Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Duende

La tecla del duende

Finiquito

Un estreno mundial. Esa fue la sorpresa que trajo a la última peña habanera el compositor y poeta Joaquín Viciedo Greciet. Atento al decir popular, Joaquín escribió esta guaracha-son, que ya se está musicalizando: Dame ya mi Finiquito.

Hace algún tiempo que escucho una palabra singular./ No sé si estará de moda el verbo «finiquitar»./ Si una deuda has de pagar, tienes que finiquitar. (Coro)/ Si te gusta vacilar, tienes que finiquitar. (Coro)/ Montaste una paladar, tienes que finiquitar. (Coro)/ Si alguien te debe un central, y se te hace el loquito,/ dile sin pena ninguna: «¿Hasta cuándo, mi hermanito?»./ Dame ya mi finiquito (Coro)./ ¿Hasta cuándo, mi hermanito? Dame ya mi finiquito. (Coro)/ ¿Hasta cuándo, mi socito? Dame ya mi finiquito. (Coro)/ ¿Hasta cuándo, mi amorcito?// (Coro principal) ¡Deudor! ¡Deudura! Paga lo que debes ahora.// Ahora es cuando es la cosa, no puede ser para ahorita/ Desenrolla el desarrollo, que está enredada la pita./ Hermano, no es el momento de esperar por los del norte/ que el sur se ha puesto en candela y hay que salvar el transporte./ Al que toma chocolate que pague ya lo que debe/ para que halemos parejo y el rollo se desenrede./ La pirámide invertida no puede seguir jugando/ el que no produce, vive, y el que trabaja, raspando./ Nuestra Caridad del Cobre nos protege y no es mito,/ pero ella sola no puede salvar al Caimán bendito./ No olvidemos nuestra historia que es el tesoro más puro/ pero hay que actuar en presente para salvar el futuro.

La pregunta

Cuenta una historia que en una ciudad con habitantes muy poco amables, cada persona extraña que llegaba, era muy mal mirada, como intruso, llevada a la plaza y ante el gobernador del pueblo juzgada y sentenciada a muerte. Antes, el gobernador realizaba la misma pregunta que nunca nadie podía contestar, pero que si respondía el acusado, de ser solo un extraño, sería puesto en libertad. Y cuenta la historia que un día de tantos llegó un hombre al pueblo, no era ni muy grande ni muy pequeño, cabellos oscuros y mirada muy profunda. Caminando por el pueblo, todos lo miraban ya con ganas de llevarle a la plaza y así sucedió. Apresaron al hombre y ante el jefe del pueblo, todo listo para le ejecución. A unos diez metros estaban los soldados, esperando la misma orden de siempre. El gobernador hace aquella pregunta que nunca nadie había logrado responder: «¿Cuál de aquellos soldados tiene un ojo de vidrio?». El hombre, muy rápido, contestó: ¡El segundo de la derecha! Todos quedaron asombrados, y mayor fue la furia de sus acusadores. «Está bien, puedes irte, dijo el jefe, pero antes deja que te haga otra pregunta: «¿Cómo lograste adivinar?». «Fue muy fácil, porque fue el único ojo que no me miró con odio». (Compartido en nuestro foro por Jorgito91)

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