Lecturas
Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes —Mario Moreno—, el creador del gustado personaje de Cantinflas, dejó a su muerte, en 1993, unas 50 películas. Su trabajo fue reconocido, en 1956, con un Globo de Oro.
No es su quehacer artístico el tema de esta nota. El cronista dedicará la página de hoy a los amores de Mario Moreno con la gran vedette cubana Rosa Fornés, tal como los contó ella misma en sus memorias, inteligentemente recogidas en el año 2001, por el escritor Evelio R. Mora.
Rosa fue la mujer más anhelada de Cuba y posiblemente la mejor vestida, pero sobre todo una figura que supo ir con su tiempo. Entre muchísimas obras de arte, reservó una de las paredes de su casa para colgar las fotos de la gente que quiso… Pedro Vargas, Libertad Lamarque, Ernesto Lecuona y otras muchas de ella misma sola o en compañía de Jorge Negrete, Pedro Infante, Benny Moré, Adolfo Guzmán, Armando Bianchi… Entre todas, la de Cantinflas, a quien tanto amó, ocupaba un lugar especial.
En 1944 llegó Mario Moreno a Cuba contratado por CMQ-Radio. Ya su fama era enorme y la emisora, aparte de las propuestas radiales, montó un espectáculo de variedades a fin de obtener las mayores ganancias posibles de la presencia en La Habana del astro mexicano. Las funciones se llevarían a cabo en el teatro Alkázar, de Consulado y Virtudes. Rosa Fornés fue contratada para asumir el rol de la contrafigura femenina del espectáculo.
Recordaba Rosa en sus conversaciones con Evelio R. Mora:
«Los empresarios no dejaron nada a la casualidad. Junto a (Gaspar) Pumarejo, que entonces fungía como director de programación de la emisora, debí recibir a Cantinflas al pie de la escalerilla del avión. Al principio puse un poco de objeción a la idea del recibimiento porque en verdad no me gustaba eso de los saludos y las bienvenidas, tal vez por mi propia timidez… no sé. Lo cierto es que se lo comenté a Pumarejo: “Escucha, no tengo deseos de ir al aeropuerto a lo del recibimiento, es mejor que vaya otro”. Pumarejo me atajó: “¿Y a quién voy a llevar? ¿A los hermanos Rigual? ¡Con lo feos que son!”. Aquella salida me desarmó. Fue tan espontánea que me arrancó una carcajada y no tuve más opciones que irme para el aeropuerto».
Cantinflas se alojó en el Hotel Nacional y Rosa llegó a su casa feliz de haber conocido al famoso actor. Al día siguiente, por la mañana, comenzarían los ensayos. Todo el elenco estaba en función del gran cómico. El mexicano se proyectaba como la estrella indiscutible del conjunto y reclamaba el mayor protagonismo. Era un guion trabajado con rigor e incluía cantos y bailes. Recalca Rosa que tuvo la fortuna de actuar, cantar y bailar con él.
¿Cómo lo recuerda? Comenta:
«Mario tenía entonces unos 30 años, y cuando se quitaba el maquillaje aparecía un joven muy guapo, con las palabras a flor de labios, los ojos negros tristes y un rostro bondadoso que invitaba. Años después, cuando conocí al Che (Guevara) me recordó a Mario. Se parecían. Sí, siempre estuve segura del parecido físico entre ellos».
Jorge Ricardo Masetti, en su libro Los que luchan y los que lloran —reportaje sobre la guerrilla de Fidel en la Sierra Maestra—, hace la misma observación en cuanto al parecido del guerrillero y el actor.
Rosa y Mario se hicieron amigos. Salían a cenar, paseaban por La Habana, concurrían a reuniones informales, siempre en compañía de otros miembros del elenco o familiares de la muchacha.
«Mario le cayó muy bien a mi familia. Cuando cenábamos fuera o durante las veladas en mi casa, se la ingeniaba para mantener una conversación agradable con mi padre, que reciprocó aquella deferencia con una amistad verdadera. Tras muchas pláticas… convenció a mi padre de la importancia de llevarme a trabajar a México. Durante sus peroratas le dibujaba el camino de glorias que me aguardaba allí, las películas que protagonizaría y los papeles que encarnaría. Ponía mi calidad artística por las nubes y prometió tanto que terminé firmando un contrato para trabajar en México».
