El heroísmo de los mambises dejó un profundo legado en nuestra historia e identidad. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:16 pm
El 10 de octubre de 1868 ocupa un lugar sagrado en la memoria histórica de nuestra nación. Recordemos que aquellos patriotas que iniciaron la lucha por la independencia proclamaron ante el mundo la firmeza de sus ideales y la determinación de luchar por ellos hasta la muerte.
Una prueba irrefutable de esa determinación fue la decisión de incendiar Bayamo —convertida por casi tres meses en capital insurrecta— antes que entregarla a los opresores colonialistas. Me emociona recordar, en el aniversario 144 del inicio de aquella gesta, a la figura de Carlos Manuel de Céspedes, abogado, hombre culto que amaba la poesía y tuvo el valor y la visión de levantarse en armas, concederles la libertad a sus esclavos e iniciar la guerra contra el colonialismo español y la oprobiosa institución de la esclavitud, por el establecimiento de una república democrática.
Ese hecho, enraizado en lo más profundo de la identidad nacional, me hace reflexionar sobre algunos aspectos esenciales de nuestra historia. Desde los años iniciales del triunfo de la Revolución, hasta hoy —y así será hasta mi último suspiro—, he defendido con pasión la idea de que en la historia de Cuba la mejor política —es decir, la del pueblo trabajador— se ha fundamentado siempre en la tradición educacional y cultural de la nación cubana que lleva implícito, desde luego, lo científico.
Articulación de teoría y práctica política
En el terreno de las ciencias sociales resulta imprescindible relacionar dos líneas fundamentales: la investigación y el análisis académico, de un lado, y la práctica política, del otro. No es indispensable exigir que los políticos posean condiciones de académicos; tampoco es necesario exigirles a los académicos que sientan vocación y se dediquen a hacer política práctica. Sin embargo, los avances en la historia solo se pueden lograr con la articulación de ambos factores y, por consiguiente, con el respeto mutuo de la actividad de uno y de otro. Cuando esto se hace con altísimo nivel, se alcanzan los grandes transformadores de la historia humana.
Los cubanos tenemos dos ejemplos significativos en los que se alcanza a alta escala la sabiduría necesaria y la capacidad de acción para influir en el curso de la historia: José Martí y su más brillante discípulo Fidel Castro. Ambos lograron esa relación equilibrada entre academia, cultura y política, que es consustancial a su accionar político.
El ejercicio de la docencia ha sido siempre en Cuba fuente de ideas y enseñanzas para encontrar caminos, no solo en función de obtener conocimientos sino, también, de ayudar a la formación ética ciudadana y a la más elevada creación intelectual: la práctica revolucionaria.
Esto ocurre desde los tiempos del maestro-diputado-presbítero Félix Varela hasta nuestros días, con el ejemplo magnífico de firmeza y lealtad de los Cinco patriotas cubanos Gerardo, Antonio, Ramón, René y Fernando, quienes resumen en sus alegatos de defensa la cultura jurídica y revolucionaria del pueblo cubano.
Y así será con mayor razón y coherencia en el futuro, porque disponemos de un millón de graduados universitarios formados por la Revolución, que constituyen un escudo fundamental de nuestra identidad. Lo necesita América, la de Bolívar y Martí, a la que debemos servir en los procesos de integración continental. Solamente podremos hacerlo guiados por la noble aspiración del Apóstol de convertir a Cuba en universidad del continente.
La estrecha relación entre política, cultura, educación y práctica revolucionaria se halla en las exigencias ideológicas —en el sentido de producción de ideas— que nos impone el siglo XXI. José Martí, a la vez que organizaba el Partido Revolucionario Cubano y la lucha por la independencia, afirmó que se había hecho maestro, que era hacerse creador; señaló, a su vez, que ser culto es el único modo de ser libre, expresión convertida, en 1959, en el lema del Ministerio de Educación.
El debate más urgente e importante
La trascendencia actual de esta relación es que no hay otra alternativa para que la humanidad pueda sobrevivir y alcanzar un desarrollo estable y sostenido, que la de promover la cultura en toda su extensión y profundidad, y ello solo es posible si se reconoce la ética como el eslabón primario y clave de la historia del hombre, la del pasado y, sobre todo, la del futuro.
