Chavarría confiesa que añora su juventud, en tanto ya no tiene la energía y el irracionalismo heroico de los años verdes, pero como octogenario ha ganado ciertas virtudes y sigue dos máximas que le cambiaron la vida: «Conócete a ti mismo» y «Nada en demasía». Foto: Jorge Garcell Autor: Jorge Garcell Publicado: 21/09/2017 | 05:44 pm
Hace diez años y desde estas mismas páginas, el escritor uruguayo-cubano Daniel Chavarría confesaba que en sus primeras décadas de vida había sido un hombre insatisfecho consigo mismo, por la imposibilidad de concretar sueños y proyectos personales. Sin embargo, todo cambió a los 50, cuando no hacía mucho se había hecho escritor y comenzó para él una vida nueva, un largo aprendizaje. Al mismo tiempo, esa condición de escritor tardío, aseguraba, lo hacía sentirse joven en un oficio en el que todavía le quedaban muchos secretos por descubrir.
—En aquella entrevista por tus 70 años te declaraste un aprendiz de escritor, ¿y ahora?
—Yo creo que desde los 50, en cada nueva década he sido mejor escritor y mejor persona. Si quieres, pruebas: compara el Joy original del 78 y la versión reescrita en el 2012. Y pregunta por ahí a mis amigos, mujer e hijos cómo me porto.
—¿Significa eso que estás satisfecho con tu vida actual?
—En parte no; y en gran parte estoy muy satisfecho. Carezco de ciertas necesidades elementales y vivo lleno de deudas que me acongojan. A diario me despierto pensando en ellas; pero de otra parte, soy un privilegiado por mi condición de escritor. Después del desayuno, me zambullo en las peripecias de mis personajes y a través de ellos vuelvo a vibrar como un joven.
—¿Añoras tu juventud?
—Sí, en tanto ya no tengo la energía ni el irracionalismo heroico de los verdes años; pero como octogenario he ganado ciertas virtudes.
—¿Se puede saber cuáles?
—Mira, cuando escribí El ojo de Cibeles viví cuatro años en la Grecia clásica y terminé por creer en las viejas gnomai —o máximas de la sabiduría tradicional— que el sacerdocio de Apolo en Delfos grababa en unas tablillas y las colgaba en el ádyton del Templo, de modo que todo visitante las viera al entrar. De ellas las más importantes son el Gnóthi seautón y el Mêdén ágan, que significan «Conócete a ti mismo» y «Nada en demasía». Y aunque te suenen a disparate o a elitismo, estas dos simplezas muy pero muy difíciles de cumplir, me han cambiado la vida. Entre otras cosas, la primera máxima me ayudó a no embarcarme en empresas para mí imposibles, como cualquier forma de administración o comercio; y a no tener miedo a escalar las mayores alturas literarias. La segunda, a dejar de beber y de cometer los muchos excesos que lastraron mi salud y equilibrio emocional hasta casi los 60 años.
—Sin ir a buscar sabiduría tan lejos, ¿has aprendido algo en Cuba?
—Es imposible no aprender algo en la patria que forjó Martí. Yo conocía al Apóstol solo como poeta, pero aquí descubrí al visionario político y profeta de la historia. Me gustaría poder colgar a la entrada de mi cuarto, como en Delfos, otra tablilla grabada con una consigna de Martí que lo retrata en su estatura de paradigma moral: «Con los pobres de la Tierra quiero yo mi suerte echar»; pero no me atrevo, porque para proclamarme fiel a ella, debería primero colgarme yo mismo unas hormonas que no tengo de ese tamaño.
—¿Qué piensas de los avances tecnológicos de nuestro tiempo? Por ejemplo, de lo que permite hoy en día Internet; o de lo divulgado por Wikileaks, Snowden y Bradley Manning, quien ahora quiere cambiarse el sexo y llamarse Chelsea.
—Pienso que todos serán recordados como ejemplos de honestidad y valentía, sobre todo Bradley o Chelsea, verdadero héroe gay de grandes hormonas, cualquiera que sea su sexo. Pero en materia tecnológica mi mayor deslumbramiento procede de una certeza originada por la tecnología del ADN, sobre nuestra abuelita mitocondrial, una negra africana de hace 150 000 años, indubitable antepasada de toda la humanidad actual, que pone en ridículo a los supremacistas blancos, los racistas, ladrones y asesinos que hoy gobiernan el mundo.
—Contra esa lacra han luchado muchos héroes como el Tío Ho, Fidel, Mandela y otros, entre ellos Raúl Sendic, tu compatriota fundador de la guerrilla tupamara. Hace poco leí que ya se publicó tu biografía sobre él, y que has introducido innovaciones en el género biográfico. ¿Podrías explicar en qué consisten?
