Látigo y cascabel
Dichosos aquellos que puedan tener el privilegio de poder andar por este mundo rodeado de buen arte. Es como si a uno la existencia se le hiciera más «ligera», más feliz, cuando el disfrute del entorno se asocia al placer y despierta emociones. Y ello puede ocurrir, incluso, sin que tengas plena consciencia de que se eleva ante tus ojos una obra artísticamente extraordinaria.
Me sucedió durante años, mientras estudiaba en el Instituto Preuniversitario Luis Urquiza Jorge, de Las Tunas, y quedaba embelesado a diario con aquella pieza elaborada en ferrocemento, de seis metros de altura, en que enérgicos proyectiles deshacían sólidas cadenas.
Tiempo después supe que se trataba de Lucha armada que, al igual que Liberación de los pueblos, venía firmada por el maestro Manuel Chiong Ortiz. Fue entonces cuando comprendí verdaderamente por qué la tierra que inspiró a El Cucalambé también era llamada la Capital de la escultura cubana, uno de los tantos epítetos que le han colocado a la ciudad donde nací, pero que se halla, aunque todavía a algunos lo sientan como aguda espina, entre los que más justicia le hacen.
Es cierto que no solo en el Balcón del oriente se cuecen hermosas y expresivas piezas tridimensionales, como también lo es el hecho de que pocos territorios pueden mostrar orgullosos una historia del movimiento escultórico que se desarrolló en Las Tunas en las décadas del 70 y 80 del pasado siglo, y que aún respira.
Tanto es así que pronto se cumplirán tres décadas desde que este territorio se convirtió en el dueño de una sui géneris Galería taller de escultura, única de su tipo en el país, y que resguarda con celo una colección de originales de la notable Rita Longa, Gelabert, José Villa Soberón, Osneldo García, José Antonio Díaz Peláez, Teodoro Ramos Blanco, Rafael Ferrero, Tomás Lara, Pedro Vega..., por solo citar algunos de los artistas más representativos de este arte en Cuba; un patrimonio cuidado con esmero, que pudiera ser envidiado hasta por el Museo Nacional de Bellas Artes.
Así y todo, quizá muchos de mis paisanos ni siquiera tengan cabal idea de su grandeza, por lo cotidianas, por la manera armoniosa y natural como se han insertado y han engalanado con arte al paisaje, y no notan que con frecuencia son saludados por Díaz Peláez con su magnífico Monumento al trabajo; Sergio Martínez con su brioso Caballito de alambrón soldado; Guarionex Ferrer con su imaginativo Árbol y Cinética; Alberto Lescay con su humanísimo Che..., aunque ninguno se equivoque en señalar a la inmensa Longa como la inspirada creadora de esa joya denominada La fuente de las Antillas.
Las Tunas tendrá que recordar por siempre a nuestra inolvidable Premio Nacional de Artes Plásticas, cuyo centenario, el próximo 14 de junio, celebrará esta ciudad que hace tiempo la hizo suya, porque antes la autora de la Virgen del camino y Grupo familiar, se desbordó de amor y entrega para con ella.
Y deberá hacerlo, además, devolviéndole su máximo esplendor a un hoy maltratado conjunto escultórico que, 35 años después de emplazado, exige que la leyenda del Cacique Jaías se le siga contando a las nuevas generaciones.
Esas mismas que en estos años han tenido la suerte de formarse como excelentes creadores en esa emblemática Escuela Profesional de Artes Plásticas (actualmente diez de sus egresados se superan en la Universidad de las Artes) que, en pleno período especial, como ahora, consiguió mantenerse artísticamente fértil, pero que, como la bella fuente de Rita, necesita de una urgente reparación y, sobre todo, que permanezca activa.
De lo contrario, más allá de sensiblerías, estaríamos dándole la espalda y asfixiando a auténticas expresiones de la cultura nacional, mientras sepultamos ese apego por nuestra identidad que nos legó Rita.
Lo hacemos también cuando colocamos en espacios urbanos piezas que no logran la altitud estética de los maestros porque no consiguen la dimensión sociocultural de sus predecesoras; cuando no se estudia la ubicación perfecta, o cuando ignoramos su protagonismo violentándolas con barreras (palmas, luminarias, etc.) y nuevas acciones públicas.
Por suerte, aún en tiempos de restricciones económicas para un arte que requiere recursos, Las Tunas, que jamás decayó en el empeño de continuar tan importante obra, se asume como Capital de la escultura cubana, porque existe la sensibilidad y la voluntad de sus máximos dirigentes y de un pueblo que sigue soñando, porque quienes creyeron en ella supieron esculpir los corazones de sus hijos con un volumen mayor.