Tomado de periódico Granma La década de los años noventa quedará en la memoria de nuestro pueblo como un símbolo de resistencia y victoria. La caída del socialismo en la URSS y en los países de la Europa del Este fortaleció en el gobierno de los EE.UU. la convicción de que la ofensiva estratégica que habían desarrollado en los años ochenta para subvertir la estabilidad política y económica de aquellas naciones y acelerar su desplome, tendría resultados favorables en Cuba.
Los neoanexionistas IIeana Ros, Jorge Mas canosa y Tomás García Fusté, junto al entonces presidente George Bush padre en la firma de la Ley con la Enmienda Torricelli.
En 1991, nuestro país enfrentaba los embates de una compleja situación económica. Entre los personeros de la mafia de Miami crecían las expectativas sobre un inminente desplome de la Revolución Cubana. Algunos prepararon sus maletas ante la proximidad de aquel evento. Sin embargo, otros enemigos estaban persuadidos de que no sería tan fácil.
Durante varias décadas, las administraciones norteamericanas de turno y sus servicios de espionaje y subversión habían experimentado el fracaso de muchas operaciones encubiertas contra Cuba y tenían sobradas experiencias para juzgar que aquí no ocurriría una «Revolución de Terciopelo», al estilo de Europa Oriental.
Este desafío obligaba al gobierno de George Bush (padre), entonces en la Casa Blanca, a introducir urgentes y nuevas estrategias de subversión para impulsar el «cambio». El Sr. Bush y la CIA vaticinaron en aquellos momentos la posible caída de la Revolución, pero condicionaron este hecho a la ocurrencia de otros factores que aún no habían madurado en Cuba, en un escenario distinto al de Europa del Este, con un pueblo aguerrido y un dirigente excepcional como Fidel Castro Ruz, al frente de una revolución autóctona.
Los años transcurridos y el estudio de algunos pocos documentos desclasificados de entonces, nos permiten apreciar con mayor nitidez el desarrollo de aquella escalada brutal.
El 10 de septiembre de 1991, el Directorio de Inteligencia (CIA) valoraba dramáticamente en uno de sus documentos actualmente desclasificado «El impacto del cambio soviético en Cuba». Reproduzco algunos fragmentos: «...La pérdida de los subsidios comerciales soviéticos y la ausencia para la Habana de alternativas ventajosas similares, indica que las importaciones se caerán de manera precipitada en los próximos meses, impulsando una aguda contracción posterior de la economía cubana...»«...El colapso del control comunista en la URSS señala el fin de la relación especial económica y militar de Cuba con Moscú y acelera la crisis política y económica...»
El gobierno de George Bush padre, pocos meses después en 1992, intentó acelerar aquella «crisis» con la promulgación de la Ley Torricelli, que multiplicó el bloqueo y la guerra económica contra Cuba, al prohibir el comercio con subsidiarias de EE.UU. en terceros países y elevar el costo de nuestra transportación marítima de mercancías a Cuba al impedir que los barcos tocaran puertos norteamericanos. Aquella maniobra fue considerada por el propio enemigo como el «golpe de gracia» a la Revolución Cubana.
Una gigantesca operación subversiva contra Cuba se había iniciado.
Aquel documento de la CIA más adelante vaticinaba: «... parece seguro el aumento de la represión política... Castro casi seguro que calificará a los disidentes políticos como paniagudos de EE.UU. y los tratará con severidad...»
Resultaba cínico semejante pronóstico. Investigaciones históricas nos revelan que en 1991 la CIA incrementó la capacidad operativa de su centro ilegal en la Sección de Intereses Norteamericanos en la Habana (SINA), utilizando el manto diplomático para fortalecer sus posibilidades de espionaje, atención y preparación de los grupúsculos contrarrevolucionarios internos. Lo anterior se convirtió en política oficial del gobierno de Bush padre.
La SINA ha sido el centro de la subversión y actos provocativos contra cuba.
