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El corazón está a punto de estallarle como una bomba de tiempo. Le falta el aire al hombre que hizo sonar la trompeta durante 26 años, en la Banda de Música de la Unidad de Ceremonias del MININT. Cuando un amigo se va… surca el aire el solo de un muchacho que ahora está en su lugar, insuflándole tiernas notas a la áspera vida, como él siempre lo hizo.
En su último día de trabajo, Leonel Hernández recibe el tributo musical de sus compañeros. La Banda en la cual afinó y entonó el sentido de su vida, toca para él e interpreta también su canción preferida: A mi manera. Y, a su manera, el hombre llora. Mira a su alrededor y todos lloran. El teniente Leonel, el músico, el hombre y amigo, se jubila y desmoviliza del MININT, para irse a su casa a sonar la trompeta donde le plazca, porque se lo ganó a puro pulmón.
Daniel Rojas, un joven soldado de la Unidad de Ceremonias, no lee comunicados irrecordables ni consignas prefabricadas por alguien, sino sus propias y sentidas palabras: Habla del hábil lector del pentagrama, de la increíble fuerza de esos pulmones a la hora de arrancar melodías y más de un sentimiento. Del músico y teniente disciplinado, sincero, humano. Un músico que nunca llegó tarde a su concierto, a pesar del transporte y la larga distancia. Del hombre que regalaba sonrisas por doquier, cuando otros prodigan muecas y fruncen ceños.
«Te vamos a extrañar», dijo Daniel. Leonel extrajo su carné de miembro del MININT, y antes de entregarlo, lo besó. Intentó hablar y solo emitió unas desordenadas y acuosas palabras, de las que apenas pudo distinguirse: «…estoy orgulloso…».
Ahora Leonel, allá en su casa en Calabazar, acaricia su trompeta y jura que no va a enmudecer.