Quien no aprecie, en el terreno académico, el arte de hacer política como una de las más nobles actividades a que se puede dedicar un joven, y no nutra su espíritu con la pasión por la justicia, no podrá trabajar a la altura de la pedagogía que fomentaron en nuestro país el mentor del Colegio El Salvador y sus continuadores.
Sintiendo desde siempre estas ideas, como convicción, intuición o como ustedes quieran denominarlas, después del triunfo de la Revolución —cuando con 28 años se me situó en la responsabilidad de dirigir el Ministerio de Educación, tarea que tuve el inmenso privilegio de hacer con el aliento y la dirección de Fidel—, se me confirmaron y enriquecieron luego con la experiencia práctica, política y educativa de la inmensa tarea que nuestro pueblo emprendió desde entonces.
Por eso, a los jóvenes les pido que no aplacen o pospongan lo importante en nombre de lo que se les presenta como urgente e inmediato, porque lo esencial hay que tratarlo todos los días y, por tanto, desde ahora mismo, como nuestra más importante urgencia.
No hay nada más urgente e importante que debatir sobre el tema de la ética; es el gran tema de la política cubana desde Varela, Luz y Martí hasta hoy. Lo fue, en especial, desde los tiempos de «Vergüenza contra dinero». Lo fue a partir del criminal golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, cuya respuesta ética fue el Moncada. Es el gran tema de la Generación del Centenario. Nada es hoy más urgente e importante que el debate moral, desde el fraude en los exámenes hasta la corrupción. Hay que empezar a discutirlo estudiando la ética política de la nación cubana.
Por esto hoy, cuando ha transcurrido poco más de una década del nuevo siglo, cuando debemos asumir lo más valioso de ese pasado, enriquecerlo con la inteligencia acumulada y la imaginación creadora, he venido insistiendo en la necesidad de impulsar un diálogo de generaciones, es decir, entre aquella que emergió a la vida pública a mediados del pasado siglo XX y asumió importantes responsabilidades en la política cubana, y las que están desempeñando ahora un activo e importante papel para llevar adelante la Revolución y vivirán bien entrado el siglo XXI.
La lealtad como tradición y legado
Cuídense los jóvenes de los políticos que no sean fieles, leales a la tradición, a los valores más importantes de la cultura cubana; cuídense de los que ignoran o subestiman lo que ella representa; exalten los más altos exponentes de la tradición política de Martí, que es la que ha colocado a Cuba en el alto sitial que hoy tiene en el plano internacional.
Al otorgárseme el honor de promover las enseñanzas martianas y, por tanto, la de los héroes y pensadores de nuestra América y del mundo presentes en la cultura del Apóstol, he insistido en la idea de que no fue casualidad que resultara ser el más grande político cubano del siglo XIX y el más grande intelectual del país en esa centuria, y en la necesidad de explicar mejor los vínculos entre ética, cultura y política, vivos y activos en la evolución espiritual del país.
La Humanidad está enferma de gravedad, que se expresa en la quiebra de los valores culturales, éticos, jurídicos de la moderna civilización que impropiamente llaman occidental. Los problemas climáticos y las guerras son sus síntomas más evidentes. Cuba, desde luego, continúa amenazada y tenemos el compromiso de ayudar a Cuba, a América y al mundo a defenderse con la cultura frente a estos enemigos. Por eso, hago un llamado a enfrentar entre todos los problemas cruciales del mundo y también, desde luego, los de Cuba.
La intelectualidad de hoy heredó esa inmensa historia cultural, no es igual a la de ayer, pero se nutre con las esencias más puras de la anterior y tiene que ser mejor. Conservarla y desarrollarla, enriquecerla y presentarla como escudo esencial de la patria cubana, latinoamericana y caribeña, recordando a Martí, es el mejor servicio que podemos ofrecer para la continuidad de una Revolución que este 10 de octubre cumple 144 años de iniciada en La Demajagua por el Padre de la Patria, la que continuamos hoy y se proyecta hacia el siglo XXI.