Acuse de recibo
Dudo a veces si siempre «el tiempo está a favor de los pequeños», como reza una vieja canción de Silvio. Aunque el trovador aludía en el verso al despertar de los pueblos pobres y olvidados, hoy me adscribo a la interpretación literal de la frase, en cuanto a las posibilidades de una persona con muy baja estatura.
Dannelis Tousón me ha estremecido con su carta. La muchacha tiene apenas 18 años y vive en el Edificio 7, apartamento 37, de Vado del Yeso, en Río Cauto, provincia de Granma. Acaba de concluir el grado 12 en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Silberto Álvarez Aroche, de Bayamo, con un índice académico de 99,17 puntos. Y se preparó para las pruebas de ingreso con vistas a alcanzar el sueño de estudiar Medicina. Pero ella mide un metro 34 centímetros de estatura, y le plantearon que existen resoluciones que limitan a las personas pequeñas el acceso a esa profesión.
Dannelis me revela el signo batallador de su existencia, que ha sido crecerse por encima de las imposiciones de la Naturaleza. «Siempre he superado los obstáculos que el destino me ha puesto», confiesa.
Nació con una luxación congénita B de caderas, y desde los 4 hasta los 7 años vivió prácticamente en hospitales. Le hicieron siete intervenciones quirúrgicas en los muslos para alargarle las extremidades inferiores. Y como resultado, crecieron tres centímetros.
Casi pupila de hospitales, se familiarizó tanto con la Medicina desde niña, que se propuso desde entonces estudiar esa carrera. «Quería sentir en carne propia la satisfacción que ellos experimentaron, al verme sonreír», confiesa la muchacha en su carta.
Y como los médicos le dijeron siempre que ella era una niña normal, se lo tomó muy en serio. En la escuela nunca nada le fue ajeno: ni la educación física, ni las labores agrícolas y la preparación militar más tarde en el preuniversitario. Fue una excelente estudiante siempre, gracias a muchos sacrificios. Y con pasmosa naturalidad me asegura que la pequeña estatura «no dificultó mi vida; al contrario, me ayudó a ser más fuerte y decidida».
Pero ahora una resolución se interpone a ese espíritu batallador. Ya Dannelis ha escrito a la Comisión Nacional de Ingreso a la Educación Superior, a Salud Pública, pero aún no ha tenido respuesta. «No entiendo por qué, si tengo la capacidad mental requerida, si tengo el promedio que se necesita, si me gusta la Medicina, no puedo estudiarla por ser pequeña», refiere con tristeza.
Con su valiente alegato, Dannelis confirma, al lado de Napoleón Bonaparte, que la grandeza humana se mide de la cabeza al cielo. Esa muchacha merece una respuesta a su altura, sin «enanismos» mentales que la confinen a la inútil resignación.
Ibrahim Fernández Álvarez es un arquitecto que labora como especialista de la Oficina del Conservador de Santiago de Cuba. Y como tal, me escribe para plasmar sanas inquietudes acerca del deterioro de la imagen urbanística de esa impar ciudad.
Ibrahim, quien reside en el Edificio 28, apartamento 2, en el Distrito José Martí, refiere que en los últimos cinco años han proliferado intervenciones arquitectónicas y urbanísticas de bajísimo nivel, no solo por los materiales usados, sino por la calidad del diseño y la ejecución.
«Barriadas completas, como el reparto Sueño o Marimón han perdido su identidad. Incluso, una avenida tan importante como Garzón, ha sido redecorada con viviendas de bajísimo costo, que después de un año siguen sin concluir», señala.
El arquitecto alerta sobre decisiones en el plano inversionista, que no tienen en cuenta el criterio de los especialistas. Y se pregunta qué hacer ante esta involución, que está pisoteando la obra arquitectónica como creación.
Para concluir, me disculpo con algunos lectores un tanto airados, que no han visto atendidas sus cartas. Son muchas, y lamentablemente no podemos viabilizarlas en su totalidad. Se acumulan a pesar de nuestros esfuerzos. Seguiremos intentando merecer la confianza de ustedes.