En 1991 el Departamento de Estado norteamericano nombró a un nuevo funcionario diplomático en La Habana para la atención exclusiva de estos grupos que multiplicaron sus actos provocativos dentro del país instigados por la SINA. Comenzaron las invitaciones a los «cocktail party» auspiciados por el jefe de la Sección de Intereses, donde los mercenarios conspiraban abiertamente alrededor de mesas colmadas de bebidas y selectos manjares. En aquella conspiración diabólica, el gobierno norteamericano asignó a esos mercenarios el papel de vitrina de una oposición interna virtual, favorable a los intereses políticos del lobby anticubano en EE.UU. y Europa. Las «denuncias» de estos asalariados permitían a la SINA engrosar el voluminoso expediente de falsedades ante la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra para crear la imagen de una «Cuba intolerante y represiva violadora de los derechos humanos». Estas maniobras formaban parte del complot.La SINA potenció igualmente el trabajo de su oficina de Cultura y Prensa. Esta oficina contaba en 1989 solo con un funcionario, pero ya en 1995 dedicaban un primer y segundo secretarios y a varios empleados sin rango diplomático para sus labores. Esto amplió su labor de propaganda contrarrevolucionaria interna dentro del país, respaldada por un voluminoso equipamiento de computación y reproducción, violando regulaciones establecidas para la introducción, procesamiento y distribución masiva de material bibliográfico. Miles de materiales eran enviados de forma directa a quienes la SINA consideraba «genuinos representantes de la sociedad civil cubana», los que eran seleccionados sin que mediara en la mayoría de los casos ninguna solicitud por el destinatario. Paralelamente estudiaba los niveles de audiencia e «impacto» entre la población de la emisora subversiva y le suministraba información falseada mediante reportes brindados por los grupúsculos. Estos últimos eran asiduos participantes en las sesiones de charlas, películas y noticiarios anticubanos dentro de aquella instalación, de donde salían cargados de revistas y folletos propagandísticos para ser distribuidos.
El personal diplomático acreditado y un grupo importante de funcionarios en tránsito que arribaban a La Habana por cortos periodos de tiempo brindaban una amplia cobertura para sus acciones injerencistas y provocadoras. Estudios realizados estiman que solo entre los años 1998 y 2000, visitaron el país más de 540 funcionarios norteamericanos en tránsito, de los cuales cerca de un 30% fueron identificados como posiciones comprobadas o sospechosas de los servicios de inteligencia norteamericanos. ¿Cuál podría ser la misión de estos «visitantes» como no fuera la de espiar, subvertir o reclutar traidores?
La SINA se convirtió en los años noventa en el principal centro de operaciones dentro de Cuba para apoyar aquel nuevo complot dirigido desde la Casa Blanca. Todas estas acciones fueron denunciadas públicamente ante el mundo por nuestro pueblo y gobierno.
En agosto de 1993 la CIA elaboró un estimado nacional sobre la compleja situación económica en Cuba en uno de los momentos más críticos del Periodo Especial. Su confianza y total convicción del cercano desplome de la Revolución era tal, que llegaron a pronosticar los desafíos que enfrentaría un presunto «gobierno sucesor» en la llamada «Cuba post-Castro». Reproduzco algunos fragmentos de este documento desclasificado por la agencia en junio del 2001.
En su primera hoja expresaba: «...Este estimado nacional de inteligencia representa la opinión del Director de la Central de Inteligencia con el consejo y la ayuda de la Comunidad de Inteligencia de los EE.UU...»
En el inciso «Perspectivas para la Cuba post-Castro», terminaba afirmando después de algunas consideraciones: «...Existe una oportunidad mejor que nunca, para que el gobierno de Fidel Castro caiga en los próximos pocos años...»
Según este estimado de inteligencia, el juicio anterior descansaba sobre tres «premisas subyacentes»: la negativa del Comandante en Jefe de abandonar la dirección de la Revolución de forma voluntaria; la afirmación de que la economía cubana no se beneficiaría de ninguna bonanza económica interna; la existencia de una relación directa entre las graves privaciones económicas que atravesaba el país y la inestabilidad política.
Más adelante el documento agregaba: «...Al margen de cuándo o cómo dichos acontecimientos ocurran, los intereses de EE.UU. será desafiados en formas complejas y posiblemente sin precedentes...»
Al parecer, la CIA confiaba en que el desarrollo de estas tres premisas podían ser capaces de desencadenar la crisis final.
