Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Por qué no se aplica?

Una cosa es la voluntad del Gobierno cubano de facilitar el ejercicio del trabajo por cuenta propia, y otra es la lentitud con que en determinados casos se implementan por los encargados de hacerlo las medidas favorecedoras para este sector no estatal de la economía.

Gilberto Ulloa (Avenida 42 No. 3919, Cienfuegos) posee desde 1998 la licencia de arrendamiento de vivienda. Él alquila una habitación de su casa, y con la subida del impuesto en enero de 2011 se vio precisado a cerrar el alquiler en marzo, por la baja del turismo y la imposibilidad de pagar esa cantidad.

Sin embargo, Gilberto contrasta entre la realidad y lo que acordó el Consejo de Ministros, en mayo pasado, de que se redujera la cuota a pagar por habitación alquilada de 200 CUC a 150.

«Hasta la fecha —señala—, no ha sido corregido dicho impuesto. En este mes me decidí a rentar nuevamente, y me dirigí a la sede de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), y allí me plantearon que ellos no han recibido todavía ninguna orientación de la reducción del impuesto».

Gilberto considera que tal morosidad, con respecto a una decisión tomada al más alto nivel del país, es una de esas trabas que se ciernen sobre el trabajo por cuenta propia. Y reclama que le expliquen por qué algo acordado por el Consejo de Ministros hace ya unos tres meses, aún no se cumple en la realidad.

Entrada a la impuntualidad

La joven Isabel González (Nueva del Pilar 16, entre Desagüe y Benjumeda, Centro Habana, La Habana) sufrió lo indecible el domingo 14 de agosto, cuando asistió a la Gala de Premiaciones de Circuba 2011, en el teatro Karl Marx de la capital.

Cuenta que la función iniciaba a las 5:00 p.m., y ya a las 4:45 ella estaba sentada en la luneta que le correspondía. «Sin embargo —denuncia—, tuve el disgusto de presenciar que, aun pasada una hora del inicio de la función, continuaban llegando las personas, y obstruyendo el campo visual de los que disciplinadamente estábamos en nuestros asientos».

Para colmo, refiere que las acomodadoras del teatro tenían que auxiliarse de linternas para situar aceleradamente a quienes llegaban tarde. Y las propias entradas al teatro especificaban, en su parte posterior, que las llegadas tardías no implicaban la pérdida del asiento reservado.

Cuando concluyó la función de Circuba, Isabel conversó con una acomodadora, quien le manifestó que eso se ha planteado muchas veces, pero ella ha tenido que ubicar personas hasta 20 minutos antes de concluir las funciones. Y que se había decidido mantener los asientos hasta el final de las mismas, dada la ubicación «apartada» de ese teatro.

«Lamento que el maravilloso espectáculo de arte circense fuera eclipsado por el constante ir y venir de personas, obstruyendo mi campo visual», afirma.

Isabel reflexiona que la impuntualidad ya es algo habitual en nuestra sociedad, y con esas permisivas condescendencias se propicia la morosidad y la indisciplina, para disgusto de los espectadores puntuales y respetuosos.

Otra vez el ruido

Héctor Delgado (Calzada 452, esquina a F, Vedado, La Habana) está agobiado por el ruido, como muchos habitantes de este país. Y no encuentra salida a la perturbación auditiva que le aqueja.

Refiere el lector que ya es bastante que en los bajos de su edificio se encuentre el famoso Club Turf, que en otras épocas de mucho más respeto no constituía una molestia, pero ahora trae broncas nocturnas y alteración del orden público en sus afueras.

Y a ello se une el que, a menos de 20 metros, radiquen oficinas de Cubatur. Hace bastantes años, sostiene, los vecinos vienen quejándose infructuosamente del ruido que producen esos hermosos ómnibus climatizados para turistas, que llegan y parquean, sean las siete de la mañana o las siete de la noche, a recoger a los turoperadores.

Los choferes, manifiesta, dejan encendidos los motores de las guaguas y sus aires acondicionados por largo tiempo. Y los vecinos, ¿qué hacen los vecinos si nadie los defiende? Soportar y soportar. Alterarse y contar hasta diez, en una ciudad donde no se respetan los oídos de nadie.

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