Amalia, a la izquierda de Fidel, durante una de sus visitas a La Habana, el 8 de enero de 1991. Foto: Cortesía de Elena Pérez Narbona Eran los últimos días de 2007, cuando me pusieron al tanto de su próxima visita. Como regalo de año nuevo —al menos para mí—, llegaba a La Habana Doña Amalia Solórzano, quien fuera la compañera del General Lázaro Cárdenas del Río, el hombre que cambió los destinos de México, el que luchó sin desmayo por la integración latinoamericana; el gran amigo de Cuba.
Desafortunadamente, el tiempo y el ajetreo cotidiano conspiraron en mi contra, privándome del ansiado encuentro. Cuando me vine a dar cuenta, hacía dos días que Doña Amalia había regresado a su país. Entonces me juré que no descansaría hasta conseguir acercarme a ella.
Una amiga común, Elena Pérez Narbona, sirvió de enlace y entregó a Coty Solórzano, hermana de Amalia, una carta y algunas preguntas imprescindibles.
A los casi tres meses, al fin, desde la residencia marcada con el número 605 de la calle Andes, en Lomas de Chapultepec —corazón del Distrito Federal—, viajaron las respuestas. La propia Coty se ofreció a traerlas y, de tal suerte, el sobre llegó a mis manos hace solo unos días.
Un mito realAmalia Solórzano Bravo nació en Tacámbaro, Michoacán, hace casi un siglo. Su noviazgo con «el General», como ella siempre llamó a Lázaro Cárdenas, se inició en 1928, apenas lo conoció, en plena campaña para gobernador de ese estado; pero la relación parecía truncada por la persistencia de Don Cándido Solórzano de no aceptar que un militar desposara a la mayor de sus seis hijas.
Sin embargo, la jovencita Amalia se las arregló para verse a escondidas con su enamorado durante cuatro años, y finalmente casarse con él, desafiando la voluntad de su progenitor, quien terminaría venerando al yerno.
Durante el mandato del General Cárdenas (1934-1940) ella se convirtió en entusiasta colaboradora del presidente, empeñado en la transformación socio-económico-política de la nación.
En junio de 1937, como presidenta del Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, ella posibilitó que emigraran a México, huyendo del régimen fascista, cerca de 500 infantes —entre huérfanos e hijos de combatientes—, y les ofreció alojamiento, estudios y otras comodidades para intentar aliviar su infortunio.
Cuando Cárdenas resolvió dar por terminada su vida política, ella lo secundó en otros programas de beneficio social. Sin embargo, la vida de esta mujer, como por obra de la providencia, parece estar signada por esa palabra: política.
Su único hijo, Cuauhtémoc Cárdenas ocupó la jefatura del estado de Michoacán, primero, y luego la del Distrito Federal, y ha sido tres veces candidato a la presidencia de la República. Uno de sus tres nietos, Lázaro Cárdenas Batel, fue también hasta hace poco gobernador de Michoacán.
Pronunciar su nombre en México es algo así como preguntar por una madre de todos. Ella es un mito real, y luego del triunfo de la Revolución ha visitado Cuba en diversas ocasiones, siempre solidaria.
En la carta manuscrita con que acompañó sus contestaciones, lamenta que nuestro diálogo pierda ese tono conversacional con que transcurriría la entrevista, de ahí que le resultara «más difícil así por escrito pues se queda mucho por decir en cada pregunta»; y agrega: «Ojalá cuando yo vaya se pueda hacer un contacto directo (...) así me gustaría...». De cualquier forma, aquí van algunas confesiones como adelanto.
—¿Cuán difícil resultó ser la esposa de una figura pública, de incuestionable arraigo popular como lo fue el General Lázaro Cárdenas?
—El General y yo nos casamos, en ceremonia civil, el 25 de septiembre de 1932, diez días después de que él terminara su período de gobernador en Michoacán, y dos años antes de que lo eligieran presidente de la República.
«A los 15 años no piensas quién es esa persona y qué méritos tiene, lo ves y te gusta, pues apenas empieza a despertar en ti el interés por un muchacho de tu edad. No imaginas que ese personaje se fijó en ti con otro interés. Debo decirte que a los dos días éramos novios».
—En un principio usted rechazó asumir el papel de Primera Dama, e inclusive no asistió a la toma de posesión de su esposo. ¿Qué la llevó a reconsiderar la idea más adelante?
—Cuando nos cambiamos a la casa de Los Pinos (Cárdenas no aceptó vivir en el Castillo de Chapultepec, y resolvió mudarse con los suyos a un lugar más modesto), ahí decidimos que no me llamaran «la Primera Dama»; yo seguiría mi vida ordinaria ya que Cuauhtémoc tenía seis meses de nacido y necesitaba mayores cuidados. No asistí a la toma de posesión porque en realidad pocas de las esposas de los presidentes anteriores habían asistido. Aún ignoro si no era indispensable ese requisito.
—En 1938 usted fue partícipe de la expropiación petrolera. Transcurridos setenta años, ¿qué recuerda de aquel momento crucial?
—Creo que fue un acto para México, en ese momento, ya indispensable. El General había pasado años en la Zona Petrolera, y vivió y conoció muy de cerca lo que se perdía para la nación; encontró el momento preciso y lo llevó a cabo.