Aquel juicio de la CIA se correspondía con lo que en realidad ocurrió a lo largo de aquella década, como parte de aquella operación de desestabilización para liquidar la Revolución Cubana. Se multiplicaron los planes para asesinar a Fidel en cada una de sus salidas al exterior. Se desencadenó una escalada terrorista brutal para sembrar el caos interno y desestimular la afluencia de turistas extranjeros, e impedir con esto que la industria del turismo aportara divisa fresca a la castigada economía cubana. Las leyes Torricelli y Helms-Burton recrudecieron como nunca antes la guerra económica, para estimular el descontento en la población. Todas estas acciones constituían en sí mismo un importante instrumento para tratar de desestabilizar políticamente el país.
Las limitaciones económicas impuestas por estas leyes no solo perseguían provocar el hambre o la escasez de medicamentos, transporte o electricidad, sino crear un escenario interno que propiciara el disgusto y la insatisfacción del pueblo y estimulara en algunos ciudadanos el deseo de emigrar hacia EE.UU. por cualquier vía. La radio subversiva contribuyó día y noche al estímulo de actos ilegales, incitando a elementos antisociales a penetrar violentamente en sedes diplomáticas extranjeras, secuestrar naves aéreas o embarcaciones marítimas. Estas últimas eran interceptadas por los guardacostas norteamericanos y sus autores llevados a la Florida, donde eran recibidos como héroes por la mafia anticubana.
Las provocaciones del grupo terrorista «Hermanos al Rescate», con sus continuas violaciones del espacio aéreo desde avionetas basificadas en la Florida y de las denominadas «Flotillas de la libertad», con embarcaciones que partían directamente de Miami, contribuían a un peligroso ambiente y tensaban al máximo el diferendo entre ambos países. Nuestro pueblo enfrentó con decisión y valentía aquellas maniobras provocativas.
El gobierno estadounidense entre 1987 y 1994 solo otorgó el 7% de las 160 mil visas acordadas con Cuba, para las personas que deseaban viajar a ese país legalmente. Esto constituía un evidente estímulo a la salida ilegal. La asesina ley de Ajuste Cubano continuó cobrando nuevas víctimas inocentes en el Estrecho de la Florida. Múltiples compromisos contraídos por EE.UU. entre 1994 y 1995 en las mesas de conversaciones, siguen aún sin cumplirse.
La Casa Blanca organizó también como parte de esta brutal ofensiva, un grupo de trabajo Inter-Agencias, al estilo de las viejas operaciones subversivas de los años sesenta, para dirigir al más alto nivel del ejecutivo el financiamiento de los proyectos contrarrevolucionarios. Entre esas agencias se encontraban los Departamentos de Estado, Tesoro y Comercio, y otros mecanismos gubernamentales como el Consejo Nacional de Seguridad y la SINA en la Habana.
A mediados de esa década, la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU., conocida por las siglas en inglés USAID, inició un millonario apoyo financiero a los grupos contrarrevolucionarios dentro y fuera del país. Según estudios realizados, entre 1993 y 1999, se registraron más de 325 operaciones de abastecimiento financiero material en Cuba a los grupúsculos internos con un monto nada despreciable de dólares en efectivo. Estas entregas eran realizadas directamente por emisarios que arribaban al país procedentes de la Florida y por otras vías. Paralelamente, entre 1990 y 1998, la National Endowment for Democracy, con las siglas NED en inglés, conocida mundialmente por sus importantes aportes financieros a los grupos de renegados en la antigua URSS y Europa del Este, sustentó económicamente más de sesenta proyectos subversivos contra la Revolución Cubana. En la actualidad, EE.UU. ha multiplicado el monto de dinero y recursos materiales que hace llegar a los bolsillos de la contrarrevolución anticubana. Decenas de miles de reportes y artículos pagados a los llamados «periodistas independientes» aparecieron en aquella década en revistas, folletos, y en las páginas en español en sitios de internet para intentar falsear la imagen de la Revolución. El grupo Inter-agencias comenzó a financiar supuestas Organizaciones No Gubernamentales (ONG) en EE.UU. para estudiar cómo se produciría la inminente " transición" en Cuba. Estos «estudios» engendraron años más tarde el denominado «Plan Bush».
Los planificadores de aquella operación subversiva global contra Cuba habían tenido en cuenta todos los ingredientes necesarios, incluida la escalada terrorista.