—Bueno, tu pregunta me agrada pero requiere una larga introducción, porque pese a la talla excepcional de «El Bebe» Sendic como analista político, pese a su enciclopédica cultura universal y a sus gigantescos aportes al saneamiento de nuestro país, adoleció de dos rasgos que mucho perjudicaron su liderazgo de masas. El primero fue su horror a equivocarse y cometer injusticias, que lo indujo a una extrema benignidad con algunos militantes, a quienes la alta dirigencia tupamara pedía la cabeza por traidores. El segundo, una visceral compulsión a disfrutar del peligro y del combate personal; siempre quiso estar en primera línea de todas las batallas.
«Esos dos defectos acarrearon funestas consecuencias, que padecieron sus compañeros y su organización. Y ante ambas rémoras, yo no podía elogiarlo en su biografía con toda la veneración que me inspiraba. Eso determinó que mi libro no le cante al excepcional transformador de nuestra sociedad, sino al mayor Quijote que ha dado la historia de los uruguayos.
«Ese tono me permitió exaltarlo con toda la hipérbole que me inspira la hazaña de su vida, porque los errores políticos de este caballero andante se convierten en virtudes humanas. Creo que captada esa colosal dimensión los tupas van a amarlo más, y también toda Nuestra América. Hasta van a respetarlo muchos que fueron sus adversarios, porque si don Quijote de la Mancha fue el más entrañable y admirado paradigma humano que España ha legado al mundo, otro tanto lo será para Uruguay don Sendic de Chamangá y de la Santísima Trinidad de los Porongos.
«Una de las innovaciones del género biográfico consistió en introducir, en cada capítulo, un acápite de pocas líneas (nueve como media para todo el libro) en el español cervantino de los siglos XVI y XVII. Otras son elementos que sirven de gancho para un gran público con la aventura, el suspense y amenidad de una trama policiaca; o el lenguaje crudo de los bajos fondos montevideanos y el uso de un dialecto abrasilerado vigente en nuestra frontera del nordeste.
«Mi objetivo principal ha sido dar a conocer a “El Bebe” Sendic en toda su grandeza; en primer lugar, a la propia juventud uruguaya que no lee libros políticos ni ensayos, y asimismo, a los lectores del Alba y de Nuestra América toda.
«En un extenso proemio me he esforzado por explicar todo esto para que cuando el lector se encuentre de sopetón a “El Bebe” Sendic convertido en un desfacedor de entuertos, en un adalid de arremangado brazo, no me lo achaquen a una gratuidad de intelectual elitista. Mi intención es el homenaje al héroe descomunal; y para resaltar su dimensión quijotesca apelé al tono que le otorga el lenguaje cervantino. Estoy seguro de que el lector, al avanzar en las páginas, va a disfrutar de este recurso con creciente simpatía».
—Ya se nos acaba el espacio. Como hiciéramos en la entrevista por tus 70, ahora los 80, y vamos a hacer por los 90 y los cien, quisiera que me hables un poco de ajedrez.
—Gracias por tu certidumbre sobre mi longevidad, aunque debo echar mano de mis apotegmas délficos para decirte que pienso cumplir los 90, pero pretender los cien sería violar aquello de «Nada en demasía».
«Y gracias por haberme recomendado a Figueroa para maestro de mi hijo Mario. Su mayor acierto fue persuadirlo de que el buen ajedrez no se logra con la vista ni con el cálculo, si ambos no se apoyan en conceptos. Y Mario, amén de que no tiene pretensiones de ganar lauros competitivos, ha extrapolado muchos conceptos del juego de mesa para aplicarlos al gran ajedrez de la vida; y eso me da ya la certidumbre y la tranquilidad de que va a vivir con una buena combinación de sagacidad y mesura.
«En cuanto al juego en sí, me conmueve que este país, con solo 11 millones de habitantes, tenga ya un jugador con un Elo descomunal como Leinier, el que lo ubica rozando la primera decena de las luminarias mundiales. Y que los veintitantos grandes maestros masculinos logrados ya, sean todos cubanos rellollos, y algunos originarios de Remangalatuerca y otros parajes remotos; pero todos formados por la Revolución, sin valerse como el mundo entero de los despojos de la Unión Soviética. Sí, coño, y cuando me hagas la entrevista de los 90, supongo que ya tendremos una treintena larga de Grandes Maestros y Maestras, y seguro que varios Elos más por encima de 2700.
«Esa es la verdadera Cuba profunda... Permíteme cambiar de tema y decirte que a ella pertenecen también Carlos Acosta, Viengsay Valdés, Kcho, los innumerables músicos y plásticos que ganan lauros en el mundo, y los eminentes científicos jóvenes, los deportistas olímpicos y mundiales, sin olvidar a los campeones planetarios de la solidaridad médica, el Yo sí puedo y su interminable secuela multilingüe, el Heber Prot-P y sus símiles de la biotecnología criolla.
«Esa es la Cuba profunda y no las fotos que pretenden revelarla al mostrar niños jugando descalzos entre los charcos de los baches callejeros; o las paredes descascaradas y sin pintura del quicio donde algún viejo desdentado vende cartuchitos de maní o cigarros al por menor. En fin, querido Bayolo, si sigo repicando esta tecla, va a ser para nunca acabar. Guarda mejor las demás preguntas de ajedrez para el 2023».