, Sancti Spíritus y Quivicán.

Fe cristiana y amor a la Revolución

Alcanzó los grados de Comandante al triunfo de la Revolución y desempeñó importantes cargos, entre ellos el de miembro del Departamento de Instrucción del Ejército Rebelde.

Fidel dijo de Sardiñas: «Su amor a la Revolución no estuvo nunca reñido con su convicción religiosa», expresión colocada en una placa develada en la mañana del 21 de diciembre de 2004, en ocasión de conmemorarse el aniversario 40 de su muerte, en la escuela primaria Eduardo García Delgado.

El acto se efectuó en el lugar que antes fuera su casa, en Ermita 224, entre San Pedro y Lombillo, en La Habana, convertida hoy en escuela, como reconocimiento a la contribución que hiciera a la libertad de nuestro pueblo. El homenaje concluyó ese día en el Cementerio de Colón.

Consecuente con sus ideas, el comandante-sacerdote fue fundador y activista de primera línea del Comité de Solidaridad con Viet Nam del Sur, y sin abandonar sus deberes religiosos, se distinguió también como defensor de la Revolución Cubana en foros realizados en muchas partes del mundo.

Es interesante conocer también que —según se cuenta— durante la década de 1940, el Padre Sardiñas hacía cosas que los curas de entonces no se atrevían a realizar.

Se le vio bañarse en la playa, departir con todo el mundo, lo mismo en el dominó que organizando fiestas para los jóvenes, hacer cuentos, jugar béisbol con los niños en las plazoletas y con los adultos en la novena del pueblo, ya fuera en Corralillo, Palmira o Quivicán, localidades donde ejerciera como párroco.

La gesta del Moncada lo conmovió profundamente y empleó el púlpito para condenar a la tiranía. Después del triunfo revolucionario se reincorporó al trabajo eclesiástico. Le asignaron la parroquia de Cristo Rey (Ermita y San Pedro, en Plaza de la Revolución). Solía vestir una sotana verdeolivo, con sus grados de Comandante. Murió en La Habana el 21 de diciembre de 1964, a los 48 años.

FUENTE: «El guerrillero de los zapatos blancos», libro inédito del autor de este trabajo. «Un médico en la Sierra», Julio Martínez Páez, Editorial Gente Nueva, 1990.

«Rinden homenaje al Padre Sardiñas», JR, 22 diciembre 2004. «El Comandante Padre Sardiñas», Pedro A. García, Bohemia, 4 diciembre 2009, p.71. «El Comandante-Padre Sardiñas, precursores», Marta Rojas, Granma, 23 diciembre 2009.

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