«La participación del pueblo fue unánime. Desde luego, unos hay que no se conformaron, pero aquí reinó la inteligencia y la confianza del pueblo para respaldar esa determinación. La mujer en México también participó, explicando en los mercados, en las escuelas, la necesidad de tal acto. Se llevaron a cabo demostraciones de verdadero patriotismo; aún las estamos viviendo...».
—¿Cómo se comportaba el militar sin uniforme, cuando estaba alejado del poder, o sea, en la intimidad?
—Toda la vida lo llamé «el General» ante las personas; pero en familia, con uniforme o traje de civil, fue siempre el mismo: comunicativo, atento, cariñoso..., era una persona sencilla, muy familiar, diría yo.
«En otras actividades era igual; su vida fue de trabajo constante y creo con satisfacción que quienes vivimos junto al General fuimos tan felices como él con nosotros. Habría tanto que decir de su vida...».
—En los Apuntes del General, aparecen reiteradas alusiones a la compañera de la vida como su principal sostén, guía, remanso... ¿Se lo confesó alguna vez?
—En los Apuntes, y también en cartas, efectivamente, aparecen esas referencias a mi persona. Él fue siempre muy amoroso. Me propuse tal vez sin quererlo, seguirlo en todo, y creo no tuvo frustración por mi conducta.
—¿Cómo valora la convivencia en un hogar donde le ha tocado ser primero esposa, y luego madre y abuela de políticos?
—Mi vida dentro del núcleo familiar ha sido esa, siempre atendiendo el papel que me toca ya con gente mayor; respeto ante todo, platicar mucho, recordar continuamente el gran ejemplo que nos dejó, que siempre nos explicaba a todos los por qué en los problemas y las soluciones que a él le parecían prudentes.
«En casa puedes dar opiniones, mas todo el tiempo respetando, pues ya todos son bastante mayores, aunque siempre muy unidos, grandes y pequeños. Me considero más que dichosa, porque jamás esperé tener a los míos tan cerca de mí. Sé que somos una verdadera familia mexicana».
—¿Qué significado tienen para usted estas dos palabras: Fidel y Revolución?
—Desde el inicio de la Revolución Cubana manifestamos nuestra simpatía en diferentes ocasiones, y tuvimos la suerte de participar en algunos eventos. Para mí Fidel es igual a Revolución, y Revolución es igual a Fidel.
—¿Le queda mucho por hacer?
—Los últimos nueve años de su vida, el General los dedicó casi totalmente a la Mixteca (estado de Oaxaca), región muy pobre, incomunicada y llena de problemas. Cuando él faltó, formamos un grupo numeroso con deseos de participar, no solamente con donativos, sino lo más importante, ir personalmente a visitar los poblados, rancherías y comunidades, para informarnos de sus mayores carencias. Ahí comenzó una relación que duró casi 20 años.
«Pienso que aquella gente se quedó esperándonos siempre. Me gustaría regresar a la Zona Mixteca y ordenar mis papeles».
—Doña Amalia, ¿qué le deja a su pueblo?
—Más que dejarle, a mi pueblo le deseo que luche por lo justo.
Hubieran sabido que yo les llevaba el apoyo...
Cuando los futuros expedicionarios del Granma se preparaban en México para la insurrección armada, el General Cárdenas mantuvo contacto con ellos, y llegó incluso a facilitarles sus entrenamientos.
En relación con esta época, de entre el nutrido inventario de anécdotas registradas en Era otra cosa la vida, suerte de memorias, extraigo este testimonio de Doña Amalia:
«Cuando los agarraron, el General fue a ver al presidente Adolfo Ruiz Cortines. Este lo recibió de inmediato y el General le pidió mucho la libertad de los presos: “no tienen delito, están luchando por la libertad de su patria”, le dijo. El presidente por fin accedió, pero agregó: “Es mejor si alguno se queda un poco de tiempo más para que no digan que los soltamos a todos así nomás; que se quede el morenito...”. Entonces el General le contestó: “¿Pero usted lo escogió por morenito? ¿Y usted y yo qué somos?”. Ruiz Cortines se rió y dijo: “Bueno ya, que salgan todos de una vez”. Y los hizo poner en libertad...».
El líder de la Revolución Cubana nunca olvidó ese gesto. El 17 de marzo de 1958, desde la Sierra Maestra, escribió al General Cárdenas: «... Eternamente le agradeceremos la nobilísima atención que nos dispensó cuando fuimos perseguidos en México, gracias a la cual hoy estamos cumpliendo nuestro deber con Cuba. Por eso, entre los pocos hombres en cuyas puertas puede tocar con esperanzas este pueblo que se inmola por su libertad a unas millas de México, está usted...». Doña Amalia conserva con celo esa misiva.
Más tarde, en abril de 1961, cuando se produjo la invasión mercenaria por Playa Girón, Cárdenas se dispuso a viajar a La Habana. El gobierno de México denegó la solicitud de vuelo, y cuando el General llegó al aeropuerto encontró la avioneta amarrada con cadenas.
Entonces convocó a una manifestación en El Zócalo (Plaza de la Constitución), la noche del 18 de abril de 1961, como respaldo a Cuba, en la que tomaron parte miles de estudiantes, maestros, escritores y gente de pueblo.
«Diez días después —relata Doña Amalia— el General fue a ver al presidente Adolfo López Mateos. Cuando salió el tema, este le dijo: “No hubiera usted llegado nunca si salía”. El General le respondió: “De todas maneras, ellos hubieran sabido que yo les llevaba el apoyo”».
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