Un nuevo CORU
Aquel brutal complot en la década de los noventa contra la Revolución Cubana, reeditó también las viejas tácticas utilizadas por los grupos especiales de la estación de la CIA en Miami JM-Wave, para intentar sembrar el caos y la desestabilización interna.
En 1992 se organizó dentro de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) una estructura clandestina de corte terrorista denominada «Comisión de Seguridad» o grupo paramilitar, para dirigir y organizar este tipo de acciones. El grupo paramilitar sería presidido en diferentes etapas por directivos de esa organización anti-cubana, casi todos ex agentes de la CIA, mercenarios de Playa Girón, graduados en la base militar norteamericana de Fort Benning o mercenarios en las aventuras contrainsurgentes desarrolladas por EE.UU. en la región. No faltaban en ese grupo antiguos batistianos corruptos vinculados a la política local norteamericana.
Un viejo integrante de esa agrupación terrorista declaró a la prensa años después que contaban con un arsenal que incluía embarcaciones, pequeños aviones teledirigidos y abundante material explosivo para implantar el terror en Cuba.
En 1993 el grupo adoptó el nombre de «Frente Nacional Cubano» y comenzó el reclutamiento de miembros de otras organizaciones contrarrevolucionarias asentadas en la Florida, el financiamiento de algunas de sus acciones terroristas y la organización en Centroamérica de una potente base de apoyo para sus planes terroristas dentro y fuera de Cuba. Se reclutaron nuevos mercenarios en algunos de estos países.
El grupo paramilitar de la FNCA entraba a escena como un nuevo «CORU» (Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas) con algunas similitudes a la agrupación terrorista creada en 1976, encabezada por el terrorista Orlando Bosch, en momentos de que George Bush padre fungía como jefe de la CIA. El antiguo CORU había intentado integrar el «esfuerzo» de los grupos terroristas anticubanos más activos de Miami en esos momentos, elevar su eficiencia criminal, lograr una mayor coherencia en su accionar terrorista contra Cuba y tratar de lograr, o al menos aparentar, que aquellos actos de horror se realizaban o planeaban fuera del territorio de EE.UU.
Aquella filosofía convenía también políticamente al Clan Bush y a la mafia terrorista de Miami en los años noventa, cuando intentaban dar el último empujón a la Revolución Cubana. Eran los mismos personajes que en los setenta, solo que había cambiado el momento histórico.
¿Podrían la CIA o el FBI negar hoy el conocimiento en aquellos momentos de una estructura terrorista de tal magnitud en plena ciudad de Miami? En caso afirmativo, ¿qué hicieron para controlarla y evitar sus actos ilegales, que violaban las leyes de neutralidad de ese país?
WKSCARLET-3 en Centroamérica
Después de facilitar su fuga de Venezuela, donde era enjuiciado por su participación en el abominable crimen de Barbados, George Bush padre y la CIA utilizaron al terrorista Luis Posada Carriles entre 1985 y 1986 en lo que fue denominada como la Operación Irán-Contras. Posada dirigió allí una compleja misión que corroboraba la confianza puesta en sus hombros: el suministro aéreo a la contra nicaragüense; la organización logística de aquellos recursos de guerra y la atención al personal involucrado en la operación. Posada asumió también acciones operativas al tripular muchos vuelos de suministro de armas y explosivos. No actuaba por valentía, sino por el pago extra que Washington entregaba a las tripulaciones por sus vuelos ilegales. Al conocerse públicamente aquellas actividades que comprometían directamente al gobierno de Ronald Reagan y a su vicepresidente George Bush padre, estalló el escándalo Irangate.
Según el volúmen IV de su ficha personal desclasificada por la agencia, Luis Posada Carriles tuvo para la CIA el criptónico (clave secreta) de WKSCARLET-3.
Posada tuvo la «honrosa» misión de borrar todo vestigio comprometedor para la Casa Blanca en el campamento de Ilopango, en El Salvador, en momentos en que es derribado en Nicaragua uno de aquellos vuelos clandestinos y producirse el escándalo internacional. Años después, el propio Posada reconoció haber ocultado una caja con mapas y otros documentos presuntamente comprometedores, los que ocultó y trasladó posteriormente hacia Miami. La protección e inmunidad que hoy recibe este terrorista de la Casa Blanca está relacionada con sus importantes servicios al Clan Bush y a la CIA en su actuar contra Cuba por varias décadas. Uno de estos destacados servicios fue precisamente su participación en aquella operación centroamericana y la posterior conducta asumida después del escándalo.
