Lecturas
En Cuba, en 1950, ejercían poco más de 4 900 médicos. De ellos, 3 161 lo hacían en la provincia de La Habana, con una población de alrededor de 1 235 000 habitantes. La provincia de Pinar del Río era cubierta por 188 médicos, y 219 asistían a los matanceros. Las Villas disponía de 503 médicos para una población de casi un millón de habitantes, y en Camagüey laboraban 312 de esos profesionales, en tanto que unos 540 atendían a la población de la zona oriental de la Isla.
La mayor parte de esos médicos se concentraba en las ciudades capitales o en las localidades de más relieve. Pocas variaciones tuvieron esas proporciones cuando en 1959 era mayor el número de médicos en ejercicio.
Algo similar sucedía con las clínicas y las casas de salud de los centros regionales. En febrero de 1959 funcionaban 242 de esas instituciones, de las cuales 112, casi la mitad, tenían asiento en La Habana. Contaban con 1 400 000 asociados y tenían en conjunto unas 12 000 camas, de las 22 000 de que disponía el sistema de Salud del país. Esas clínicas recaudaban alrededor de 40 millones de pesos al año, mientras que el presupuesto estatal para la salud pública fue, en 1958, de poco más de 22 millones de pesos.
Por cierto, la primera casa de salud intervenida, en septiembre de 1960, fue La Purísima Concepción, de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana (Dependientes; hoy Hospital Diez de Octubre). Sucedió a partir de ahí algo curioso. Comenzaron a recibir asistencia gratuita allí personas remitidas de otras instituciones de salud, y la recibían asimismo los asociados, que abonaron su cuota mensual hasta agosto de 1969.
A fines de los años 40, la capacidad hotelera cubana era de poco más de 5 800 habitaciones. De ellas, 4 000 estaban en la capital. En Matanzas, incluida Varadero, se registraban poco más de 500 habitaciones. Muchos de las edificaciones que las acogían eran inadecuadas y obsoletas, como se reconoce en un Decreto Presidencial de mayo de 1948.
La construcción de nuevas instalaciones se mantenía prácticamente estancada, pese a que el número de turistas pasó de 114 885 en 1946, a 188 519 en 1951. Después del golpe de Estado de 1952 Cuba se abre a otros intereses. Hasta 1958 se construyeron o remodelaron aquí 3 152 capacidades de alojamiento. En 1959 el Directorio Hotelero consignaba 125 hoteles, con 7 728 habitaciones.
Unos 223 000 turistas extranjeros vacacionaron en Cuba en 1956. Otros 272 000 lo hicieron en el 57, y al año siguiente la cifra descendió a 212 000. La mayoría de ellos, por supuesto, eran norteamericanos.
La llamada Compañía Cubana de Electricidad tenía 769 000 clientes en 1958, que se extendían por unas 300 localidades, cuya población era de alrededor de tres millones de habitantes. Tenía una capacidad instalada de 429 000 kilowatts, que representaba cerca de la mitad de la totalidad del país, y generaba el 90 por ciento de la electricidad que se comercializaba.
Su control sobre el marcado permitía al pulpo eléctrico imponer precios que eran el doble y hasta el triple más alto que los prevalecientes en EE. UU. El alto precio promedio para usos industriales, de alrededor de 3,5 centavos por kilowatts-hora, estimuló, aseguran especialistas, la autosuficiencia energética en la mayoría de los centrales azucareros y otras industrias, como la del níquel, la textilera Ariguanabo y la Rayonera de Matanzas, entre otras.
Sus ventas en 1956 aumentaron un 12 por ciento con relación al año anterior y un 47 por ciento sobre las de 1952, aumento motivado sobre todo por el crecimiento del sector residencial, estimulado por el auge de las construcciones.
Según The Gilmore, manual azucarero de Cuba, de 1952, en ese año había en la Isla 161 centrales azucareros con una producción de 48 324 621 sacos (de 325 libras cada uno).
Según la misma fuente, considerada en su tiempo la biblia del sector, la provincia más azucarera fue la de Oriente, con 41 ingenios y una producción de 13 780 831 sacos; seguida muy de cerca por Camagüey, con 24 centrales y 13 396 403 sacos. Le seguían Las Villas, con 50 ingenios y 9 876 000 sacos; Matanzas, con 24 ingenios con 5 532 000 sacos, y La Habana, con 13 centrales y 3 877 000 sacos. Cerraba la lista Pinar del Río, con nueve ingenios y 1 860 000 sacos.
