Tiempo extra
«Somos un país dramático sin fútbol». Así de lapidaria, como muchas de sus frases, fue la sentencia del ex astro argentino Diego Armando Maradona, actual técnico de la selección nacional de su país, cuando se divulgó el aplazamiento del torneo local hasta la solución de la grave crisis financiera que atraviesa.
El torneo Apertura de la Primera División argentina debía comenzar el próximo día 14, pero a pesar de los esfuerzos negociadores de Julio Grondona, presidente de la Asociación de Fútbol de Argentina (AFA), el ejecutivo del organismo adoptó la medida por unanimidad.
La gran encrucijada que vive la nación, apasionada como pocas por el más universal de los deportes, nace de los libros contables. Según los recientes balances, los clubes argentinos deben más de 180 millones de dólares a varios acreedores, entre ellos la propia AFA, el fisco y los jugadores.
En medio de la actual crisis económica mundial, los equipos han visto subir el nivel del agua hasta «sus narices», y la situación se ha tornado asfixiante. La reducción de ingresos por la venta de publicidad y entrada a los estadios, les ha dejado la exportación de jugadores como única alternativa para sanear sus arcas. Pero ninguna negociación millonaria de sus «talentos» ha impedido el estallido de las deudas.
Grondona y su equipo saben que darle luz verde al torneo solo dilataría la agonía, pues las proyecciones para el próximo año vislumbran una deuda superior a la actual en un 20 por ciento. Por ello se han lanzado a tocar todas las puertas sin resultados palpables.
Las esperanzas de que el Estado se hiciera cargo de los irresponsables manejos económicos que muchos han hecho en un mercado fuera de todo control, se desvanecieron como un castillo de naipes.
El gobierno encabezado por la presidenta Cristina Fernández se ha mostrado preocupado por la situación, pero dejó claro que la solución de los problemas del fútbol profesional argentino pasa por cualquier vía, me-nos por la que conduce a la Casa Rosada.
No obstante, el gabinete prometió estudiar una posible regularización de las apuestas deportivas —un paliativo utilizado hace dos años por el gobierno de Lula en Brasil ante la misma situación—, y que parte de sus recaudaciones se repartan entre los clubes.
La clave para desenredar la madeja descansa en los derechos de transmisión de los partidos, pero ninguna de las partes parece estar dispuesta a ceder. La AFA le exige a la televisión unos 182 millones de dólares por temporada —hasta ahora eran 68—, porque «debe aportar una cifra acorde a lo que el fútbol le da», según Grondona.
El dirigente apuesta a incrementar unos tres dólares en la tarifa de los abonados, algo que no digiere Lucio Gamaleri, director de la red Intercable, propietaria de los derechos televisivos.
«Aunque la tendencia mundial es que el fútbol lo pague quien lo quiera ver, a la gente no se le puede pedir más», alega Gamaleri.
Pero detrás de esas buenas intenciones parece estar la estrategia de la empresa, dispuesta a sacar provecho de la situación. Ellos admiten que darían el visto bueno al acuerdo si se produce una extensión de seis años en el contrato firmado con la AFA hasta 2014. A cambio, estarían dispuestos a adelantarles a los clubes una cifra que cubra sus deudas más apremiantes.
Y como si fueran pocas las presiones, a ellas se suman los dirigentes de los equipos. «Tenemos que comenzar para poder recaudar dinero y cumplir con los compromisos económicos ya asumidos», dijo Fernando Raffaini, presidente de Vélez Sarsfield, preocupado porque las deudas del monarca vigente del fútbol argentino sigan creciendo.
En medio de la incertidumbre, los aficionados se consolarán con el partido amistoso que la selección nacional disputará frente a Rusia el próximo miércoles. La gente está esperanzada con la resolución del conflicto y aguarda por el trascendental duelo contra Brasil, el 5 de septiembre en la ciudad de Rosario, que debe definir la suerte del equipo albiceleste en la eliminatoria mundialista.