Lecturas
El Jefe de Información del diario Heraldo de Cuba llamó a su mesa de trabajo al reportero Pedro Manuel García y le mostró el telegrama que acababa de recibir. Lo remitía el corresponsal de dicho periódico en Campo Florido para dar cuenta del hallazgo en la playa de Boca Ciega, al oeste de La Habana, de un esqueleto humano totalmente calcinado que fue enterrado en la arena y que, por lo superficial del enterramiento, los perros jíbaros pusieron parcialmente al descubierto.
A 50 metros del mar y a unos 200 de la casa de vivienda más cercana, entre hicacales, el hallazgo de un fémur y una tibia dieron inicio a la investigación de un suceso que en su momento no llegó a ser esclarecido del todo, y que casi cien años después sigue siendo uno de los enigmas más impenetrables de la Policiología cubana.
Confesó Pedro Manuel García en sus Memorias de un viejo reportero de policía que, acostumbrado a relatar casos que comenzaban para el periodista con la aparición de una osamenta humana, aquella noche del primero de agosto de 1924 se interesó de inmediato en el asunto y llamó a Rafael Blanco Santa Coloma para que lo acompañara al lugar del hecho, que supuso un crimen espantoso.
García «cubrió» durante más de 50 años el sector policial y se le considera uno de los pioneros de la crónica roja en Cuba, junto con Varela Zequeira, Guillermo Herrera y Rafael Conte. Santa Coloma era entonces el niño terrible de la fotografía cubana: todos lo deseaban y todos le temían. Esta página tiene como fuente sus recuerdos.
La llegada de los reporteros coincidió con el arribo de los médicos forenses, quienes dictaminaron que se trataba de los restos de una mujer de entre 25 y 30 años de edad, aunque no podían deducir el tipo de muerte que había recibido: ¿Fue la víctima objeto de un crimen inenarrable, o se suicidó dándose candela? Se abrían dos líneas de investigación. Se buscaba al autor del crimen que luego incineró a la muchacha y la enterró, o a un sujeto que la enterró luego de encontrarla ya cadáver.
La idea de un suicidio mediante fuego se hubiera justificado con el hallazgo de un cuerpo incinerado, pero ese no era el caso. Se trataba de un cuerpo calcinado que fue enterrado en la arena para ocultar un delito. De acuerdo con esta hipótesis, creció la creencia de que la muchacha fue asesinada brutalmente, quemada después y enterrada.
La Guarda Rural avanzó en la pesquisa hasta donde pudo. Crecía la alarma en la ciudadanía y la opinión pública reclamaba resultados cuando Alfonso L. Fors, jefe de la Policía Judicial, junto con el detective Mariano Torrens, asumieron el asunto. Pronto hubo una luz al final del túnel. Un bodeguero de Guanabo tenía algo interesante que aportar a la Policía. El 24 de julio, siete días antes del hallazgo de los restos, un sujeto de estrafalaria presencia le había vendido, por 20 pesos, varias piezas de ropa de mujer. El raro personaje confió al propietario de la bodega La Viña que le urgía el dinero para embarcarse en un viaje de exploración por las Antillas. En agradecimiento por el dinero recibido, el sujeto regaló al comerciante dos libros. Al comienzo de cada volumen había una tierna dedicatoria: «To Miss Dawn. From Capitain Ibeu Monsi. Cuba, 3.1924».
Fors se hizo preguntas lógicas. ¿Quién es Miss Dawn, quién el capitán Ibeu Monsi? En inglés dawn significa amanecer, inicio del día, aurora, nombre femenino que retuvieron los investigadores. Quizá así se llamara la víctima. Mientras que Ibeu Monsi parecía uno de esos apelativos tras los que se ocultan los grandes criminales.
La Policía trabajaba sin descanso día y noche. El propietario de un restaurante vegetariano de la calle Neptuno proporcionó detalles de interés. Mostró cartas y tarjetas dirigidas a Monsi firmadas por la misteriosa Miss Dawn. Revelaban un amor apasionado. Precisó que se trataba de un capitán del ejército canadiense nacido en Senegal, un tipo que solo comía vegetales y dormía en las azoteas. Precisamente, había pasado por allí a despedirse; viajaría a Centroamérica.
