Los que soñamos por la oreja
La reciente historia de la música hecha en Cuba, todavía suele escribirse tomando en cuenta apenas «las grandes agrupaciones», «los grandes autores», «los grandes intérpretes». Por lo general, un falso dios nombrado «historiador», «musicólogo», «funcionario»…, decide desde su gabinete qué puede o qué ha podido ser relevante en esa sucesión fantasmagórica de acontecimientos que a diario se nos impone, nos rebasa y hasta simplifica.
Nuestra historiografía musical ha hecho prevalecer un tipo muy específico de mirada con la ingenua creencia de que los indiscutibles méritos que ostenta una parte de la producción de la música popular cubana son suficientes para suprimir «la otra historia», esa que no es tan excelsa desde el punto de vista de los niveles de popularidad por ella registrada, pero que existió y, a su manera, sirvió de pedestal invisible a la gran Historia. De allí que a ratos llegue a pensarse que la Historia no es más que el relato de nuestras exclusiones afectivas.
La peor limitación del mencionado diseño historiográfico es que en su enfoque se prescinde de aquellas áreas que conforman lo que podría llamarse «lo cubano sumergido», necesarias para enriquecer los matices del concepto todavía injustamente estrecho de música cubana, que ha llegado así a nuestros días. Ya sea por pereza investigativa o a lo mejor por franca subestimación de trabajos como los de buena parte de los compatriotas músicos de los que he hablado en JR por espacio de 29 años, esta clase de producciones continúa resultando hoy mayoritariamente ignorada entre nosotros.
En la columna Los que soñamos por la oreja, siempre me ha interesado promover la obra de nuestros músicos que se mueven en «los márgenes», no solo por la relevancia sociológica de dicho fenómeno, sino porque ello se vuelve en sí mismo premonitorio de un devenir estético.
Pensaba en todo lo anterior el pasado lunes, mientras asistía al velorio y entierro del cantautor y sonidista holguinero Jimmy David, nombre que poco o nada dirá para la casi totalidad de mis lectores. Nos conocimos en el 2003, a propósito de la tercera emisión de lo que se denominó Trova Viva, encuentro ideado y organizado por el trovador Fernando Cabreja.
A partir de entonces fuimos encontrándonos en mis viajes a Holguín, ya fuese por las Romerías de Mayo o por la Fiesta Iberoamericana, y en otros muchos eventos trovadorescos en los que el espíritu beodo, herencia de Dionisio, siempre hace gala. Así supe que, además de hacer canciones, estudiaba Sonido en la filial holguinera del ISA, especialidad en la que se graduó.
Después vino su traslado a La Habana y el comienzo de un fructífero trabajo en el estudio de grabación de la Asociación Nacional del Ciego (ANCI), de la que Jimmy era miembro en virtud de su condición de débil visual, que no como un día nos dijeron a una delegación de la ANCI en un aeropuerto que no quiero acordarme: «Adelante el grupo de los débiles sexuales».
En ese estudio, Jimmy preparó los CD contentivos de lo que se denomina «Libro hablado», presentados en años recientes por la ANCI en la Feria del Libro. Igualmente le grabó a agrupaciones y solistas aficionados de la organización. Su voluntad de hacer más lo llevó a aprender la técnica para realizar audiodescripción, ese procedimiento que nos ayuda a los ciegos a poder disfrutar también del cine.
Pero Jimmy nunca renunció a su vocación artística. Por eso se atrevió incluso a actuar, con un rol protagónico, en una película hecha en no recuerdo qué país latinoamericano o fue uno de los fundadores de la peña Los palenques, espacio para acoger en el Cotorro a jóvenes trovadores.
Y claro, siempre sacaba tiempo para hacer música. Personalmente me entregó un par de maquetas, una de seis temas suyos en los que él mismo toca las guitarras, el bajo, los teclados, programa la batería y canta, y otro demo en compañía del pianista y también cantautor Raúl Puentes. Algunas de esas grabaciones sonaron en Disco Ciudad, gracias a la pasión de Juanito Camacho por difundir la música cubana que no se promueve entre nosotros.
Aunque en años recientes Jimmy luchó duro contra el cáncer, que al final le ganó la pelea, nunca dejó de ser optimista y fue feliz, porque además de su familia y de su compañera Ania, no tuvo más que los apremios del tiempo en su inexorable batalla contra uno, y no aspiró a más que al atrevimiento de vivir como a quien le queda amor para otro viaje.