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Elegida delegada por la Sierra Maestra al VII Congreso de la FEU

Yamari Pérez Chávez es la primera delegada directa en la historia salida de aulas universitarias ubicadas en este macizo montañoso de la región oriental del país

Autor:

Juventud Rebelde

 Foto: Luis Carlos Palacios Bartolomé Masó, Granma.— La vida es de curvas, pero hay que saber andar por los caminos más derechitos.

Así, con aire de filósofa, nos recibe Yamari Pérez Chávez, una joven de 30 años que devino «escándalo» para sus circundantes.

Todo empezó hace meses cuando, con dolores estomacales y nervios en baile, le dieron la noticia: «¡Vas al VII Congreso de la FEU!». Se convertía de este modo, sin saberlo, en la primera delegada directa en la historia salida desde aulas universitarias sembradas en los mismos calcañales de la Sierra Maestra.

«Yo soy de Río Yara y no lo niego nunca. Es un barrio cerca del puente de El Caney», manifiesta con cara que se nos antoja excesivamente seria.

Sus teorías sobre las curvaturas y las rectas le nacieron de su propio espejo: hace más de una década abandonó la Universidad cuando estaba en primer año de Derecho.

«Mi papá se enfermó, pasaba mucho tiempo ingresado y tuve que retornar a la casa, a ayudar, a limpiar, a fregar…», cuenta traspasando con la mirada sombría un montículo verde asomado a la ventana.

Y con el goteo de anécdotas dolorosas sobre el progenitor, desaparecido hace poco, cae en la cuenta de que pasó prácticamente diez años en las tareas hogareñas, sin ilusión mínima de volver a posarse en los libros.

El cambio sobrevino con el Curso de Superación… «Entré y vi el cielo abierto; a los 11 meses obtuve la misma carrera que había dejado; ahora voy para cuarto año», relata también sin sonreír.

Fue precisamente en la sede universitaria de Bartolomé Masó donde se hizo un torbellino. Dirigió la FEU casi desde el arranque, se enroló en caminatas, actividades productivas y trabajos sociales, ganó la doble militancia… peleó mucho.

«Vivo en eso: en pelea, discuto cada día con los estudiantes y profesores cómo podemos hacer las cosas bien, cómo estudiar mejor sin dejar ninguna de las tareas extradocentes», expresa mientras se vanagloria de su promedio académico (4,75).

Para ella lo más lindo en estos tres cursos en su facultad entre lomas ha sido liderar también las Brigadas Estudiantiles de Trabajo Social.

«Repasamos a pie o en mulo —a pie la mayoría de las veces—, los mismos trillos por los que anduvieron los rebeldes y eso estremece. Hemos ido a Minas de Frío, Rancho Claro, Santo Domingo; Magdalena, Mompié… a esos lugares que están en el fin del mundo».

Rápido se transporta hacia el futuro. Enuncia que en el Congreso podrá hablar de muchas otras experiencias «serranas» y refutar a quienes piensan que la universalización de la enseñanza superior es un regalo: «Nada nos cae de las nubes, yo quisiera que vinieran aquí y vieran».

En la revisión mental de sus rutinas, como esa de caminar un kilómetro y medio desde su aula a la casa, bien entrada la noche, repara en que ha hecho sacrificios, pero ninguno «de otro planeta». «Sin mis compañeros, que tanto me apoyan, no hubiera logrado nada», dice, y por primera vez en la conversación un gesto mitad risa le tiñe el rostro.

¿No te ríes? ¿No cantas, no bailas, no tienes novio?, inquirimos, aprovechando el momento.

De inmediato los músculos de la cara se le aflojan: «No canto ni bailo, no tengo mucho tiempo para ir a fiestas. Como mucho pan, por eso engordo fácil. Y sí, tengo novio y me río, me río», confiesa con un arroyo de piedras blancas en la boca.

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