Acuse de recibo
De vez en cuando recalan en nuestro buzón anécdotas que son como dardos lanzados al tablero de las reflexiones. Al tocar la diana, se convierten sobre todo en invitaciones a pensar sobre disímiles asuntos en los cuales la rutina casi perpetúa hábitos y modos de hacer que resultan inexplicables. Hoy la carta de la lectora Marlen Domínguez (calle Escobar No. 510 e/ Zanja y Salud, municipio capitalino de Centro Habana) abre las puertas a otro ejercicio de saludable razonamiento:
«La historia comenzó este viernes lluvioso (6 de septiembre), pero en realidad no, así que vayamos al principio. A mediados de julio me llamó la joven y preocupada trabajadora de una editorial para decirme que pasara a buscar el cheque de mi libro. Me puse contentísima y empecé, como la lechera o la cucarachita, a pensar en qué invertiría mis ingresos, pero enseguida apareció el grillo que llevo dentro y preguntó: “¿El libro ya está en prensa?”. La respuesta fue negativa, y el grillo haló a los escrúpulos que dijeron: “Entonces no voy a cobrar, porque no quiero que me paguen porque terminé mi trabajo, sino cuando lo que escribí pueda ser útil a alguien”.
«Le pedí a la joven de la editorial que le comentara a su jefe, y que me dijera cuándo habría alguna seguridad o ya hubiera comenzado el proceso de impresión y entonces cobraría. Pasaron el fin de curso y las vacaciones, el inicio del nuevo curso hizo acto de presencia y así llegamos al viernes lluvioso. Nueva llamada de la joven que quiere su trabajo (aunque gana poquito): que habló con el jefe, que sí que sí, que ya pronto va a salir el libro, y que por favor vaya a buscar el cheque, que se va a vencer, que ahora hay dinero, que después no se sabe, etc.
«Todavía con el lastre de los escrúpulos y más por pena con ella que por convicción, me fui a su casa en un almendrón ruidoso a buscar el cheque. “Ve mañana mismo, que se vence el martes”, fue su despedida.
«El sábado 7 —gran sacrificio, porque es el día bueno para no madrugar— amanecí en el banco más cercano, que abrió a las nueve de la mañana. Cuando ya mi cheque había recibido todas las marquitas y firmas que anteceden al momento de convertirse en billetes, el “sistema” dijo que había caducado. Murmullos, expectación, y yo no entendía nada: el cheque decía que la fecha de caducidad era el diez; la compañera del Banco había contado que los 60 días naturales (naturales, no laborales) de vigencia se cumplían el domingo 8, pero el “sistema” decía que no.
«Luego de preguntas y más preguntas me explicaron que el “sistema” da por caducado el cheque el sábado si la fecha de vencimiento es el lunes.
«Como sé que los “sistemas” no se hacen solos, que las máquinas las operan personas inteligentes y creativas, y que quienes hacen los “sistemas” reciben datos y especificaciones de los directivos y especialistas, pedí ayuda, y las dos amables compañeras del Banco de mi barrio me mandaron al que había expedido el cheque, seguras de que allí me podrían pagar, pues faltaban al menos dos días para que mi cheque se venciera.
«Nuevo almendrón mediante, llegué al segundo Banco, donde fui atendida de inmediato en la ventanilla, denegada de nuevo por el “sistema” y enviada a ver a otra compañera de más jerarquía, que a su vez fue a consultar con su jefa y regresó con la respuesta de que una vez que el “sistema” denegaba el cheque no se podía hacer otra cosa que confeccionar uno nuevo, aunque fuera evidente que aquel no se había cobrado, y que la fecha del día no coincidiera ni con la de caducidad en el papel, ni con la correspondiente a la cuenta de los días naturales.
«Pedí a las compañeras en ambos Bancos hacer una queja sobre estas irregularidades del “sistema” —como yo la haría—, di las gracias por la gestión y regresé a mi casa en otro almendrón ruidoso, conveniente a mi edad y el calor reinante. El cheque de esta historia deberá ir a parar al cesto de los papeles, por más que cueste divisas y repetirlo duplique el gasto y desperdicie el tiempo y el trabajo de varias personas.
«Puesta a sacar conclusiones sobre esta aventura, llego a las siguientes: para el sistema informático del Banco, los sábados y los domingos no son días naturales y la fecha de caducidad oscila entre fecha de caducidad menos uno y fecha de caducidad menos tres. Al final se perjudican el cliente, la editorial, el Banco y en general el país.
«No vivimos en una sociedad gobernada por máquinas, sino por personas, en su mayoría capaces y comprometidas, que somos quienes debemos arreglar los problemas, si los vemos como propios. Por eso hoy sábado 7, aunque tengo 40 pesos menos y mi cheque fue a parar al cesto de los papeles, refuerzo mi convicción en la utilidad de los trabajos que, como el mío, contribuyen a abrir más horizontes a los niños que muy pronto estarán detrás de las máquinas».