Posada Carriles mantuvo total silencio sobre aquellos hechos que implicaban a la más alta jerarquía de la Casa Blanca. Cuando fue entrevistado años después por el FBI en febrero de 1992, en una habitación de la embajada de EE.UU. en Honduras sobre su participación en el Irán-Contras, trató de encubrir el conocimiento del propio vicepresidente Bush y de algunos de sus principales colaboradores sobre aquellas operaciones ilegales. A pesar de reconocer su papel en la guerra sucia contra Nicaragua, encontrarse prófugo de Venezuela por el crimen de Barbados y su condición de terrorista activo en Centroamérica en esos momentos, no fue molestado por el FBI.
En momentos en que tenía lugar la brutal escalada subversiva dentro de Cuba en los años noventa, Posada Carriles se desplazaba entre Honduras, El Salvador, Guatemala y Panamá participando en disímiles actos de terror, muchos de ellos financiados por el grupo paramilitar de la FNCA. Se involucró en planes de asesinato contra el presidente Fidel Castro Ruz durante su participación en Cumbres Iberoamericanas u otras visitas al extranjero. Organizó y ejecutó atentados terroristas contra intereses cubanos en el exterior. Participó en el contrabando de armas en la región, brindando entrenamiento a terroristas de origen cubano, suministrándoles armas y explosivos, que posteriormente fueron utilizados como parte de la escalada terrorista contra Cuba.
El fracaso de la escalada terrorista contra Cuba
La operación subversiva iniciada en los años noventa poseía un componente importante: el magnicidio y otros actos de terror.
Entre 1990 y 1993 tuvieron lugar otras acciones terroristas contra nuestro territorio por grupos asentados en Miami como Comandos L, Ejército Libertador Cubano y Ejército Armado Secreto. Estas actividades consistieron en 3 infiltraciones armadas por las costas de la Habana, Matanzas y Sancti Spíritus, cuyos integrantes fueron detenidos y juzgados. Lanchas piratas tripuladas por mercenarios armados realizaron 3 ataques contra instalaciones turísticas en Varadero y un buque petrolero de cabotaje que realizaba operaciones entre puertos cubanos. A finales de ese año, el grupo paramilitar de la FNCA reclutó en Miami a un ciudadano guatemalteco para realizar actos terroristas dentro de Cuba, el que fue entrenado y abastecido de explosivos en un país centroamericano poco después por los criminales Luis Posada Carriles y Gaspar Jiménez Escobedo. El supuesto terrorista resultó ser el agente Fraile, de los órganos de la seguridad cubanos.
Entre 1994 y 1996 se recrudeció la escalada terrorista, participando directamente el grupo paramilitar de la FNCA en algunos casos o financiando otros: el grupo Alfa-66 realizó 3 ataques piratas contra el Hotel Guitart en cayo Coco, mientras que el PUND (Partido Unidad Nacional Democrática) ejecutó otro acto similar contra el Hotel Meliá Las Américas en Varadero. Este comando, integrado por 3 terroristas armados, fue capturado cuando intentaba escapar en su lancha rápida que había zarpado horas antes desde territorio norteamericano. En esas acciones criminales se realizaron disparos de armas automáticas contra las instalaciones hoteleras repletas de turistas, con el propósito de crear el caos y el terror y afectar la entrada de divisas al país por esta vía. En esos años tuvieron lugar otras infiltraciones armadas en las provincias de Matanzas y Villa clara de los grupos terroristas Patria y Libertad, Gobierno Provisional en el Exilio y el PUND. Este último desembarcó cerca de Caibarién y alevosamente asesinó al trabajador Arcelio Rodríguez García. Todos los comandos terroristas fueron detenidos y juzgados por los tribunales cubanos.
