Látigo y cascabel
Mi niño está aprendiendo a hablar. Por eso, cuando la Feria del Libro abrió las puertas de sus pabellones, no dudé en recorrer sus vericuetos en busca de literatura dirigida a cada una de las edades infantiles, no importa cuán pequeño sea el lector o si, como mi hijo, aún no sabe leer.
Los encontré acomodados en mi espera. Libros sencillos, que con llamativos colores o acompañados de graciosas tarjetitas, dibujan en sus páginas las primeras palabras que podemos enseñar a nuestros bebés, quienes se entrenan con sus balbuceos en tratar de conjugar sonidos con objetos, órdenes y rostros familiares.
Casa, leche, perro, silla… precisamente lo que andaba buscando: palabras comunes que pudiera sistematizar y enriquecer a la vez el vocabulario de mi iniciado. Se agrupaban organizadas en series donde comulgaban todos los animales del zoológico, medios de transporte, el maravilloso mundo de los vegetales o las partes del cuerpo humano.
Dicen los que saben que el niño se debe iniciar en la lectura incluso desde antes de cumplir su primer año de vida, convidándolo con ilustraciones llenas de colorido, imágenes de objetos familiares que les permitan establecer la conexión entre lo impreso y el mundo que les rodea, e historias con un texto mínimo que se pueda seguir tras la voz del que lee, sin perder un ápice de interés.
Detrás de esta clase de libros debe figurar mucho más que la pluma de un escritor, para convertirse en la labor conjunta de un equipo de logopedas, psicólogos y pedagogos que propicien que cada ejemplar pueda llegar con un determinado propósito, que sea más abarcador que el mero hecho del entretenimiento, y redunde en un desarrollo saludable.
Los libros de colorear en esta etapa infantil son un aliado indispensable que si se diseñan con un marcado sentido pedagógico pueden ser mucho más que una invitación a los pequeños para que ejerciten el control muscular de su mano; y a los más grandes para que demuestren su buen gusto al combinar colores, o asemejar con la realidad el verde en un árbol o el azul marino de las aguas profundas. Las imágenes que invitan a ser pintadas pueden ser verdaderas aliadas para introducir, de una manera divertidísima, al niño en el mundo de los oficios, que en lenguaje infantil se traduce en la mágica frase de «Cuando yo sea grande».
De pie frente a estos y aquellos ejemplares de mi deseo, solo podía pensar en los miles de proyectos que con nuestros recursos, artistas y profesionales pudieran idear y alcanzar.
Entonces el manual de animales favoritos, donde maullaba el gato de Cenicienta y rugía el Rey León, se me trastocó animosamente en el relinchar de Palmiche, junto al gracioso contoneo de la vaca Blanca Rosa. ¿Igual de divertido no sería aprender los colores, los números, las figuras geométricas u otros conocimientos básicos, en la Isla del Coco junto al Capitán Plin, o de la mano de la ocurrente Fernanda, a la par que una sirenita criolla nos descubriera los secretos del mar?
Si estos animados cubanos se han ganado la popularidad entre los chiquitines, ¿quiénes mejor que ellos para acompañarlos por el mágico mundo del saber?
Procurar, guiar y afianzar los hábitos de lectura en los niños que aún no asisten a la escuela es un universo que debería ser más explorado y explotado por nuestras editoriales, como está haciendo Gente Nueva o los Estudios de Animación del ICAIC, que da pasos importantes en este sentido. Son cinco años fundamentales que no pueden pasar sin la presencia de un libro entre sus dedos, que los invite a ser, más que oidores pasivos, activos exploradores de sus riquezas; pues ellos están destinados a ser los ávidos lectores del mañana.