Había verdaderos colosos entre esos ingenios, tales como el Delicias y el Manatí, el Tánamo y el Santa Lucía, todos en la provincia oriental, y el Jaronú y el Morón, en Camagüey… en tanto que en La Habana sobresalían el Gómez Mena, el Hershey y el Toledo. Al lado del central España, en Matanzas, ingenios como el Nela y el María Antonia eran, por sus cortas producciones, prácticamente de bolsillo.
En cuanto al tabaco, las marcas de mayor producción en 1958 fueron H. Upmann, de Méndez, García y Cía.; Partagás, de Cifuentes; La Corona, de Tabacalera Cubana; Gener, de Palicio; y Romeo y Julieta, de Argüelles. Totalizaron 68 000 000 de unidades.
En cuanto a los cigarrillos, los hijos de Domingo Méndez (Regalías El Cuño) eran los más poderosos, seguidos por los hermanos Trinidad (Trinidad) y Ramón Rodríguez (Partagás). Continuaban en orden descendente Tabacalera Cubana (La Corona), Martín Dosal (Competidora Gaditana), Méndez, García y Cía. (H. Upmann), Calixto López (Edén) y Villamil y Santalla (Royal).
No llegaban a 20 las casas de socorro que funcionaban en La Habana, y esa cifra incluía las de Guanabacoa, Regla y Marianao. Las subvencionaban los municipios. El materno América Arias (Maternidad de Línea) era administrado también por el Ayuntamiento de La Habana, al igual que el Hospital de Emergencias, el Infantil de la calle G y el clínico quirúrgico de la Fuente Luminosa. No faltaban la iniciativa privada ni la caridad pública. Muchachas provistas de alcancías de lata recogían dinero en la calle par de días al año, uno para engrosar los fondos de la Liga contra el cáncer y otro para los de la Liga contra la ceguera.
Si la mal llamada Compañía Cubana de Electricidad tenía casi 7 500 empleados en toda la Isla, la Compañía Cubana de Teléfonos, una de las firmas más poderosas que operaba en el territorio nacional y monopolizaba el servicio telefónico, contaba con más de 3 000.
Entre 1945 y 1952 se duplicó la cantidad de aparatos telefónicos: la cifra superó los 132 000, lo que se tradujo en uno por cada 43 habitantes en el país y uno por cada diez habitantes en La Habana.
Sin embargo, a partir de 1952 se estanca la instalación de nuevos teléfonos. La Compañía pedía un aumento en las tarifas, que eran las mismas desde 1910 y que, por disposición del presidente José Miguel Gómez al darles la concesión, no podían ser alteradas. El Gobierno de Batista quiso modificar la cuestión en favor de la Compañía y acordó extenderle la concesión por otros 35 años, en los cuales entraría en vigor un nuevo sistema de servicio medido o de pago por llamada, bajo el compromiso de la empresa de invertir 55 millones de pesos para instalar 83 000 nuevos teléfonos. El acuerdo no llegó a entrar en vigencia. Como diría el trovador Carlos Puebla, «llegó el Comandante y mandó a parar».
Vale aquí una aclaración. Se dice que, en pago de la concesión, la Compañía obsequió a Batista un teléfono de oro. No hay tal. El escribidor vio ese aparato; está en el Museo de la Revolución. Es un Kellogg corriente, con un baño de oro, un enchape que va desprendiéndose a causa del tiempo.
Era una de las cinco filiales en Cuba y una de las dos grandes del sector de los servicios bajo el control del grupo financiero de los Morgan, en sociedad con Rockefeller-Stillman, cuya casa matriz era la ATT, la mayor corporación no financiera del mundo, y donde los Rockefeller tenían fuertes intereses, apunta Guillermo Jiménez en su libro Las empresas de Cuba, 1958.
Cuba es el primer país que contó con esa maravilla del teléfono automático. La primera planta eléctrica que operó en Cuba lo hizo en la ciudad de Cárdenas; se inauguró el 7 de septiembre de 1889, siete años después de la primera planta instalada en Nueva York.
En octubre de 1956, la empresa eléctrica cubana anunció que comenzaría las obras para construir en la Isla una central atómica de 10 000 kilowatts, primer anuncio de un proyecto así en la Isla; que después se abandonó.
La quinta de Dependientes era, en 1958, el mejor centro médico del país, por el alto nivel científico de su personal médico y su calidad humana.