En todos los actos de terror mencionados, los autores, sus embarcaciones y otros armamentos y explosivos, habían salido de territorio norteamericano. Algunas de aquellas operaciones paramilitares requirieron de una alta preparación logística, como la de los terroristas de origen cubano Santos Armando Martínez Rueda y José Enrique Ramírez Oro, que dirigidos por el terrorista Guillermo Novo Sampol, a nombre del grupo terrorista de la FNCA, se infiltraron clandestinamente por la costa norte de Las Tunas, enterraron una tanqueta plástica que contenía más de 50 libras de explosivo plástico, abandonaron el país esa misma madrugada y pocos días después arribaron a Cuba nuevamente como turistas con documentación falsa, resultando detenidos posteriormente.
¿Cómo era posible que el FBI no hubiera detectado una operación de tal magnitud? ¿Podía el grupo paramilitar de la FNCA ejecutar operaciones subversivas tan complejas sin el apoyo de la CIA?
En 1997 detonaron mecanismos explosivos en dos empresas turísticas cubanas en México y Nassau. En ese mismo año, estallaron algunas bombas en varios hoteles de La Habana y Varadero, mientras fracasaba el complot de asesinato contra Fidel en la Cumbre Iberoamericana de Isla Margarita, Venezuela, a manos de la FNCA. Hasta 1998 se introdujeron al país 16 explosivos plásticos de alto poder. Sus autores fueron mercenarios centroamericanos dirigidos por Luis Posada Carriles, actuando desde esos países, pero financiados desde Miami por la FNCA. Uno de estos actos monstruosos cegó la vida del joven italiano Fabio Di Celmo. El asesino Posada Carriles reconoció posteriormente ante un periodista su relación con aquellos actos de terror.
Pero nuestro pueblo demostró ante los tribunales con todas las evidencias legales la responsabilidad criminal de los terroristas capturados que aprovecharon su condición de turistas para ejecutar tales crímenes. Sus declaraciones pusieron al descubierto la responsabilidad de Posada Carriles y la FNCA. Todas las armas introducidas en las infiltraciones marítimas fueron requisadas. Nuestras autoridades ocuparon decenas de libras de explosivos de alto poder, los que hubieran provocado la muerte de muchas personas inocentes y la destrucción de innumerables objetivos económicos. El comando de Posada Carriles fue neutralizado y sus acciones y las de la FNCA fueron denunciadas públicamente.
Los actos de terror en los hoteles se correspondieron con los objetivos y blancos definidos por la FNCA para tratar de brindar una imagen de desestabilización interna en Cuba, afectar la industria turística y agravar aún más nuestra economía.
Después del fracaso de aquella escalada de terror, surgieron nuevos planes criminales. Posada y sus más cercanos sicarios intentaron una vez más el magnicidio en la Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado en Panamá en el año 2000, pero sus intentos fueron frustrados gracias a la denuncia de nuestro Comandante en Jefe.
A pesar del bloqueo y la guerra económica, los actos de subversión política y la brutal escalada terrorista durante los años noventa, la Revolución enfrentó victoriosamente las adversidades. Junto a su pueblo, con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz al frente, garantizó el nivel de salud y educación alcanzado hasta ese momento y los recursos esenciales para recuperarnos y salir del Periodo Especial.
La brutal operación subversiva de los años noventa había fracasado. Nuestro gobierno denunció sistemáticamente aquellos actos de terror y trasladó a las autoridades norteamericanas evidencias de los mismos, datos de los ejecutores directos detenidos en Cuba, así como de sus cómplices y autores intelectuales en EE.UU. Sin embargo, estos últimos continuaron elucubrando nuevos proyectos terroristas contra Cuba. Ninguno fue siquiera molestado.
Pero el clan fascista de Bush y sus aliados en la mafia de Miami no podían aceptar semejante derrota. Los heroicos combatientes antiterroristas cubanos luchaban contra esos crímenes en la propia guarida de Miami, para proteger no solo al pueblo cubano, sino también al norteamericano, pero fueron objeto de una represalia sin límites. La larga e injusta prisión de nuestros Cinco Héroes y la brutal represión a la que son sometidos junto a sus familiares, casi nueve años después de su detención, son expresión de ese sentimiento de frustración y venganza del enemigo por su fracaso. Sin embargo, protegen al terrorista mayor de este continente, Luis Posada Carriles.
El pueblo cubano seguirá luchando por la liberación de sus Cinco Héroes y para que el asesino Luis Posada Carriles sea finalmente condenado por sus crímenes contra la humanidad.*Director del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado