Los que soñamos por la oreja
«En los años 90, Marilyn Manson vendía un montón de discos y asustaba a un montón de padres, haciéndose el shock-rocker tipo Alice Cooper en un regodeo de autocompasión gótica. Con su look Methy the Clown, letras como Soy totalitario/Tengo abortos en los ojos, y un sonido de metal industrial, Manson provocaba terror tanto en políticos cristianos como en fans de la música de buen gusto. Llegó a su punto máximo con el glam androide de Mechanical Animals, de 1998, en el que gemía “Somos todos estrellas, en el dope show”, acompañado por una música que sonaba como David Bowie siendo tragado por un compactador de basura. Pero en los 2000, el show se puso un poco demasiado aburrido, incluso para él. Es duro ser el Anticristo Superstar en una época en la que internet y la televisión por cable encuentran todos los días formas nuevas de volvernos locos».
Lo anterior es el comienzo de un reciente trabajo publicado en la edición argentina de la afamada revista RollingStone, a propósito del nuevo disco editado en este 2015 por Marilyn Manson, titulado The Pale Emperor, y con el que el hacedor del archiconocido fonograma Antichrist Superstar da señales de que, al parecer, el personaje que fuese valorado por cierta zona de la crítica internacional como el último rockstar del siglo XX, se ha recuperado de una etapa de franca decadencia.
Hace ya unos cuantos años, por solicitud de una amiga que en los 90 fue devota de Marilyn Manson desde que descubrió su álbum debut, Portrait of an american family, y que ahora es una ya cuarentona que no desea hablen delante de su esposo e hijos de las aficiones juveniles que como rocker ella tuvo, escribí en Los que soñamos por la oreja un trabajo acerca del devenir musical de esta banda, exponente del rock industrial y cuya figura frontal se proyectaba como la representación de la dicotomía entre el bien y el mal, la ambigüedad, la doble moral, todo a través de una estética transgresora que alarmó a no pocos en su momento de mayor esplendor.
Entrados los 2000 y ante la triste realidad de que la industria musical ya había perdido interés en el producto comercial denominado Marilyn Manson, este friki disfrazado de andrógino perdió el rumbo, y así editó varios discos francamente mediocres. Tras la etapa de no encontrar en lo que Manson iba sacando al mercado algo que me motivase a escucharlo, en el presente 2015 me he sorprendido con su CD The Pale Emperor.
Se recoge en el álbum un grupo de canciones escritas por Marilyn Manson en colaboración con el productor Tyler Bates, reconocido compositor de música para películas y videojuegos. No puede asegurarse que The Pale Emperor sea una suerte de vuelta a las raíces, si bien en el material desde el punto de vista lírico se recurre a las viejas obsesiones de Manson, entre ellas, el sexo, la violencia, la tortura, el poder, las drogas, la dependencia y el vacío existencial.
En relación con el sonido que encontramos, en el fonograma apreciamos ecos del grunge de los 90 y pasajes en los que el énfasis se pone en atmósferas siniestras o de terror. No faltan ejemplos de los medios tiempos que tan buenos resultados le dieran al artista en su recordado CD Mechanical Animals. Pero lo que más me llama la atención, musicalmente hablando, viene dado por el empleo de elementos de blues a lo largo de la grabación, algo inédito en las anteriores producciones de Marilyn Manson.
Otro rasgo que me parece digno de ser apuntado es que en el conjunto de los 13 cortes compilados en la grabación (diez canciones y tres bonus tracks a manera de versiones acústicas de piezas incluidas en el disco), se respira una unidad conceptual en lo que nos proponen. Así, por ejemplo, las guitarras no son trabajadas con demasiada distorsión y, por lo general, prevalece un enfoque minimalista, con temas de aire calmado y que hacen del álbum una obra más en sintonía con los códigos del rock clásico, cosa que nunca me habría imaginado en el quehacer de Manson.
Por supuesto que The Pale Emperor no es un disco perfecto, pero sí una muestra de madurez por parte de Marilyn Manson, que a sus 46 años de vida parece que no quiere seguir siendo tan solo un iconoclasta empedernido.