Látigo y cascabel
—¡Zas, zas, zas, zas!
Desde la tarima, el cantante de la reconocida orquesta ha decidido que ya es hora de que los bailadores, hasta entonces gozosos, dejen de sudar al ritmo de la mejor música cubana, esa que la centenaria agrupación de marras bien sabe ofrecer. Por un momento, el intérprete, dueño de una voz envidiable para sonear de lo lindo, quiere que el público lo atienda, que lo secunde con las palmadas y... ¡zas, zas, zas, zas!
Ya la mayoría dejó de mover sus pies con esa manera tan peculiar como lo hacen los cubanos, para seguirle la rima a uno de los protagonistas de esta historia, que se repite por doquier, y con demasiada insistencia, en las fiestas populares del patio.
—¡Qué levanten las manos las señoritas! (si es que hay)...
—¡Qué levanten las manos los que quieran tener dinero en el Banco! Pero que no sea cubano...
Y así, tal parece que el bailable dejó de serlo para convertirse en una sesión de ejercicios aerobios, cuyos «profesores» olvidan que, desde la hora en que actúan para otros se convierten en paradigmas, en creadores de imágenes, de sentidos, y por tanto su aporte es esencial en cuanto al desarrollo del imaginario social, de la educación de otros, de sensibilidades.
Ya debo tener fama de timorato, entre los lectores de Látigo y cascabel. Pero les aseguro que entiendo perfectamente la urgencia de que lo que percibamos como parte de nuestro quehacer satisfaga nuestras necesidades materiales y espirituales.
Recuerdo ahora mismo a mi amigo siempre presente Rufo Caballero cuando, testigo de una situación similar expresó: «He dicho mil veces, y sostenido, que calidad de vida es calidad de emociones; soy de los que defienden el proyecto de la soberanía desde la flexibilidad económica y la respiración social. Plenamente. Pero confieso que me sentí ajeno cuando escuchaba a algunos jóvenes clamar, vociferar por el dinero como uno de los valores primeros de la existencia. Llegué a preguntarme: ¿Dónde fue que nos equivocamos?».
Amante furibundo, al igual que yo, de la cultura popular, imagino que el notable crítico, también se hubiera sentido muy extraño, al ver que el show continuaba, pero ahora al mando de la única intérprete mujer de la agrupación, quien convidaba a las féminas a unírseles en la plataforma.
Entonces sí el «espectáculo» alcanzó un clímax de pena, con esta escena que dudo que alguien que haya participado en un bailable no conozca. Es bochornoso cuando se ignora olímpicamente ese reclamo de tantos que velan porque se traten cabalmente las problemáticas de género, y se continúe presentando a la mujer como objeto sexual.
Lo más alarmante ya no es solo que abunden las que se apuntan para participar en «competencias», donde resulta «vencedora» quien consiga con más desparpajo separar del cuerpo las cadenciosas caderas y permanecer físicamente intactas.
En verdad, lo más inquietante es que parta justamente de ellas tal incitación a la violencia, al irrespeto. Y con tristeza uno se percata de que escenas como las descritas resultan cada vez más frecuentes, a partir de la excitación que provoca buena parte de los intérpretes.
Son esas concesiones que se hacen, una y otra vez, en función de lograr un éxito fácil, pero siempre efímero, porque nada tiene que ver con la tradición espiritual de la cultura cubana.