Fors tiró entonces la línea que iba desde Monsi hasta Aurora Méndez del Castillo, de 26 años de edad, Doctora en Pedagogía y estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana, reportada como desaparecida. Pero ya Monsi no podía ser apresado. A bordo del vapor Cuba, había salido de la Isla por el muelle del Arsenal, con el nombre de Robert Moore, norteamericano.
La historia era mucho más larga. Monsi no era Monsi ni canadiense. Se llamaba en verdad Emilio Vicente Driggs y había nacido en Gibara. Cuando todavía no era Monsi, tuvo que salir de Gibara por ladrón. En Mayarí raptó a una linda menor que no tardó en abandonar. La familia de la muchacha lo denunció. Pudo escapar, pero lo encausaron en rebeldía. Se enroló en un barco y viajó por el mundo: China, India, Japón... Aprendió inglés y chino, y en 1920 volvió a Gibara ya con su nombre falso, un casco blanco, una cámara fotográfica y unos binoculares colgados al cuello. Hablaba el español con acento y pronunciaba conferencias sobre temas históricos y geográficos. No tardó en hacerse de un círculo de admiradores que lo escuchaban sin sospechar que aquel sujeto era tan guajirito como ellos. Todo muy bien hasta que su madre lo reconoció en un parque.
Driggs la rechazó. El incidente, sin embargo, llegó a oídos de las autoridades, que procedieron a su detención y traslado a Santiago de Cuba, donde la Audiencia, por el asunto de la menor burlada en Mayarí, lo sentenció a un año, ocho meses y 21 días de reclusión, y a indemnizar a la muchacha.
Salió de la cárcel el 4 de octubre de 1921 y se trasladó a Puerto Padre. Volvía a ser el explorador Ibeu Monsi, y allí, luego de impartir una conferencia que fue fuertemente ovacionada, las clases vivas locales lo invitaron a un baile, en el que Monsi se convirtió en la figura central de la noche. Fue allí donde conoció a Aurora, de pelo negro y sonrisa adorable, que hablaba a la perfección el inglés y el francés, una verdadera joyita. Se hicieron inseparables hasta el día en que Monsi desapareció de Puerto Padre y horas después desaparecía también Aurora. Se rencontrarían en La Habana.
Nunca ha podido saberse por qué la mató. Ni cómo. Se especula que él, enamorado verdaderamente de la muchacha, decidió no ocultarle su identidad y le reveló el final del verdadero capitán Monsi. Ella, desencantada, lo increpó con dureza y lo amenazó con la Policía. Entonces él optó por matarla, quemar él cadáver y esfumarse del lugar. No faltaron los que afirmaron que ella, fuera de sí por las confesiones de su amante, viendo su vida deshecha, roto su sueño y llena de pesar y vergüenza por el «qué dirán», decidió privarse de la vida, incinerándose. Y fue el temor de que lo acusaran de la muerte de la muchacha lo que lo empujó a deshacerse del cadáver.
Pese a saberse que el presunto Monsi salió de Cuba bajo el nombre de Robert Moore, nacido en Pasadena, soltero y de 35 años de edad, y que luego apareció en California como Pantaleón Ramos, natural de Canarias, las autoridades de la Isla no alcanzaron nunca a echarle el guante. Tampoco se comprobó la autenticidad del mensaje en el que el tal Pantaleón pedía al capitán Fors que dejara de perseguirlo, pues decía, «aunque soy en verdad el capitán Ibeu Monsi, señalado como autor de la muerte de Aurora, lo cierto es que me siento morir». Cuando se habían corrido ya los trámites para su extradición, falleció el presunto culpable.
Todo parece indicar que existió un genuino capitán explorador canadiense con ese nombre, y que llegó a conocer a Driggs cuando, en viaje de estudios, se dirigía a Cuba en un barco inglés. Driggs, con su habilidad proverbial, logró intimar con el capitán, quien confió al gibareño los pormenores de su viaje, el propósito que lo animaba y los resultados que obtendría, sin olvidar la jugosa bolsa en metálico con que se le recompensaría. Se afirma que, aprovechándose de la madrugada, Driggs estranguló al auténtico capitán Monsi y lo arrojó al agua. Tomó su uniforme, su documentación y desembarcó en Cuba suplantando la personalidad del explorador canadiense.
Es la versión de una leyenda difícil de comprobar. Pero, ¿quién niega que Emilio Vicente Driggs tuviera suficiente maldad para realizar tal hecho?