El texto, bajo el título Moro, el gran aguafiestas fue escrito por la periodista Paquita Armas Fonseca. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
En los años 90 del siglo XX, todavía muy fresco el fracaso del socialismo en Europa del Este, alguien puso en mis manos de estudiante universitaria un libro singular, sacado a la luz en 1991 por la Editorial Pablo de la Torriente: Moro, el gran aguafiestas, de la colega Paquita Armas Fonseca. Con él descubrí al Marx ser humano que amó a los suyos y se entregó a desentrañar la madeja de las sociedades conocidas.
Por aquellos días en que tuve el texto, el Moro era un personaje que no encajaba en la moda, en la euforia que había invadido al mundo y con la cual los capitalistas pretendían sepultar para siempre todo intento de humanizar un sistema social.
Casi 20 años después (2009), cuando hemos sido testigos de cómo la historia siguió su curso y el ideal socialista cobró fuerzas más pronto de lo que pudo haberse imaginado, la editorial Pueblo y Educación reedita al Moro…, y su autora sigue pensando que los lectores ideales para una obra hecha con tanto cariño son nuestros jóvenes.
Comparto su apreciación, porque cuando se está empezando a vivir uno puede quedar gratamente marcado por declaraciones de amor como esta que Marx dedicara a su Jenny, ya madre de sus primeras hijas, en un momento de distancia: «Así es mi amor. Al punto que nos separa el espacio, me convenzo de que el tiempo le sirve a mi amor tan solo para lo que el sol y la lluvia le sirven a la planta: para que crezca. Mi amor por ti, cuando te encuentras lejos de mí, se presenta tal y como es en realidad: como un gigante; en él se concentran toda mi energía espiritual y todo el vigor de mis sentimientos».
—¿En qué momento de tu vida, y por qué, decides escribir algo reposado sobre Carlos Marx?
—Cometí un error en mi vida: me leí El Capital a la altura de mis 14 años, y no entendí nada. Era niña cuando triunfó la Revolución. Ya temprano en mi adolescencia, por como fueron aquellos años, comencé a leer cuanto manual político me caía en las manos. Leí mucho. Y confieso que Marx, Engels y Lenin me resultaban hombres muy monótonos.
«Pensaba que no era posible ser tan genial y ser tan aburrido. Cuando desde Cuba me adentro en el Marxismo, en los años 70, los estudios filosóficos se centraban mucho en lo que llegaba desde la Unión Soviética y la República Democrática Alemana. Y es cierto que desde el punto de vista de los hechos, ni soviéticos ni alemanes mentían sobre los grandes hombres; pero algo faltaba, sus vidas no me llegaban con claridad, y empecé a buscar, a leer desesperadamente en textos procedentes de España, de Argentina, de México…
«Así comencé a encontrarme con el Marx que me podía convencer: el que hacía poemas, el que lloró por sus hijos muertos, el enamorado de su esposa, el ser humano lleno de contradicciones.
«En 1979, en la Escuela Superior del Partido Ñico López, conté con excelentes profesores. Hubo uno, Luis Armando Salomón, que me ayudó a organizar mi pensamiento marxista. La experiencia resultó muy útil para las lecturas que también hice de Hegel, el otro gran dialéctico de la filosofía. Fui consolidando una manera de ver las cosas. Sabes que soy periodista de formación, y por esos caminos llegué a la redacción de El Caimán Barbudo, lugar que fue y es centro de intensos debates.
«Me molestaba —estamos hablando de los años 80— que muchas teorías fueran adjudicadas como novedosas a filósofos, cuando en realidad ya Marx las había esbozado. No digo que las había desarrollado, pero estaban como conceptos en las bases de su pensamiento. Algunos le achacaban que solo había visto los problemas de las grandes masas, de las grandes sociedades, sin haber reparado en aspectos subjetivos…
«En esos debates hablaba de Marx como lo sentía, es decir, como un hombre que fue un gigante del pensamiento, vivió en una época e hizo aportes aún no superados. Tanto es así, que el marxismo sigue siendo objeto de estudio por parte de los economistas burgueses, porque nadie ha hecho un análisis del capitalismo como Marx.
«Una de mis mayores motivaciones para escribir fue que quería sacudir a Marx de la imagen densa que de él ha dado una buena parte de la literatura. Hice algunos comentarios para la prensa, y después, alentada por un amigo, me propuse algo más largo. Creo que todo lo publicado en español del gran filósofo, para entonces, lo había leído. Hice un repaso, y me enfrasqué en la obra».
—¿Dirías que Marx era un hombre bueno?
—Marx fue de esos hombres que cuando alguien lo conocía quedaba rendido ante su sabiduría. Era un seductor de la palabra. Dicen que recitaba como los dioses. Me imagino en él una voz bronca. Pero él era, como todos los genios, un hombre ensimismado en su obra. Para él su obra era lo más importante, y cuando tú me dices que si Marx era un hombre bueno, yo te diría: el bueno era Engels. Es el hombre que yo veo como noble en esta historia. Él, tan genial como su amigo, y ante el cual Marx se reconoció como alguien que no hacía más que seguir sus pasos.
