Tiempo extra
Retomo el tema sin el más mínimo ánimo de analizar los hechos. Tampoco intentaré explicar, y mucho menos juzgar, de quién es la culpa. Pero una cosa sí me queda lo suficientemente clara: la actitud del equipo pinareño aquel día es inexcusable, por más que se hayan barrido antes muchos polvos similares bajo la misma alfombra.
Ahora bien, más allá de lo puntual, quedaron muchas cosas discutibles sobre la utilización en nuestra pelota de las imágenes de video para aprobar o corregir decisiones arbitrales. Aclaro que soy un convencido de la utilidad de las nuevas tecnologías para la justicia deportiva —el fútbol y el tenis lo han probado—, así que no voy a contracorriente. Más bien, se trata de un llamado de alerta, una convocatoria a la revisión de una medida con altas probabilidades de seguir generándonos dolores de cabeza.
Para muchos —entre los que me incluyo— fue una sorpresa ver cómo, de una temporada a otra, hemos querido hacer algo que, solo después de seis años de estudios y una nada despreciable inversión económica, se pudo completar en las Grandes Ligas (MLB, por sus siglas en inglés) estadounidenses. Allí se comenzó a aplicar el replay en el 2008 para verificar la validez de los jonrones, y solo hasta la más reciente campaña se extendió a otro tipo de jugadas.
De este lado, no transcurrieron tan siquiera 12 meses entre aquel polémico batazo, aparentemente interferido por un aficionado en la semifinal entre Pinar del Río e Industriales, y el cuestionado vuelacerca de Yulieski Gourriel, que desencadenó inéditos acontecimientos en el béisbol doméstico.
Entonces, es menester preguntarse: ¿Estábamos preparados, en lo tecnológico y lo humano, para asumir tales ajustes? El desaguisado en el estadio Latinoamericano, y poco después la suspensión temporal de un árbitro por no conceder una revisión de video a un mánager, aparecen como insuperables respuestas.
Siendo realistas, estamos lejos de poder invertir cerca de diez millones de dólares para armar una oficina como la que posee la MLB en Nueva York. También, de la posibilidad de transmitir, al menos un partido, con más de 15 cámaras de alta definición dispersas por cualquier rincón de nuestros estadios. Incluso, definir la legalidad de un cuadrangular sin tener cámaras al nivel de las líneas se convertiría, como ya sucedió, en una tarea bastante compleja. Y como esa, existirán más jugadas en zona de duda.
No obstante, sería tan irresponsable la negación como el exceso. Se trata de una invaluable herramienta que multiplica los ojos y los ángulos, pero el veredicto seguirá descansando en una apreciación humana. Y por tanto, discutible.
Como todo adelanto tecnológico, solo la adecuada utilización será garantía de éxito. Por eso, urge una redefinición exacta, con los pies en la tierra, de el cómo, el cuándo y el para qué acudimos a ella. Parafraseando al refrán, aprendamos a taparnos hasta donde da la sábana. Desconocer nuestros límites sería como armar una bomba de tiempo, sin saber a ciencia cierta, cuándo pudiera explotar.