Tiempo extra
Ahora que estamos a casi una semana de que se dé la largada de los Juegos Panamericanos de Lima en Perú, se hace inevitable que la Carta del Juego Limpio que defendió el Barón Pierre de Coubertin, me asalte el pensamiento.
Alegaba el francés, precursor de los certámenes olímpicos de la edad moderna, que un verdadero deportista, además de cumplir las reglas, debe respetar a sus contrarios y a los jueces y árbitros, tanto como a sí mismo.
También propuso no usar trampas para llegar al éxito, evitar las malas intenciones y la agresividad con acciones, palabras o textos, prestar ayuda y conservar la dignidad tanto en la victoria como en la derrota.
Unas disposiciones más que claras que han contribuido por años a que el deporte, tal y como anhelaba el Barón, fomente la amistad y el entretenimiento entre los pueblos.
No obstante, unos juegos múltiples tan significativos como son los Panamericanos, se prestan para la ocurrencia de situaciones nada agradables. Díganse las protestas ante las decisiones arbitrales, los careos con jugadores del equipo contrario o gestos obscenos y perfectamente entendibles en todos los idiomas.
En el caso de los deportistas cubanos, es cierto que el calor del momento o las injusticias de las que tantas veces han sido víctimas, han llevado a punto de ebullición la sangre caribeña que les corre por las venas.
Sin embargo, no puede ser esta una excusa que empañe la imagen de Cuba y sus hijos más queridos, ni debe contribuir a echar por la borda el trabajo de todo un año.
Imposible no recordar el mal gesto de la taekwondoka Glennis Hernández en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz en 2014, o la patada de Ángel Valodia al árbitro de su combate por el bronce de la cita olímpica de Beijing en 2008, en ambos casos, las sanciones fueron severas y perjudiciales tanto para el taekwondo cubano como para estos atletas.
Afortunadamente, estos son casos aislados que no tienen por qué definirnos, pues los errores no son cadenas que se arrastran de manera perpetua y en cambio, siempre quedan lecciones de las que aprender.
Dejemos que nos definan otros gestos, como el del judoca que levanta la mano de su rival derrotado, el pitcher que se disculpa tras el dead ball, el boxeador que levanta en peso a su adversario, o los apretones de manos, los besos, los abrazos, esos son modos que predican el respeto mutuo; sin dudas, la mejor de las medallas.