Desde la grada
Cientos de kilómetros le parecieron un juguete. Pedaleaba. Con más fuerza que nadie, con más temple que nadie. Incluso cuando el calendario le hizo doblemente pesado cada movimiento de sus piernas privilegiadas y ella, testaruda, seguía ahí, agarrada a los pelotones y al asfalto.
Porque pedalear siempre fue su palabra predilecta, su ilusión y su manera de vivir. Con 40 años todavía empujaba en los trayectos de ruta con la furia de las mejores, en biela o sentada, pegada sobre los codos al timón, dueña de ese cuerpo enjuto que parecía casi una pieza más de la bicicleta.
María Luisa Calle no es una deportista perfecta. Faltaría más. Escaló al podio decenas de veces y retó con peligrosa osadía el paso del calendario, pero también manchó su gloria con el cariz negruzco de sanciones por dopaje, como si ninguna leyenda del ciclismo fuese capaz de decir adiós sin antes poner en tela de juicio sus logros por el consumo de sustancias.
La noticia de su regreso hace algunos meses me dejó absorto. Y no por tener 52 años, que digámoslo con sinceridad, es una cifra considerable para enfrentarse al extenuante mundo de pistas y carreteras. Pero a veces uno, aun sabiendo de quién se trata, se pregunta hasta dónde puede llegar la capacidad de sacrificio de un atleta para retar a su propio cuerpo.
Pensándolo bien, probablemente su círculo cercano le habrá dicho que no volviera a competir, que podría ser nocivo para la salud, que tanta gloria no necesita de finales felices tras la sanción de hace cuatro años por doping.
Los mejores deportistas tienen, sin embargo, la costumbre irrevocable de poner su cuerpo a merced de aquello que aman, sin importar la crudeza de las secuelas. Quizá precisamente por eso sean los mejores.
Y aun con 52 años y la fragilidad física que desprende en apariencia, deberán mirarle con respeto entre los grupos copiosos de las caravanas, vaya en la posición que vaya, solo por el nombre que lleva estampado en la espalda que es, por supuesto, el reflejo de un pasado cargado de medallas y de esfuerzo que las más jóvenes querrán emular.
María Luisa es ejemplo, como lo es también Robert Marchand, que con 109 años todavía pedalea por las calles de Francia, aunque los médicos le sugiriesen la retirada del deporte ¡a los 108!, o Raúl Vázquez, la recordada Locomotora de Colón, que en estos días difíciles deja 150 kilómetros con las ruedas a los 72 y se emociona al confesarlo.
Raúl, Robert y María Luisa deberían ser la primera imagen que venga a la mente de aquellos ciclistas que ven apagadas sus fuerzas sobre el asiento de una bicicleta y buscan en la mente lo que no encuentran en el cuerpo. A ellos el deporte les debe mucho, porque son muestra de que ni siquiera los años pueden quebrantar el apego a lo que uno ama.