Látigo y cascabel
Como muchos, me he preguntado una y otra vez, por qué el pueblo norteamericano (o mejor dicho, los escasos electores que se tomaron la molestia de votar) fue capaz de mantener en el poder por otros cuatro años a un personaje tan siniestro como George W. Bush. La explicación no es sencilla, pero creo que algunas de las series producidas en ese país, y que en los últimos tiempos han sido transmitidas por la Televisión Cubana, arrojan algunos rayitos de luz.
Viendo con otros ojos propuestas con magnífica factura al estilo de Mujeres desesperadas, Deadwood, Prison Break o Hermanos rebeldes, por solo mencionar algunas, donde los protagonistas pertenecen a la clase media estadounidense, se aprecia que, si bien en lo económico evidencian amplia desenvoltura, acceso a cosas materiales que en ocasiones solo son adquiridas para mostrar hasta dónde llega su solvencia y poder, en lo moral se comportan como personas individualistas, faltos de escrúpulos con tal de lograr sus objetivos, aunque por ello tengan que acudir a la violencia.
Podría parecer que en estas series todo es ficción, pero sería demasiada coincidencia que en sentido general tengan el mismo modo de enfrentar la existencia. Si algo se hace evidente en estos audiovisuales es la fotografía de una sociedad profundamente dividida en estratos sociales, económicos y raciales, portadora de una violencia lo mismo física que moral y marcada por el consumismo y el amor por lo material. Estos programas muestran un Estados Unidos habitado por personas que conviven pero no se conocen, ni tampoco se reconocen.
Y nada mejor para las grandes transnacionales que velar, por ejemplo, cómo marcha el raiting de estas series para convertir en símbolos a personajes que han logrado alcanzar el añorado «sueño americano», sin importar que quienes se erigirán en paradigmas no son, justamente, un dechado de virtudes.
Explotan, entonces, sin miramientos una industria como la de los juguetes, esenciales para el desarrollo de la personalidad del niño, cuya principal actividad, y a la que dedica más tiempo y, sobre todo, más ganas, energías e ilusión, es al juego.
No es de extrañar que mañana las televisoras del mundo se hagan eco de un alocado adolescente convertido en estrella sanguinaria de una de las tantas masacres en las escuelas de los suburbios norteamericanos, si su entretenimiento favorito durante su infancia fue un Rambo de bombas y metralletas. Para estas empresas lo importante es el business, colmar sus arcas, no propiciar el desarrollo cognoscitivo, físico y social de los pequeños.
Por eso, recientemente, la compañía Madame Alexander echó mano a las protagonistas de Mujeres desesperadas (Desperate housewives): Susan, Bree, Gabrielle, Lynette y Edie, interpretadas con excelencia por Teri Hatcher, Marcia Cross, Eva Longoria, Felicity Huffman y Nicolette Sheridan, para hacer su réplica en juguetes —por lo demás, «muy al alcance» de la mayoría: 129 dólares—, que reproducirán no solo la apariencia, sino el carácter de estas exitosas féminas de la pantalla.
Otro tanto sucedió con la princesa de los escándalos y las drogas, Britney Spears, considerada como un icono de la cultura pop, desde que iniciara su carrera en el verano de 1998. El de la idea fue el artista estadounidense David Johnson —famoso por sus creaciones de hadas góticas y por recrear a asesinos en serie—, quien diseñó una muñeca de seis pulgadas de alto y pelada al rape —como la popular cantante después de una rabieta en estado de súper intoxicación—, con una camisa de fuerza y el cuarto acolchonado como accesorios adicionales.
¡Que todo sea por el negocio!, dirán estos creadores. Aunque si le preguntas a los «genios» dirán que lo hacen por una causa justa, por continuar exaltando el sentimiento de «patriotismo», algo en lo que, a decir verdad, ponen todo su empeño y todo su arsenal ideológico.