Acuse de recibo
Cardiopatía severa. Esa fue la terrible marca con la que nació William Javier, hace cinco años, en el Hospital Lenin, de Holguín. Su vida, desde entonces, ha estado en riesgo, y ha sido una y otra vez arrebatada a la desdicha.
Según narra su abuelo, Juan Caballero Sosa (calle 2da., No. 29, Maternillo, Cristino Naranjo, Cacocum, Holguín), casi acabado de nacer hubo que trasladar al pequeño al cardiocentro William Soler, en La Habana.
«Justo a los 20 días de nacido fue intervenido quirúrgicamente, una operación que duró más de 13 horas», evoca Juan. Y seguidamente apunta: «La atención del personal médico con nosotros fue siempre muy buena. Ellos nos explicaron del riesgo que corría nuestro niño y de las grandes posibilidades que había de quedar en la mesa de operaciones o en la fase de recuperación».
También, con claridad y pena, les expresaron los galenos que en esa operación de cada diez casos sobrevivía uno, y que todo el procedimiento médico en cualquier parte del mundo podría costar unos cien mil dólares.
Para la familia, la estancia en el William Soler fue una odisea, por el constante sobresalto en espera de lo peor. Cada vez que llamaban a los familiares de William Javier, esperaban el fatal desenlace; pues en su momento llegó a ser el caso más crítico, refiere el abuelo.
Sobrevinieron paros cardiacos; presencia de bacterias que pudieron acabar en poco tiempo con lo logrado arduamente; la valoración y empleo de varios tipos de medicamentos... Y «gracias a la dedicación del personal médico, al cual no tenemos palabras con qué agradecer, el niño salió adelante», relata el holguinero.
Para todos en el hospital se trataba de un milagro. Y en la casita del infante la alegría se desbordaba. «Finalmente, llegado el momento del alta (…) la dirección del centro, trabajadores sociales y el Partido nos reunieron y nos explicaron de las condiciones en que sacábamos al niño».
Asimismo, les indicaron que en cuanto arribaran a su provincia informaran a Salud Pública y a las autoridades del territorio para recabar de ellos la mayor ayuda posible en aras de mantener la existencia del pequeño.
«De inmediato por casa pasaron la dirección del programa materno infantil de la provincia, la dirección del Gobierno, Círculo Infantil, Salud Pública, todos preocupados por que los problemas del niño se resolvieran a la mayor brevedad.
Pero en la práctica no todo sucedió así. Y el abuelo se inquieta porque William Javier Batista Caballero, que ya va a cumplir cinco añitos, viva aún en Güirabo, municipio Holguín, en una casita en malas condiciones, expuesto a algunos de los peligros que los médicos en La Habana orientaron que se debían evitar.
«Personalmente —añade el veterano— hice la reclamación al Poder Popular del municipio; estos, después de visitar la casa, decidieron asignarle al niño un subsidio para que con nuestros propios esfuerzos le construyéramos sobre una placa un cuarto, una cocina y un baño».
La familia explicó que la construcción por esfuerzo propio era para ellos un empeño en el que les resultaba complejo adentrarse y solicitó, por favor, alguna otra variante. Argüían los familiares, además, lo peligroso de esta localización de vivienda para un infante hiperactivo, condición que se le acentuó por haber estado más de 13 horas bajo los efectos de la anestesia general.
Por otra parte, se trataba de un lugar alejado del hospital, embarazoso para el trabajo de la madre y la escuela del menor.
Propusieron que una brigada o alguna otra entidad acometiera la casa y después fuera rebajada por plazos de los salarios de los padres del pequeño; pero al parecer esta iniciativa no cuajó.
Y tanto Juan, el abuelo, como el resto de quienes rodean a William Javier desean con toda su energía que los ayuden a encontrar una alternativa viable para mejorar las condiciones de este menor, cuya sola existencia es un prodigio de Cuba. ¿Qué hacer?