Acuse de recibo
Era el momento más doloroso que había pasado en su vida. A esa hora, cuando su mamá acababa de morir, nada debía suceder que enrareciera más el ambiente. Pero sucedió. Y la capitalina Matilde Prieto Carreras (Salud, No. 503, Apto.1 bajos, entre Santiago y Marqués González, Centro Habana) lo cuenta porque el absurdo que la golpeó encima de la llaga el domingo 10 de octubre no debe quedar en el silencio.
«Cuando ocurrió el deceso —narra la remitente—, poco después de las 6:00 p.m., me dirigí al Cuerpo de Guardia del policlínico Nguyen Van Troi, en el municipio de Centro Habana, para solicitar un médico que certificara la defunción».
El médico se personó en la casa solo con el estetoscopio. Según le habían informado a la familia con anterioridad, el procedimiento debía ser así: el facultativo debía ir con el Certificado de Defunción, comprobar la muerte, llenarlo y entregárselo a la familia para hacer los trámites en la funeraria. Al no llevar ningún documento, no se pudo realizar la certificación. El galeno solo informó que debían volver al policlínico a recoger el papel legal, evoca la lectora.
Hasta allá se fue Matilde con su hija. Mas el muro burocrático siguió creciendo. En el centro de salud no tenían modelos de certificado porque, según les explicaron, «a los compañeros de Estadísticas se les había olvidado sacarlos; que irían a ver si los resolvían».
Enviaron a dos trabajadoras a tratar de encontrar los imprescindibles papeles. Matilde cree que, por la cercanía, debieron ir hasta el Hospital Freyre Andrade (Emergencias).
«Yo, que me encontraba afuera esperando, las vi regresar con las manos vacías. Nadie, ni las compañeras ni el médico, fue capaz de darnos una explicación sobre la forma en que se iba a solucionar el asunto», se duele la capitalina.
En ese momento, una amiga de la familia acudió en su carro al policlínico a ver en qué podía ayudar. Al enterarse de lo que sucedía, llamó por teléfono a su hija, que es médica, para indagar sobre las posibles soluciones. Preguntaron entonces al galeno que había ido a reportar el fallecimiento si él firmaría un modelo similar que fuesen a buscar a otro policlínico. El doctor asintió.
«Tuvimos que ir a casa de la compañera, recoger a su hija, ir a otro policlínico donde sí había modelos, regresar al Van Troi y así poder resolver el problema», relata la capitalina.
Ya con el esperado pliego en mano, Matilde manifestó su inconformidad y le preguntó al facultativo si ella hubiese tenido que esperar hasta el próximo día laborable —martes 12 de octubre— para que aparecieran los modelos. No era poca su insatisfacción al ver que nadie en la entidad, sabiendo el amargo trance por el que ellas pasaban, se acordó de ir a darles las razones correspondientes y brindarles alternativas para sortear el bache.
«El médico nos informó que él podía salir del policlínico solo a confirmar un fallecimiento, que él no era responsable que los compañeros de Estadísticas no dejaran modelos, y que había llamado al Director y este les dijo que no podía hacer nada para resolver el problema».
Y Matilde, aún consternada, se hace las siguientes preguntas: «¿Qué hubiera pasado con el cadáver que reposaba en mi hogar si no hubiera encontrado a la compañera que consiguió el documento? ¿Quién controla este tan delicado trabajo de los compañeros de Estadísticas? ¿El médico de guardia no debe asegurarse de contar con los documentos necesarios para atender al pueblo, dígase: recetas, certificados, etc.? Si el Director del Policlínico no puede remediar una dificultad de este tipo y se desentiende, ¿qué pueden hacer los demás? ¿Quién puede exigir entonces? La calidad de los servicios médicos tiene que ver con el inicio de la vida, pero también con su final».