Tiempo extra
Envuelto en la vergüenza de haber perdido, el jugador enjuga sus lágrimas con pudor. Va preso de remordimiento y de angustia. No quiere llorar y menos aún en público. Pero el empuje de la decepción le quebranta y apenas hace ya el esfuerzo por disimular.
Lo he visto decenas de veces. Recuerdo ahora a Kevin Mayer, el astro francés del decatlón, con el alma agujereada por una lesión que le arrebató el trono mundial cuando solo le faltaba una prueba para concretarlo, o a Messi y Cristiano, destrozados por no añadir un éxito más a sus nutridas vitrinas, o a los niños que ven escaparse sus ilusiones cuando todavía desconocen las verdades de una competición.
Así es la mentalidad del vencedor: puedes ganar mil veces, ufanarte de tu habilidad atlética y las cualidades que te fueron concedidas para brillar en el deporte, pero el día en que pruebes el amargor del fracaso querrás que la tierra se parta en dos y te trague.
Los atletas han de aprender a deglutir también esta sazón desagradable de la derrota. Pero si ellos, profesionales en su rama, apenas lo consiguen, la ira de los hinchas constituye quizás el más serio de los problemas. A veces los aficionados y especialistas queremos ser solo testigos de victorias y asumimos posturas agresivas cuando creemos tener la razón en torno a un descalabro.
Debemos entonces escarbar bajo la piel de los deportistas, sentir como nuestras sus frustraciones y comprender esa terrible sensación de saber que el esfuerzo de todo un período fue echado en saco roto.
Yo he sido un horrible atleta en mi vida. Lo he intentado hasta el hastío, enamorado furibundo como soy del mundo del músculo y la acción, mas mi cuerpo reniega responder las órdenes de un cerebro que pide más de lo que puede recibir.
Tal incapacidad me ayuda a arribar a una conclusión necesaria: la victoria está condicionada por muchos factores que van más allá de querer y abarca otros renglones como la calidad de los contrincantes o que, sencillamente, cualquiera puede tener un mal día.
Hace algunas jornadas, el pelotero de Industriales Jorge Enrique Alomá empleó sus redes sociales para reconocer que el rendimiento deportivo de la actual temporada había quedado por debajo de lo habitual y, de paso, pedir disculpas a sus seguidores, los cuales, inclementes como de costumbre, le habían acribillado a críticas tras la eliminación de su equipo.
Algo queda claro: los vilipendiados conforman siempre la élite en su rama, porque acostumbran a sus seguidores al éxito. Por ello a veces nos hacen reflexionar estas disculpas, como las de Alomá: porque son un bofetón al rostro del enjuiciador, un golpe de realidad y, a fin de cuentas, disculpas innecesarias para entender que todos erramos alguna vez.