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El niño Camilo

En los primeros años del Héroe de Yaguajay se fueron cincelando los rasgos y virtudes que lo convirtieron en ese ser legendario cuya desaparición física recuerdan hoy todos los cubanos

Autor:

Luis Hernández Serrano

El niño Camilo fue el tercero de tres hermanos. Humberto nació en 1929; Osmany en 1931 y él en 1932, hijos de José Ramón Cienfuegos y de Emilia Gorriarán Zaballa, él de Oviedo (Asturias) y ella de Castro Urdiales (Santander). No tuvo ascendencia cubana, como tampoco la tuvo José Martí.

Un periodiquillo local, al referirse a la boda Emilia-José Ramón habló de un «acreditado comerciante», cuando en verdad era solo un humilde sastre. Fruto de esa unión nació Camilo el 6 de febrero de 1932 en Pocito No. 61 (hoy 228) en el barrio habanero de Lawton.

En abril de ese mismo año, por no poder pagar el alquiler, la familia se muda a calle O’Reilly No. 509, entre Villegas y Bernaza, en La Habana Vieja. Luego se trasladan a otra casa de la misma calle.

Camilo nace en tiempos de la tiranía de Gerardo Machado. Se acrecienta la lucha revolucionaria. El pequeñito viene al mundo en medio de la gran crisis económica mundial capitalista y en los albores de una revolución (la de 1933) que se frustra al nacer.

Es, como los demás niños, alegre, juguetón y gusta de hacer maldades. Cierta vez una vecina comenta que deben cuidar al muchachito porque hay gitanos que secuestran a los fiñes lindos, mas el niño aludido estaba como perdido, escondido en un lugarcito de su casa.

En septiembre de 1937 se mudan a una casa en mal estado, con un alquiler más bajo, en San Francisco de Paula, y el niño comienza en el kindergarden. Un día su amiguito José Antonio Rabaza (Tato) y él se escapan de la escuela y la familia se asusta mucho.

Según Emilia, su mamá, Camilito estuvo un mes de penitencia «por haber mordido» a un conserje en el kindergarden. El padre investigó, supo que el niño no habló, pues no quiso delatar a un compañerito al que quería mucho —el real ejecutor de la mordida— y ¡le quitó la penitencia!

Su amigo «Tato» Rabaza contaría con el tiempo que el niño Camilo era más travieso que los otros muchachos, más rebelde, el que más se fajaba. También el que más amaba la naturaleza y tenía un huerto en su patio. Y a fines de 1939, una nueva mudada, otra vez para Lawton.

Un caminante

Cuando se construyó la Calzada de Dolores, los Cienfuegos hacían a pie el viaje de Lawton a San Francisco de Paula.

Los tres hermanos estuvieron en la Escuela Pública No. 105 Félix Ernesto Alpízar, en Lawton. El pequeño Camilo entró al centro en septiembre de 1939. Le fascinaba la historia.

Con la familia Rabaza, aún siendo un imberbe, realizó colectas para la España en guerra y las prendas que hacían las enviaban hacia Barcelona.

Ahorraba de su merienda

Sin que nadie se lo pidiera, Camilo guardaba los centavos que le daban para la merienda y se los daba a sus padres para ayudar a compensar un poquito la pobreza y a veces para contribuir a mantener un Hogar de Niños Españoles donde había 75 huérfanos.

Rodolfo Fernández, su maestro, contaría que el alumno un 20 de mayo, entonces fecha patriótica obligatoria, declamó su poema preferido (Mi Bandera, de Bonifacio Byrne). Con el tiempo, en memorable ocasión, recitaría la última estrofa de esos versos para arengar al pueblo cubano en defensa de la Patria amenazada.

El niño hacía las crónicas deportivas de la escuela Lídice, llamada así por la aldea checa arrasada por los nazis. Le gustaba mucho la pelota y al principio no jugaba bien, pero después fue uno de los mejores del equipo al que pertenecía.

Camilo se ganó varias veces el Diploma del Beso de la Patria. Y se fajaba constantemente al ver un abuso, sin importarle que fueran más grandes que él los abusadores. En la Escuela No. 13 Úrsula de Céspedes, dirigida por Fara González, se dijo siempre que era puntual y no faltaba por ser disciplinado, recto y responsable.

