Ignacio Agramonte a caballo. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:34 pm
CAMAGÜEY.— Por corazón, una estrella; por latidos, machete y flor; y por hombría, vergüenza. Diamante su figura, modestia su presencia, apasionado de su Amalia, osado en la manigua. Así era el Mayor.
Mambí nombró a su caballo, y su caballería, de 35 «desenfrenados»; empuñó acero ardiente en el rescate del brigadier Julio Sanguily. Aquellos hombres pelearon «…como fieras», dijo Ignacio Agramonte tras la embestida.
El respeto a las leyes identificó al abogado, quien a fuerza de arrojo despertó, entre los suyos y también entre los enemigos, admiración por su modestia y por su madurez política y militar.
En el combate en El Salado, el teniente español Luis González cayó herido y prisionero. El oficial, ante el temor a la muerte, recibió a cambio la atención de Ignacio, al ordenar que lo condujeran al campamento enemigo.
Pero la integridad del Bayardo de la Revolución Cubana parecía no tener límites. Cuentan que en medio de la guerra, rayando las hojas de los árboles con su cuchillo, enseñó a leer al mulato Ramón de Agüero.
También el amor hacia su esposa habla de su carácter y corazón: «Ojalá, Amalia, que nunca se encuentren mi deber y tu felicidad…», dijo él. A lo que ella correspondió: «Tu deber antes que mi felicidad, Ignacio».
Artífice de la guerra de guerrillas, estableció el combate en el terreno que mejor convenía, atacaba por un flanco, se retiraba y asomaba por donde menos lo esperaba el enemigo.
Tras cien acciones brillantes de guerra, cayó Ignacio Agramonte el 11 de mayo de 1873 en una escaramuza, con la sien atravesada por una bala española, en el potrero de Jimaguayú, municipio de Vertientes.
Con su obra y actitud, Ignacio fertilizó nuestro presente. El Mayor, o como lo nombrara Martí, Diamante con alma de beso, se dio a su patria.