Acuse de recibo
Desde la localidad mayabequense de Güines, en calle 90 No. 7303, el operario dulcero Alexander Brito Rizo confiesa que lleva días sin conciliar el sueño; al igual que sus compañeros de la dulcería La Torre, de esa localidad.
La causa es que el Gobierno municipal decidió crear una nueva panadería-dulcería en divisas y optó por hacerlo en el local que ocupa La Torre. Por ello los envían a laborar a Catalina, a 13 kilómetros de Güines. Y erradican así la única dulcería en CUP de la localidad.
Señala Alexander que la molestia no solo es para ese colectivo laboral, sino también para la población de Güines, pues La Torre es la única dulcería de Güines a precios razonables; y el Director de la Cadena provincial del pan inició ese proyecto sin dar una explicación al colectivo de trabajadores y sin que se les ofreciera una mejor propuesta de trabajo.
«Nos sentimos atropellados e impotentes ante una situación en la que no vemos solución, porque ni el Sindicato ni el Partido dan su apoyo, y acceden al Director de la Cadena», concluye Alexander.
Yoanis Díaz Montero (Paseo Martí 11na., entre Crombet y Avenida Jesús Menéndez, Santiago de Cuba) tuvo un hallazgo el pasado 27 de abril, cuando viajó de La Habana a Santiago de Cuba en la guagua 1278 con matrícula B 180073, de Ómnibus Nacionales, conducida por los choferes Javier y Antonio.
La pasajera quiere felicitarlos públicamente a los dos, porque desde el primer momento del viaje dieron muestras fehacientes de profesionalidad y cariño, amor por la técnica que conducen y, fundamentalmente, preocupación por la seguridad de todos los pasajeros.
«En poco minutos —afirma— nos convertimos en una gran familia. Una de las cosas que dijo el chofer Antonio es que en todos los cursos que pasan ellos y en todas las reuniones que se dan se les inculca y exigen que se debe ser así con todos los pasajeros».
Por contraste, Yoanis manifiesta que todas las tripulaciones del país deben llevar a la práctica lo que se les enseña, «para que cada viaje sea de entera felicidad y no de disgusto, como en ocasiones sucede».
Felipe Núñez Lavastida (Nápoles Fajardo 56, entre Heredia y Cisneros, Arroyo Naranjo, La Habana) posee una moto y en varias ocasiones ha intentado infructuosamente adquirir un motor Suzuki para la misma en la Agencia SASA de 23 y C, en el Vedado capitalino.
Al preguntarle a un dependiente de esta unidad, señala, este le respondió que era imposible, pues ellos se enteraban apenas cuando el camión llegaba con los equipos; y, además, había una cola bien larga que no controlaban ellos, sino «la gente de la calle».
El empleado le dijo, además, que la compra era por orden de llegada, pero siempre había discusiones y conflictos, porque los motores no alcanzan.
«Mi intención —dice Felipe— es poder comprar, y hacerlo al precio de la tienda, pues hay varias personas afuera de ella, pidiéndote hasta 400 CUC por encima del precio oficial.
«Llevo mucho tiempo reuniendo ese dinero para que venga alguien que no trabaja a pedirme tanto por algo que debe estar al alcance de todos en una tienda», concluye Felipe.
¿Las insuficiencias de la oferta ante la demanda continuarán consolidando el mercado negro y todas las turbulencias económicas y morales que le acompañan?
Carlos Camilo Viamontes (calle 282 No. 4711, Arroyo Arenas, La Habana) llevó a su hijo Danielito, por su cumpleaños, a comer al restaurante no estatal sito en calle 42, entre 35 y 37, en el municipio capitalino de Playa.
Danielito padece una rara enfermedad que impide su normal desarrollo. La pasaron muy bien, y cuando solicitó la cuenta Carlos se percató que algo raro sucedía: les cobraban de menos.
Para alertar del supuesto fallo que perjudicaría al restaurante, el padre llamó a la dependienta, que vino acompañada de una señora que supervisaba las labores. Y esta respondió: «No se preocupen, su niño no paga. Es una regla de la casa».
«Realmente no estábamos preparados para esa respuesta —confiesa Carlos—. La emoción nos estremeció, y con ojos húmedos les dimos las gracias; no por no haber pagado por Danielito, sino por encontrar tanta sensibilidad humana en un lugar donde, sinceramente, teníamos la percepción de que el dinero era lo más importante», concluye.