«El tozudo investigando era Marx. Y no era un hombre malo, pero la nobleza para mí estaba dada en Engels. Es que no puedo, cuando hablo de Marx, dejar de pensar en Engels, y si Marx me representa la constancia, la genialidad, Engels me representa todo eso, pero también lleno de bondad. Yo no conozco en ficción, o en la realidad, a otra persona que se dedicara a trabajar para hacer posible que otro leyera, pensara, creara».
—Gran humildad la de Engels, y noción de hasta dónde iba a trascender la obra de su amigo.
—Fue Engels quien terminó los tomos segundo y tercero de El Capital.
—Su noción del tiempo y de las entregas de los textos —como cuentas en tu libro— era diferente de la de Marx.
—Para Marx todo era pensar y buscar hasta el último dato, de tal modo que en sus escritos no hay imprecisiones. Por eso El Capital ha resistido el paso del tiempo.
—Era un hombre que podía despertar grandes pasiones. En tu libro recoges este testimonio de un contemporáneo y adversario suyo: «… me ha producido la impresión, no solo de una superioridad poco común, sino de una gran personalidad. Si tuviera el corazón tan grande como el odio, sería capaz de echarme al fuego por él…».
—Era apasionado, fuerte, decidido, tozudo. Y era implacable. Era capaz, por ejemplo, de compartir su dinero si lo tenía —él, que casi siempre estaba en quiebra—; pero si esa misma persona beneficiada por un gesto tan solidario se le enfrentaba en el plano intelectual, Marx podía ser implacable, pues era capaz de desbaratar los mejores argumentos, si estos se oponían a un criterio suyo que él tuviera muy bien estructurado.
—¿Cómo asumir a Marx en estos tiempos desde Cuba?
—Conocí a muchos que decían ser marxistas y que cuando salió mi librito del Moro por vez primera me dijeron: ¿Por qué sigues con Marx? Para mí él no había pasado de moda: desde hacía mucho tiempo había asimilado al marxismo como diálogo, como dialéctica. Ahora me place mucho que esa materia de la filosofía se esté reincorporando a los planes de enseñanza en Cuba, y que se imparta más bien como reflexión, como búsqueda de la verdad.
«Marx tiene mucho que darnos todavía, pero viéndolo como lo que fue: una propuesta. No dio recetas para hacer el socialismo o el comunismo, pero al desmontar el capitalismo, dejó muchas señales para el camino.
«Francamente creo que no se puede ser revolucionario sin ser marxista, aunque se sea marxista sin saber que se es. Te lo digo de corazón. La cosmovisión marxista es la más amplia, la más rica que he conocido. Y te digo que si existiera otro cuerpo filosófico que me brindara la posibilidad de mirar hacia el futuro como hago con el marxismo, lo acogería. Soy tan marxista como para eso. Pienso que si Carlos Marx viviera en esta época y le hicieran una propuesta mejor que la de él, la asumiría.
«En mi opinión el gran fracaso del campo socialista estuvo en lo económico, pero también en haber olvidado una de las bases del marxismo: la polémica. Porque el marxismo es el resultado de la polémica, porque Marx no escribió nada que no fuera en respuesta a algo».
—¿Cuáles serán los lectores perfectos de tu libro?
—Quisiera que con la generación que ahora tiene 20, 22 años, sucediera lo mismo que hace 20 años: que encontraran en el Moro… una manera de acercarse a Marx, y que lo vieran como quien realmente fue: un hombre sabio, excepcional.
—¿Con cuáles otras figuras tenemos la deuda que tú sentías tener con Marx antes de hacer el libro?
—Siento que debo escribir el libro de Engels, porque fue un hombre especial. Y como lectora todavía estoy por disfrutar la biografía de Antonio Maceo, donde se hable del hombre que enamoraba a las mujeres bailando, recitando poemas. Cuando hice periodismo en Holguín pude entrevistar a una mujer que entonces había vivido un siglo. Ella me contó que teniendo 14 años, estando en uno de esos bailes del campo, vio llegar a Maceo vestido de blanco. Te juro que todavía recuerdo cómo los ojos de ella brillaban mientras describía cómo Maceo se le acercó y la sacó a bailar. Pasó la noche bailando, me decía, “con aquel mulato tan lindo, tan hombre”. Quiero leer eso sobre Maceo. Y de su amor con María Cabrales.
«Igual quiero leer algo parecido sobre Camilo Cienfuegos. Dicen que era encantador. Creo que escribir sobre historia, y hacerlo para jóvenes, lleva contar sobre las grandes pasiones y también sobre las imperfecciones de los héroes. Eso no los disminuye. Al acercar el héroe al tamaño natural, la gente se siente más cercana a la heroicidad».
—¿De cuál escena de la vida de Marx te hubiera gustado ser testigo?
—Me hubiera encantado verlo jugar con los hijos. Es una escena que traté de imaginar. Y me hubiera gustado disfrutarlo en una discusión. Verlo en todo su esplendor intelectual, con sus ojos centelleantes, sentado como al parecer solía entablar sus polémicas en las que era implacable, pero implacable con sus razones muy bien fundamentadas.