Acuse de recibo
No hay queja pequeña para esta columna, mucho menos cuando la doliente es una anciana, sola en casa con sus penas, por la manera en que una entidad estatal vierte sobre ella sus indiferencias.
Desalentada, Evangelina Roselló López escribe desde Maceo No. 48, entre Martí y Víctor Ramos, en Guisa, provincia de Granma. Y lo hace para denunciar que hay «muchos oídos sordos», ante el silencio con que las autoridades locales han obviado su problema. «No me hacen caso», confiesa.
Hace tres años, la sede de la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social, que colinda con su vivienda, acometió la reparación capital de la cubierta de esa edificación. Y por la inclinación creada en el techo, desde entonces, cada vez que llueve el agua cae como un manantial por la pared de Evangelina. Se filtra hasta llegar al piso.
La anciana manifiesta que muchas veces se ha quejado con los propios responsables de su tormento, y nada se ha resuelto. Agrega que infinidad de ocasiones ha tramitado la queja, pero no precisa a qué otras entidades del territorio. ¿No habrá llegado al Gobierno municipal?
Sí describe con propiedad la reacción que ha encontrado ante sus reclamos: «Hacen un guiño o levantan un hombro, queriendo decir que el asunto no está en sus manos».
Lo cierto es que, no más comienza a encapotarse el cielo y a tronar, la señora cruza los dedos, presagiando fatales desenlaces. Y así como las humedades van carcomiendo las paredes, la esperanza de la mujer se va difuminando.
«El mal parece que llegó para quedarse —confiesa—; todos los que tienen a su cargo buscar la solución, lo saben, concluye la señora.
Pero el mal no puede eternizarse, Evangelina. Varados estaremos así. Me resisto a aceptarlo calladamente. Hay que cambiar las reglas del juego y poner en primer término a las personas. Desburocratizar. Exigir a
cualquier entidad o institución el respeto necesario, so pena de multar, gravar, sancionar severamente, con fuertes indemnizaciones.
A algunos, desde su miopía, puede parecer cominería y requiebro pasajero la tragedia de esta señora solitaria, conteniendo infructuosamente las aguas soberbias del desentendimiento. Pero también puede haber muchas «Evangelinas» cuestionando a esos que, en nombre del Estado, vierten su indiferencia sobre el ciudadano, la razón de ser de cualquier institución pública en el socialismo.
Felices quienes no se encierran ni se parapetan y van a la gente, curando sinsabores y maltratos de esos que supeditan y menoscaban hasta el olvido al prójimo. Siempre hay alguien agradecido y sensible, como Eilien Morales, que reconoce a quienes, en su generosidad y deseos de servir, abren caminos en vez de cerrar puertas y ventanas a la necesidad y el dolor ajenos.
Eilien, maestra de la escuela primaria Teresa Cantón Pérez, en el poblado San Antonio de las Vegas, del municipio de San José de las Lajas, en la nueva provincia de Mayabeque, comparte con los lectores «una felicidad que ilumina», como ella califica la pequeña proeza vivida.
La dicha es que hoy ya puede ver con claridad, como muchos otros vecinos de esa comunidad, gracias a una especie de operación Milagro del personal de la óptica de San José de las Lajas. El director de la óptica, Misael, el técnico Alexis y la secretaria Merlín vencieron los 16 kilómetros que los separan de esa comunidad, para medirles la vista a los alumnos de las escuelas y al resto de los pobladores; y venderles espejuelos.
La noticia corrió por el pobladito, y se recibió a todo el que aparecía. En solo una tarde se atendieron más de 300 personas que, según Eilien, «con todo el amor del mundo les dan a ellos mil gracias por esa operación Milagro».
Hay que desentumecer a muchos adormecidos. Lo que hicieron los trabajadores de la óptica de San José de las Lajas, el cordial empeño de ir a la gente y no supeditar esta a sus designios, debía ser el estilo cotidiano de muchas instituciones en el país.