Acuse de recibo
Ya hace tiempo Caridad González (Primera A, número 4405, apartamento 6, Miramar, Ciudad de La Habana) denunció aquí las molestias ocasionadas a los vecinos por la música tan alta en el cercano Ditú de Tercera y 46. Y entonces el asunto fue solucionado. La señora vuelve por sus fueros, pero ahora el problema es que de madrugada, acuden allí personas insensibles, con sus relucientes autos y motos, a hacer competencias de velocidad, se pasan la madrugada chillando gomas y frenando súbitamente, con escándalo tal que parece que en algún momento se va a producir un fatal accidente. Tal «divertimento» no deja dormir al vecindario, y lo tiene en vilo, como es el caso de la mamá de Caridad, una anciana de 82 años que se pone muy nerviosa. Caridad ha ido dos veces al Ditú a quejarse, y los empleados le dicen que esa situación se les va de la mano a ellos. Incluso, se ha presentado la patrulla, pero al final los transgresores vuelven al desenfreno. ¿Será posible que todo un vecindario esté sufriendo y no se le pueda poner fin a tal desconsideración?
El enigma de los ventiladores: M. Austrin Gamboa (Martín Argote 31, reparto José Maceo, Guisa, Granma) cuenta que en el pasado mes de junio abrió sus puertas en esa localidad serrana un pequeño pero gran restaurante, El Caribe, que con la calidad de sus ofertas y el esmerado servicio de sus trabajadores ganó rápidamente la aceptación popular. Pero ya comenzaron los «peros»: de los seis nuevos ventiladores con que cuenta la flamante unidad, ya se han roto cinco, uno detrás de otro. Y en estos momentos, a pesar de todo lo que se invirtió en recursos, y las ilusiones que alimentó esa obra de mejora social, «es un verdadero castigo para las pocas personas que actualmente visitan el lugar y para los trabajadores del restaurante». Gamboa no explica la causa de rotura tan absurda en tan escaso tiempo; lo cierto es que en Guisa ya empiezan a sospechar que, una vez más, no se da pie con bola para dar el gol definitivo por la gastronomía.
Misteriosa desaparición: Leoncio Rodríguez Terencio (Miriam 21, reparto Pastelillo, Nuevitas, Camagüey) es un damnificado de 1998: un huracán destruyó totalmente su vivienda. Después de dar los pasos correspondientes y cumplir los procedimientos legales, le entregaron recursos y comenzó a construir su nueva vivienda. Pero llegó el momento en que los materiales no alcanzaron, y debido al incorrecto trabajo de funcionarios de la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda, que ya no figuran allí, la casa de Leoncio cayó en el hoyo del abandono. Misteriosamente, su expediente desapareció de la bloquera donde entregan los materiales, y no aparece en los planes de seguimiento y terminación de viviendas. Despachos con dirigentes del Gobierno no han faltado. El delegado de su circunscripción se ha convertido en el abogado defensor de su causa. Pero nada sucede, salvo el olvido. «Es doloroso y triste ver la cantidad de viviendas que en pocos meses se les ha dado inicio y terminación, y la mía, que comencé hace tantos años, sigue inconclusa y sin esperanza alguna», manifiesta Leoncio.
Por cierto, es elocuente la cantidad de personas que hacen de las suyas en determinados sitios, y después ya no están allí; bien porque las separaron o se fueron. ¿Y acaso quien llega nuevo puede eludir el fardo de lo pendiente? Debía llevársele la ruta crítica a cada funcionario o trabajador: que tuviera que responder por sus antecedentes de disparates y daños.
Muy caros para tan malos: Nereida Rodríguez Durán (Dama 43, entre Cuba Libre y Teniente Riverón, Camagüey) censura la pésima calidad que tienen los zapatos colegiales que se venden en moneda nacional en el comercio minorista, bastante caros para quien vive de su salario. Cuenta que su hija tuvo que ahorrar dos meses para comprarle al nieto un par a 150 pesos, y solo le duraron 34 días. El precio estaría justificado si al menos una calidad mínima lo acompañara. Pero lo cierto es que no hay respuesta ni justificación posible para una pregunta tan sólida como la que hace Nereida: ¿Si esos zapatos tienen tan mala calidad, por qué se los venden a la población?