Acuse de recibo
Allí donde los servicios estatales se depauperan y degradan, siempre habrá quien aproveche esos vacíos para lucrar con las necesidades insatisfechas, incluyendo las más perentorias.
Abel Soto Suárez (Calzada de San Miguel del Padrón No. 3012, entre Beltrán y Artola, Jacomino, La Habana) denuncia a Ferrocarriles de Cuba por la experiencia vergonzosa que vivió el pasado 17 de septiembre, en el Tren 13, coche 7, asiento 78, de la ruta Habana-Bayamo-Manzanillo.
«Desde que salimos de La Habana los baños estaban peor que los servicios habilitados provisionalmente en los carnavales: llenos de orina y con heces fecales, con un hedor muy penetrante», revela. Y cuando preguntaron, le respondieron que no había agua potable.
«Empezamos a prepararnos para una odisea que, además, no era gratuita, pues el pasaje tiene valor monetario. Y aunque llevábamos pomos con agua, se fueron agotando por el intenso calor y la imposibilidad de reponer el contenido.
Después de algún tiempo, y convencidos de que aquello no tenía solución por las autoridades de Ferrocarriles, en medio del llanto de los niños y la desesperación de las madres, vieron como en las paradas de Aguacate, Santa Clara, Ciego de Ávila, Camagüey y Martí subían personas con pomos plásticos con agua congelada a diez pesos los grandes y cinco los medianos.
«Una vez más observamos con dolor cómo la desidia de algunos es aprovechada por inescrupulosos que lucran con la desgracia de sus compatriotas. No me acostumbraré nunca a que los cubanos veamos como normales comportamientos mercenarios y egoístas».
Y volviendo al asunto de los vacíos e indolencias que facilitan el lucro de algunos, Abel cuestiona que la Dirección de Ferrocarriles no pueda garantizar en sus trenes recipientes con agua potable, que podría rellenar en las terminales de paso.
No pide, aclara, que de inmediato se adquieran nuevos coches con todas las condiciones, pues comprende que sería una inversión que quizá el país no pueda asumir ahora, pero sí el mínimo decoro de condiciones en los viajes. «Con un poco de sensibilidad de esos funcionarios, precisa, pudiera paliarse la situación».
Concluye identificándose como «un revolucionario consciente, que haría cualquier sacrificio por mi país, pero nuestros líderes no nos enseñaron a presenciar estos barbarismos sin indignarnos. Y yo, como dijo el poeta, yo me muero como viví…».
El peligro que corremos, en Ferrocarriles y en otros sectores de la economía y los servicios, es si, cuando tengamos recursos y financiamientos para reponer la desvencijada tecnología y crear óptimas condiciones, ya hayamos perdido la cultura de la excelencia y del detalle y perpetuemos el desaliño y la desatención en nuevos y flamantes escenarios.
Roquelina Luna (Calle 3ra. entre C y D, Edificio 43, apto. 4, Guáimaro, Camagüey) recientemente fue intervenida quirúrgicamente en el Centro Nacional de Cirugía de Mínimo Acceso, en 10 de Octubre, en la capital.
Refiere la remitente que, luego de un examen exhaustivo y con mucha dedicación en el Hospital de Camagüey, por parte de la doctora Grettel Mosquera, la remitieron al centro asistencial primeramente mencionado, donde, «con mucho esmero y amor me atendió un equipo multidisciplinario y personal paramédico, que por sí solos dicen de la calidad humana de ese colectivo».
Especial gratitud tributa a los doctores neurocirujanos Tania Leyva y su esposo Luis Alonso, quienes le realizaron su cirugía, a todos los médicos, enfermeras y el resto del personal del salón de operaciones y la sala de terapia intensiva.
Hace extensivo el reconocimiento a la sala de hospitalización en el cuarto piso, con un jefe de alta condición humana que se llama Armando y al resto del colectivo. Y concluye realzando al doctor Julio Ruiz, director del hospital, «quien con su ejemplo hace que todos le sigan».