Acuse de recibo
A pesar de la sequía que nos ha azotado y que tampoco ha cesado aunque hayan caído varios aguaceros, en el reparto capitalino Alta Habana, en calle 100 casi llegando al semáforo de Calzada de Aldabó, un salidero llevaba más de dos meses derrochando agua potable las 24 horas del día, cuando me escribió el pasado 11 de octubre, Juan Alfonso, residente en ese barrio, en calle 3ra., No. 15022, entre 7ma. y N, para denunciar paradójicamente la falta de agua.
El remitente relata que en los días anteriores a la visita a Cuba del Papa Francisco, se personó en las oficinas de Acueducto del Sur, y allí le dijeron que ya estaba el presupuesto para eliminar el salidero; pero hasta que no concluyera la visita de Su Santidad los trabajos no se podían realizar, pues es una conductora muy grande, que obligaba a cerrar la calle 100 y desviar el tránsito.
Y el 11 de octubre Juan decidió escribir a esta sección, porque allí permanecía impune el gran salidero.
«Esta situación, plantea, es de conocimiento de la oficina comercial de Acueducto del Sur, que se encuentra en calle E. También es de dominio del Consejo Popular y de la delegada, quien conoce la seria situación de los vecinos de esta zona con el agua.
«No acabo de entender cómo, si Acueducto sabe de esto, no ha elaborado un plan de entrega de agua por pipas, y que para recibir ese servicio uno tenga que dejar de trabajar o usar parte de su tiempo libre para hacer dicha solicitud, cuando se nos debiera ver como clientes».
«Esperamos que si esta queja se publica, los responsables respondan y solucionen dichos problemas, que, unidos a otros de nuestra vida cotidiana, nos causan estrés.
«Por mi parte, no quiero ni me interesa que se personen en mi hogar a explicarme nada. Creo que “la mejor manera de decir es hacer”», concluye. Y este redactor, como cualquier cubano, también está cansado de pretextos y justificaciones. De que la solución venga a remolque de tanta queja, cuando viene.
Roberto López Pérez recuerda lo hermosa que fue la Terminal de Ferrocarriles del poblado de Aguacate, en la provincia de Mayabeque, como muchas otras estaciones de trenes que aún desatan nostalgias entre los cubanos.
Esas estaciones tradicionales tenían una arquitectura muy característica y una estética singular, que concordaban con el rigor, la pulcritud y las eficiencias de trenes y ferroviarios.
Comparto el sentimiento de Roberto, porque hace mucho tiempo es solo un recuerdo la estación ferroviaria de mi pueblo natal, Jovellanos, y aquellos andenes románticos desde donde despedí a muchos seres queridos en mi niñez.
Roberto, quien reside en Avenida 16. No. 2903, entre 29 y 31, en Aguacate, también añora lo impecable de aquella terminal de su pueblo, tanto por su constante mantenimiento y cuidado como por la responsabilidad con que allí se trabajaba.
Sí, porque ya queda solo la tristeza. Hace varios años, por descuido y falta de mantenimiento, estuvo a punto de derrumbarse el portal izquierdo de la terminal. Por la insistencia de los pobladores, se logró que Ferrocarriles de Cuba destinara un presupuesto para su arreglo. Pero lejos de resolverse el problema, se ha prolongado.
«Desde comienzos de año, afirma, lo que se ha hecho es una chapucería. No se acaba. Sigue apuntalada. Fundieron dos columnas como quiera y levantaron el dintel superior y hasta ahí. No tienen o no buscan albañiles para la terminación. Se va a acabar el año y seguiremos cargando con las ineficiencias adquiridas.
«Por si fuera poco, el resto de la instalación la pintaron, en vez de terminar y embellecerlo todo. Con esa curita se quitan la vista de encima. Pero los habitantes de este pueblo no queremos seguir con curitas», plantea Roberto y finaliza pidiendo operaciones a corazón abierto, para salvar lo que «nos queda como patrimonio».