Acuse de recibo
Inspirado en la referencia a la hiperdecibelia tan abordada en esta columna, el musicólogo y diplomado en Musicoterapia Jorge Fiallo Salazarte (Estévez 260, apto. 10, entre Infanta y Barbería, Cerro, La Habana) me envía su opinión, que es una joyita:
«Este 4 de abril tu Música obligada me produjo resonancias compartidas con esa queja general sobre la que tanto has insistido. Y pretendo fomentar una con-ciencia de la música para difusores y públicos. Así, ayudo a menguar el vicioso ruido que mata mente, corazón, relaciones vecinales y, no menos importante, capacidad receptiva y expresiva no ya musical, también de comunicación verbal.
«Hay una sordera temporal aguda derivada de la exposición al sonido intenso, que se hace crónica si es reiterada. Esto también resta comprensión del habla por efecto de sorderas como la parcial y la tonal: no percibir sonidos de ciertas frecuencias en la primera, y no diferenciar sonidos distintos en la segunda.
«Un sordo tonal oye hasta la melodía más rica como si se repitiera la misma nota. Y cuando eso le afecta la percepción de la curva de entonación melódica del habla, se pierde la capacidad de percibir y articular, pronunciar mejor y hasta proyectar estados emocionales, como si hubiera un desajuste.
«Una línea de musicoterapia del Centro Tomatis de Chile atiende alumnos con deficiencias de aprendizaje no por factores intelectuales, sino por una menor capacidad auditiva que impide identificar fonemas, aprehender y comprender la materia. Así, todo se afecta por problemas basados en el oído medio y en la capacidad de escucha.
«Muchos no imaginan a los audífonos como culpables de sordera. Y en ellos también deciden los decibeles: una medida de presión sonora, que en el volumen menor del pabellón y el oído medio, a escala, equivale a poner un gigantesco altavoz. El efecto del ruido es proporcional a la distancia y al tiempo de exposición: no es lo mismo sentir un martillo neumático por un minuto u ocho horas, a cien metros o al lado.
«Llegamos así a la queja de Camilo Conde sobre música en un centro de aislamiento con alto volumen por ocho horas en días entre semana o diez el domingo. Y a la respuesta de Yurel Sánchez sobre “política musical” con recesos en el mediodía y al atardecer. Habría que ver a cuántas horas y desde qué distancia se exponen los sonidistas de Los Cocos… y los aislados, que no van allí a vacacionar.
«Y surgen más preguntas, pensando en todos: suponiendo aprobado el recurso por Salud Pública, al menos debía recomendarse música suave y sosegada, apagándola veinte minutos cada hora, como se recomienda en esos casos. Y falta ver la ubicación de los altavoces, por la distancia y la presión sonora en su relación inversamente proporcional. Incluso probando el efecto de música amplificada sobre un lote de maíz, un granjero estadounidense vio cómo las plantas próximas a los altavoces se secaron.
«La respuesta de Yurel me trajo resonancias de ese imaginado “sentir general” que se activa al presentar como santa palabra el fin de la difusión musical de complacer peticiones. Y bien dices, José Alejandro, que en encuestas al paso no siempre la mayoría revela la razón y la justicia, después de preguntarte si en los hospitales se difunde música.
«¿Acaso se escucha hablando a gritos por el sonido intenso de un equipo puesto como para llenar estadios, incluso dirigido hacia afuera del propio hogar? Ojo: más allá de la intensidad del sonido, los caracteres expresivos de la música afectan desde el sistema nervioso central al endocrino, y a todo el organismo, en animales y plantas.
«En fin, siendo ya un hecho comprobado que la música adecuada hace dar más leche a las vacas, ¿cómo podemos considerar menos al prójimo pensante?».