Látigo y cascabel
La estética popular, decía Bourdieu, es regida por la escasez de recursos económicos y por la necesidad de adquirir cosas prácticas y funcionales. La afirmación explica de cierta manera una realidad constatada, incluso, en un estudio realizado por el Centro Cultural Juan Marinello: en materia de consumo cultural las artes plásticas ocupan uno de los últimos lugares en la preferencia de los jóvenes.
Sin embargo, el asunto va más allá de una cuestión monetaria para instaurarse en el ámbito de las percepciones. La mayoría de las personas, sobre todo las más jóvenes, prefiere irse a bailar, disfrutar de una buena música o ver televisión antes que asistir a un museo o galería de arte. Cuestión de gustos, dirán muchos. Pero ese gusto que marca cada elección que hacemos en la vida cotidiana, se forma desde la más temprana edad, tanto en el seno familiar como en la escuela.
La percepción del arte debe comenzar por la educación primaria y continuar en todos los niveles de enseñanza. Es cierto que en la asignatura Educación Artística, que se transmite por el Canal Educativo, las artes plásticas ocupan un lugar importante; pero los profesores que están en las aulas para complementar lo que el alumno recibe por televisión no siempre tienen una adecuada preparación.
Pueden y deben los maestros contribuir a formar un público para esta manifestación, pues ello redundará en beneficio del desarrollo intelectual y espiritual de cada sujeto. Una eficaz forma de promover el conocimiento es fortalecer los vínculos entre las escuelas y las galerías. Tamaña tarea no debe dejarse solo en las manos de los educadores. Las instituciones culturales, los medios de comunicación y los artistas deben jugar un papel preponderante.
Faltan programas de televisión que estimulen el interés hacia esta manifestación y, al mismo tiempo, eleven la percepción estética del público. Falta también —y si existe no funciona— una estrategia que articule cada una de las partes que intervienen en esa formación del gusto estético.
Para que una persona entre a una galería tiene que sentirse motivada hacia la producción simbólica que va a ver y tener un entendimiento del arte. Duele que un creador dedique más de un año a preparar una muestra que disfrutarán unos pocos, aun cuando esté expuesta varias semanas.
Desde el Consejo Nacional de las Artes Plásticas se están potenciando proyectos de creación que ponderan la relación con la comunidad. Los liderados por artistas apuntan a un contacto directo con el pueblo. Sin embargo, estas acciones no son sistemáticas.
A diario se inauguran exposiciones y una gran parte de la población ni siquiera se entera. Sin mencionar que la posibilidad de seguirle el pulso al arte contemporáneo se ve reducida ante el cierre de galerías y la suspensión de eventos que daban espacio al arte joven.
¿Cómo aspirar a que exista un público consumidor de artes plásticas contemporáneas si, más allá de las buenas intenciones, los mecanismos de educación y promoción continúan fallando?
No se incentiva en cubanos y cubanas la necesidad de disfrutar de las artes plásticas. Menos aún de tener una obra en casa. La causa de que algunos de los que pueden comprar la obra de arte inviertan su dinero, por ejemplo, en un tapete bonito sin valor artístico está anclada, sobre todo, en una pobrísima educación del gusto.
Se sabe, por otra parte, que no existe un coleccionismo nacional, aun cuando se está estimulando el institucional, y eso pone en juego el futuro del patrimonio cultural de la nación, porque la mayoría de los compradores proceden del extranjero.
La cuestión no está en decir a quién vender o no — porque de pan también vive el hombre—, sino en enamorar al público con esta manera de crear. La Bienal de La Habana ha demostrado que sí se puede. Cientos de personas que nunca habían entrado a una galería lo hicieron por vez primera durante las bienales que se han celebrado en el país.
El público se resiste a consumir arte contemporáneo, fundamentalmente, por falta de acercamiento. Orientarlo en materia de plástica, incentivarlo para que asista a exposiciones e incluso para que tenga en su hogar la reproducción de una pieza de alto valor artístico es también una manera de fomentar el desarrollo de una sociedad más culta, bella, próspera y feliz. Pero es más fácil criticar que educar.