Acuse de recibo
Que una sociedad no puede ser una selva, donde cada quien haga lo que le parezca, sin medir los daños al prójimo; eso lo suscribiría hasta el último cubano. Lo difícil es que se cumpla, cuando las autoridades se hacen de la vista gorda ante perjuicios impunes.
Marlis Duffus Wilson vive en Moncada 817, entre Aguilera y Prado, en la ciudad de Guantánamo. Y en su cuadra existe un taller particular donde se hacen camas de tubos, que funciona prácticamente en la misma acera. Como si fuera poco, las emanaciones de la pintura que le aplican a las camas se expande por todo el barrio.
Marlis, quien tiene dos hijos pequeños asmáticos, al igual que ella, le ha rogado a la persona del negocio que, por favor, pinte dentro de su casa, pues cuando comienza a hacerlo en la acera, hay que cerrar puertas y ventanas.
«Las partículas de pintura, afirma, se meten dentro de mi casa. Ya hasta mis muebles parecen dálmatas. Es una injusticia, porque hasta él tiene un niño pequeño, y no ha dejado de pintar en la acera».
La madre lo ha planteado en las asambleas de rendición de cuentas del delegado, lo ha informado a los inspectores por escrito. «Y nada sucede, enfatiza, mientras yo tengo que pasarme las semanas corriendo con mis niños por falta de aire, bronquitis y demás complicaciones respiratorias».
La remitente se pregunta por qué ni se inmutan las autoridades pertinentes, que debieran poner orden y hacer justicia ante tantos daños a la salud de los vecinos y tanto irrespeto. ¿Lo conoce el Gobierno municipal de Guantánamo, la Policía Nacional Revolucionaria, la Dirección de Inspección y Supervisión Provincial? ¿Lo permiten?
De mis años de infancia, ya extraviados en el tiempo, recuerdo que muchas labores de saneamiento y reparación en la calle se hacían en la madrugada, para entorpecer lo menos posible la actividad cotidiana de transeúntes y vecinos en horarios diurnos.
Lo recordé a partir de la carta enviada por Joana Lima, residente en Acosta, entre Figueroa y Cortina, en el municipio capitalino de 10 de Octubre, quien censura el daño público de esa práctica ya habitual de fumigar en carros en horario de la mañana.
La remitente relata que el transporte obrero de su centro de trabajo atraviesa siempre el municipio de Centro Habana entre las 7:30 a.m. y las 8:30 a.m. Y siempre se topan con el carro de la fumigación, que avanza despidiendo sus emanaciones.
«Siempre se interrumpe el tráfico, porque ni los autos ni los peatones tienen visibilidad para avanzar. Y ello retrasa el recorrido de personas y vehículos. En cualquier momento se produce un accidente por la escasa visibilidad. Y el peligro mayor es que precisamente a esa hora es que se dirigen los niños a la escuela», refiere.
Joana se pregunta si es tan difícil despejarle el camino mañanero a peatones y vehículos, y realizar esas labores necesarias de la fumigación en horario de la madrugada, cuando la mayoría duerme.
Miriam Marcia Torres (Calle 16, Edificio 5, Bloque 35, Apartamento 6, Reparto Versalles, Santiago de Cuba) envió una queja por teléfono al Correo de Carretera del Morro, en esa ciudad, quizás con la duda de que su problema pudiera quedar en una gaveta del olvido.
Pero esa misma mañana la funcionaria de Atención a la Población de dicho correo, Yudaika Fernández, ya había tramitado la queja. Y el repartidor de la prensa, un joven sumamente educado y con mucha vergüenza, que respeta su oficio, estaba en su casa para deshacer el entuerto y solicitar disculpas.
Miriam Marcia no pudo tomar el nombre del muchacho, pero no olvidará la decencia con que vino a solucionar aquel olvido. Ojalá pueda leer el efecto que tuvo su acción justiciera, porque la gente está necesitada de que se le atienda bien, y de que se le reconozcan las buenas acciones, entre tantos olvidos e indolencias.