Se hacían rifas en busca de fondos para la escuela. El niño ganaba diez pesos, pues era el que más papeletas vendía. Y los donaba a la escuela, pese a la pobreza familiar. También le gustaba nadar y montar bicicleta. Un día, por ejemplo, le dijeron que no se tirara al río hasta que no se le avisara. Mas no esperó, se lanzó al agua en lo hondo, pataleó asustado, pero llegó, temerario, a la orilla. Después a cada rato se bañaba en Cojímar, al este de La Habana, en un lugar que el padre, irónicamente, le llamó Roca Club.

Es memorable el día en que, por cumplir lo que su padre le había dicho: «No corras cuando veas un problema», una pelota de otros niños rompió una vidriera de la florería Tosca. Él no corrió y los demás muchachos sí. Su padre tuvo que pagar la avería.

Este niño que llegó a ser uno de nuestros mayores héroes, dijo a su papá que quería ver un ciclón, y cuando observó el de 1944 y sus estragos a las casas pobres, le dijo a su papá, triste, que nunca más le gustaría ser testigo de tales desgracias.

El niño Camilo cazaba mariposas, y como Martí sugería en sus maravillosos versos, «las cazaba el bribón, les daba un beso y después las soltaba entre las rosas».

Fuente: El joven Kmilo, de William Gálvez, Editorial Gente Nueva, 1998.

Últimas horas del héroe

En la tarde del 27 de octubre de 1959, luego de atender asuntos pendientes y conocer el comportamiento de los detenidos trasladados desde Camagüey hacia la capital, el Comandante Camilo Cienfuegos se dirigió —pasadas las diez de la noche— al restaurante Castillo de Jagua, en 23 y G, en el Vedado. Al timón del auto estaba el capitán Manuel Espinosa Díaz (Cabezas) y el carro de la escolta lo conducía el soldado Juan Salas Caballero, acompañado por el sargento Humberto Espinosa.

Luego de saludar a trabajadores y clientes, se sentaron en la mesa de la sala que da a la avenida 23. Comentó con sus acompañantes que partiría de nuevo hacia aquella ciudad en la mañana del 28 para concluir las actuaciones y depurar responsabilidades. En sus planes estaba regresar en el atardecer del mismo día.

Explicó que como Hubert Matos sentía una feroz envidia por Fidel y una ambición desmedida, llegó a la traición y logró confundir a un grupo de valiosos combatientes del Ejército Rebelde y de la lucha clandestina. Les hizo creer que Raúl y el Che, con otros oficiales de ideas comunistas, estaban llevando a Fidel por ese camino y que los que no aceptaran eso serían separados de las instituciones armadas y civiles. En realidad era una calumnia.

Una vez más Camilo resaltó el valor y la capacidad de Fidel y dijo que el traidor no tenía ningún apoyo del pueblo.

«Debemos estar alertas. Hay un grupúsculo de gente que luchó contra Batista por puestos y prebendas, pero no por hacer una verdadera revolución», sostuvo, y aclaró que las traiciones de Pedro Luis Díaz Lanz (quien había sido jefe de la Fuerza Aérea), Manuel Urrutia (ex presidente provisional de la nación) y el propio Hubert Matos obedecían a un plan aún no concluido.

Fue al hotel Habana Libre y subió a obtener de Fidel las últimas indicaciones sobre su nuevo viaje a Camagüey. Luego acudió al hotel Comodoro, donde permaneció media hora y departió con varios empleados del lugar. Posteriormente se retiró hacia el Hotel Flamingo, donde pasó la noche en la habitación 16. En la 17 lo hizo su escolta. Y en las primeras horas del 28 abordó en el aeropuerto de Ciudad Libertad el Cessna 310 No. 53, de cuatro plazas.

Antes de partir rumbo a Camagüey, el capitán Osmany Cienfuegos, su ayudante ejecutivo, comunicó por radio que el Comandante Félix Torres deseaba hablar con Camilo. Y en efecto, ese compañero se acercó al avión en un auto.

Mientras Camilo hablaba con él, se aproximó otro vehículo con el capitán Senén Casas Regueiro, ayudante del Comandante Raúl Castro, quien le pidió a Camilo, en nombre de Raúl, que lo trasladara hacia Santiago de Cuba.

El jefe de la escolta tuvo que bajarse para de paso hacer un trámite que orientó Camilo, quien le pidió que lo esperara allí mismo, en la pista de Ciudad Libertad, a las siete o siete y media de la noche del 28. Pero el Héroe de Yaguajay, como se sabe, no regresó nunca. En vano se le buscó palmo a palmo por tierra y mar circundante durante 11 días sin interrupción. Y se llegó a la dolorosa certidumbre de una desaparición definitiva.

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