Látigo y cascabel
No es secreto para nadie que a un gran número de artistas plásticos cubanos, sobre todo a los noveles, les resulta cada vez más difícil desarrollar y promover su obra. Al inconveniente de no tener dónde adquirir materiales y herramientas óptimos (las tiendas especializadas para hacerlo están habitualmente desbastecidas, facturan a precios elevados y no poseen variedad y calidad en los productos que ofertan), se suma otro mayor: ¿qué hacer con las piezas una vez terminadas? ¿Dónde exponerlas o comercializarlas, si el estado actual de la mayoría de las galerías es malo en cuanto a infraestructura?
Exceptuando al Museo Nacional de Bellas Artes y a un grupo de galerías para la promoción, que fueron reparadas en 2008 y dotadas con medios de proyección adecuados (Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, Fototeca de Cuba, Centro de Desarrollo de las Artes Visuales), pocas son las que cumplen con los requerimientos mínimos de tecnología, montaje e iluminación para alcanzar la calidad en la presentación de las muestras. Sin mencionar que algunas están cerradas desde hace varios años y otras en muy mal estado, como La Acacia —con una función comercial—, que presenta peligro de derrumbe.
La situación a nivel provincial y municipal es mucho más crítica. Si bien muchos de los centros provinciales se encuentran en estado aceptable desde el punto de vista constructivo, la mayoría carece de iluminación adecuada, medios tecnológicos y recursos presupuestarios, y eso afecta la creación.
Rubén del Valle, presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, aseguró a JR que de las 113 galerías subordinadas a las direcciones provinciales de Cultura, 79 se encuentran en regular y mal estado constructivo, lo cual reduce las posibilidades de dar a conocer la obra de los artistas y, por consiguiente, seguirle el pulso a lo que en materia de plástica sucede en Cuba.
En Las Tunas la galería de Puerto Padre debe ser rehabilitada totalmente por daños de ciclones, filtraciones en cubiertas y humedad en paredes. En Santiago de Cuba, la Oriente espera por una reparación, al igual que otras como Mella, Palma Soriano, Guamá y San Luis; en Granma, la de mayores problemas constructivos es la de Campechuela; y en Matanzas se están dando pasos para la rehabilitación de su Centro Provincial de Artes Plásticas y las galerías de Jagüey Grande y Colón.
No se trata ahora de pretender repararlas todas de inmediato y dotarlas con las condiciones técnicas y de presupuesto; eso, en los momentos actuales es una utopía (mucho más cuando la situación de las casas de Cultura es aún peor), pero sí de pasarles por encima a los planes de inversión a largo plazo que existen en los territorios y ofrecer de manera más inmediata alternativas viables que resulten paliativo a la problemática.
Es cierto que las dinámicas de las artes visuales y de otras expresiones artísticas están determinadas por variables socioeconómicas resultantes de la situación del país. Sin embargo, esto no justifica la falta de iniciativas y empuje para encontrar soluciones. En Villa Clara, por ejemplo, cuando se cerró el Centro Provincial no dejaron de exponerse obras de artes plásticas, pues sus promotores buscaron el espacio para hacerlo.
Pienso, por otra parte, que en lugar de alimentar la insostenible filosofía de una sede propia para cada objetivo, deberían crearse centros culturales polifuncionales para esta manifestación del arte, considerando que existen instalaciones con condiciones para ello. Esa podría ser una solución a corto plazo.
Hay también que repensar las estrategias de vínculos entre los creadores y las instituciones, y estudiar las vías de comercialización, haciendo énfasis en la especialización del promotor y el galerista, pues para darle a una obra el valor que merece se necesita entender primero sus esencias. Salvo Galería Habana, el resto de las que se dedican en el país a comercializar arte no cuentan con el nivel requerido para ejercer esa función. La falta de especialización y condiciones impide posicionar adecuadamente a nuestros artistas en el mercado internacional y deja espacio para los que lucran desde afuera con nuestro arte y lo manejan según sus gustos, con fines de compraventa. Es preciso recordar la máxima martiana de «quien compra manda, quien vende sirve».
Tan importante es que nuestros artistas cuenten con espacios adecuados para exhibir sus obras, como que se promuevan creaciones acordes con la dimensión humanista y la expansión social de la creatividad. Hay que desarrollar un mercado donde no se sacrifique lo más auténtico, y en el que los promotores y galeristas respondan a la esencia soberana de la nación y a los intereses de quienes sostienen la diversidad del arte cubano.