Tiempo extra
La edición 58 de la Serie del Caribe asoma en el horizonte y el béisbol cubano, con los Tigres de Ciego de Ávila como referencia, se apresta a defender el reino conquistado el pasado año.
Roger Machado y su equipo de dirección asumen una responsabilidad enorme, ya que ni el pretendido blindaje de su manada ofrece garantías suficientes de triunfo. Digámoslo más claro: el mejor puñado de jugadores que actualmente podemos reunir para encarar cualquier competencia internacional, apenas alcanza para igualar el nivel de un torneo de clubes. Las causas son harto conocidas.
Ha sido precisamente el carácter de la convocatoria, motor de la polémica. Sucedió cuando Villa Clara se presentó en la venezolana Isla de Margarita y después, con el desembarco de la tropa de Alfonso Urquiola en la capital boricua. Y de mantenerse el statu quo, seguiremos rasgándonos las vestiduras, consumidos entre lo romántico y lo práctico, a mi juicio por dos razones, aunque no las únicas.
Una es la imperiosa necesidad de armar un elenco competitivo y capaz de una actuación decorosa; la otra emerge de las profundas diferencias estructurales que nos separan del béisbol que juegan nuestros vecinos.
Más allá de la voluntad de quienes dirigen la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe (CBPC), Cuba ha sido invitada a las últimas tres citas porque, en medio de no pocas tempestades, aún puede armar un equipo con la capacidad de potenciar el interés en un certamen que viene atravesando horas bajas. De lo contrario, no lo duden, los organizadores hubiesen priorizado otros posibles destinos, todos con muchísimas más posibilidades de rentabilizar el negocio.
Pero sucede que, con tanto talento diseminado dentro y fuera de casa, los Tigres de Ciego de Ávila o cualquier otro de nuestros posibles campeones no puede competir en estado puro sin el riesgo de ser masacrado. Incluso, me atrevería a decir que los grandes «trabucos» de antaño necesitarían algo de maquillaje para navegar con fortuna por el Caribe.
En definitiva —y aquí ya entramos en cuestiones de concepto—, no es el origen de los jugadores lo que rige la conformación de los equipos en las diferentes ligas invernales. Ahora, por ejemplo, el representativo de México acude a Santo Domingo con seis estadounidenses, tres dominicanos, un italiano y hasta un cubano en su nómina. No imagino las posibilidades de éxito para los Venados si todos sus integrantes tuviesen que haber nacido en Mazatlán.
Aclaro que no pretendo caer en la categorización de «refuerzos» o «remiendos», porque sucede de todo a la hora de inscribir las nóminas. Tampoco establecer la cuota de injusticia, que alguna se ha visto, en los traumáticos llamados a filas a nivel doméstico. Se trata de aceptar sin complejos que, si de un lado la magnitud de la chequera puede asegurar la calidad de un elenco, del otro, donde la cuna marca la pertenencia, no queda más remedio que construirla sumando las mejores armas disponibles.