Mientras trataba de convencer al padre del éxito de la muchacha en tierra mexicana, «a mí me echaba unos piropos… que si era muy linda, que si le gustaba…». Aun así, nunca se vieron a solas.
«¿A solas? Nunca. Ni a cenar. Mi tía se me colgó del vestido y pasó a formar parte de mi cuerpo. No, no, a solas ni con el rey de España. Eso era imposible. Claro, los enamorados siempre buscan la ocasión, algún segundo de descuido, algún instante fugaz. Pero solo eso, instantes».
Precisa Rosa Fornés en sus conversaciones con Evelio R. Mora que en ese tiempo Mario Moreno estaba casado con una rusa de apellido Ivanova.
«Pero él me prometió, me juró que estaba en trámites de divorcio, que su matrimonio era letra muerta y que estaba decidido a empezar una nueva vida a mi lado. Y yo le creí: una persona enamorada lo cree todo. Así surgió un compromiso formal bendecido por mi padre, que también confiaba en sus promesas y se alegraba de nuestro romance, y digo romance porque en definitiva no pasó de ahí, él nunca me pidió ser su novia y yo jamás le di el famoso sí que se suele dar en esos casos, al menos en esa época. Sin embargo, fuimos mucho más que amigos. Yo lo amé».
Rosa asegura que él también la amó. Y el viaje a México reforzaría la relación. «Ese era mi anhelo y mi fantasía». El viaje no fue todo lo rápido que quería la pareja. No había concluido aún la 2da. Guerra Mundial, Cuba estaba involucrada en la contienda, y Rosa esperó seis meses el permiso de salida que debían otorgarle las autoridades cubanas de emigración. Durante todo ese tiempo, Mario Moreno no dejó de telefonearle un solo sábado. Llegó al fin el día de la salida. Pese a sus contratos de exclusividad, en la CMQ la despidieron con bombo y platillos. Una de sus actrices, declararon a la prensa los ejecutivos de la emisora, viajaba a México para filmar una película con el gran Cantinflas. Allá la recibieron con flores y mariachis. Fotografías y entrevistas. Cantinflas había gastado mucho dinero en publicidad. Él no estaba en México; tenía compromisos de trabajo en Los Ángeles, pero lo había previsto todo. La prensa no sospechaba de su idilio con la cubana.
Rosa y su padre ocuparon una suite en el hotel Généve. La oficina del actor mexicano asumía todos los gastos. Casi enseguida hicieron a la muchacha la prueba de actuación. Tuvo la suerte de compartir la escena con Arturo de Córdova, que le infundió seguridad y la ayudó a manejarse. Pasó la prueba, pero no le dieron el papel porque no iba con su tipo de rubia natural. Lo asumió Lilliam Michel, que despuntaba entonces, y Rosa obtuvo el protagónico de El deseo, filme de Chano Urueta con la interpretación masculina de Emilio Tuero. Regresó Cantinflas a México y se desvivió en atenciones con Rosa Fornés y su padre. Se mostró maravilloso con ella. Paseos, noches en los mejores cabarés, cenas en Ciru’s, el local entonces de moda donde se reunía la farándula y los hombres del mundo del espectáculo.
«Prometió, prometió y prometió, pero mi padre, que no era nada tonto, me dijo una noche, poco antes de concluir la filmación: “Este señor no tiene intenciones de divorciarse, de modo que nos vamos para Cuba”. Mi padre comprendió que Mario no mostraba sus cartas limpiamente. Además, debo decirlo, él era experto en “descubrir” estrellas de otros países y llevarlas a triunfar a México».
Expresa Rosa Fornés en sus memorias publicadas por Evelio R. Mora:
«Sufrí cuando lo supe porque me había ilusionado mucho. Traté de sacarlo de mi mente, borrarlo, pero no pude. Ese amor se quedó vivo dentro de mí, y la prueba es que cuando yo regresé a México, un año después, todavía perdía el habla al verlo. Y siempre lo veía. Él me llamaba: “¡Rosquita, ¡Rosquita, espérame!” y a mí se me incendiaba el pecho. Muchos años después todavía me sentía así cuando lo veía».