Acuse de recibo
El alerta de Milena Castaño (Edificio A-54, apto. B-4, Zona 1, Alamar, Ciudad de La Habana) es de esas cartas que no hubiera que publicar como un fogonazo, si las entidades encargadas de atender asuntos de suma gravedad cumplieran con estos.
Cuenta la remitente que en la escuela primaria Presidente Salvador Allende, de esa barriada capitalina, desde el pasado 4 de septiembre hay un cable de alta tensión soterrado que permanece averiado, sin que hasta anteayer la Empresa Eléctrica hubiera hecho algo.
Cuando se dañó el cable que alimenta la cocina del centro escolar, la dirección de este alertó inmediatamente a la Empresa. Y esta envió un carro: le dio una solución provisional, pasando el cable por fuera y amarrándolo a la pared del comedor, donde almuerzan los niños.
Entonces, los de la Empresa Eléctrica explicaron que el carro que atiende las líneas soterradas estaba en otro territorio, y cuando terminara iría a la escuela a hacer el trabajo como está establecido.
«A nadie, excepto a los trabajadores de la escuela y a los padres de los menores, le ha preocupado que ese cable pueda ser tocado por un niño y causar un lamentable accidente», afirma Milena. Y tan es así, que desde entonces la dirección de la escuela ha mantenido permanentemente a un trabajador como barrera humana entre el cable y los infantes, para impedir el acercamiento de ellos a ese peligro de muerte y explicándoles de la alta peligrosidad del mismo. Aun así, por el sótano de la escuela ese cable está al alcance de cualquier pequeño.
Los vientos fuertes de octubre hicieron descender el cable al piso, al extremo de que pudiera ser pisado en un descuido infantil. Y se volvieron a solicitar los trabajos de la Empresa Eléctrica. Técnicos y operadores de esta, según Milena, dieron la misma solución provisional y alegaron que el equipo de trabajos soterrados todavía estaba realizando labores en otro territorio.
De esta preocupante situación fueron advertidos la Dirección Municipal de Educación y el Consejo de la Administración Municipal, entre otras instancias. Y aún no se había recibido una respuesta concreta el 2 de diciembre.
La pasada semana, el padre de un escolar que es ingeniero eléctrico realizó una defectación de las instalaciones eléctricas del centro, y les dio solución a otros riesgos potenciales que existían.
«Teniendo en cuenta que han transcurrido tres meses y las gestiones han sido infructuosas —manifiesta Milena—, recurro a su sección como madre altamente preocupada».
Una sombrilla puede preservarte de la desconfianza, como le sucedió a Aida de la Fuente Medina (Jesús María Díaz No. 11-A, Manacas, Villa Clara).
Cuenta la remitente que el pasado 12 de octubre fue al Hospital Provincial de Santa Clara Arnaldo Milián Castro a llevar a su anciano papá. Y en uno de esos carritos ambulantes que venden fiambres, dejó olvidada su sombrilla.
Lejos de aquel sitio se percató del olvido. Dudó en retornar porque, ¿cuántas personas pasan por ahí? Voy a ir por gusto, se dijo para consolarse a sí misma.
A los 20 días, Aida volvió a otro turno de su padre en el hospital. Y, por esa concesión que le hacemos a la esperanza, le preguntó al joven que vendía fiambres en el carrito de marras si había visto una sombrilla verde olivo.
A la distancia de 20 días, el dependiente la sorprendió. Primero le hizo varias preguntas sobre el artefacto. Y al corroborar las señas que le daba Aida, le orientó que pasara por el almacén y recogiera su sombrilla.
«Sentí vergüenza, lo admito —reconoce Aida—, pues juzgué mal al dependiente, que se llama Mario, así como a las posibles personas que por allí pasaron».