París.― Desde aquí arriba todo fue luz. La lluvia era luz. Las mil y una noche. O una noche en mil. París lo volvió a hacer, como Barcelona en 1992. En política, Europa detrás de Estados Unidos; en cultura, olímpicamente al revés.
Aquel flechazo de Barcelona rajó en dos las pretensiones de deslumbramiento de Atlanta cuatro años después. Quisieron, pero no pudieron. Nada ha podido con aquella imagen catalana encendiendo el pebetero. De Atlanta, ni me acuerdo.
Se repite la historia. París primero, Los Ángeles después. ¿Qué harán en 2028? Mucho y nada. Lo de esta inauguración, a lo auténticamente francés, ha dejado al mundo mudo, masticando cada escena, cada alegoría, cada guiño. Absorto. Espectáculo. Arte e historia. Deporte. Sueños.
Fue un oro a los imposibles (en plural): regresó Céline Dion, a lo grande, y trajo de vuelta también a Édith Piaf en la torre Eiffel. En sí, Céline, fue El (un) himno del amor, tras su ausencia de los escenarios por problemas de salud.
Palestina plantó su bandera y el mundo aplaudió, quemó manos por ellos, a pesar de los gestos indisimulables desde palcos en la ceremonia y en el olimpo de los poderes de este mundo que corre en sentido contrario a la paz.
Fue Francia, irreverente, culta, única. Diversa y clásica. ¿Qué harán en Los Ángeles? Por ahora, aplaudir y soñar. Solo soñar.
Y mientras, el mundo dejó por unas horas su redondez para estirarse, sin jerarquías hegemónicas, y navegó por el río Sena con Grecia, cuna olímpica moderna, de timonel de la flotilla.
Iban todas las banderas, empapadas de lluvia y aplausos, una detrás de otra. Juntas, de iguales, sin agujeros por las bombas que caen al otro lado del mundo. Paz olímpica.
Igualdad, fraternidad y libertad. Imagine de Lennon. La Marsellesa… ¿Qué harán en Los Ángeles? Querer y ¿superar? Dos veces al remolque olímpico de Europa.
La lluvia, sostenida y límpida, fue regalo de la naturaleza para unos Juegos amigables con el medio ambiente. Bendijo, ceremonialmente, a todos. Nos hizo iguales, humanos.
Cada pueblo se sintió único y humanidad. Cuba, isla que navega contra tantas tempestades en medio del Caribe, fue empujada aquí, en medio del Sena, por vítores y reverencias. La quieren, la queremos. Es símbolo por historia y resistencia.
Esa bandera en manos de Idalys y La Cruz, con Mijaín en el pecho, agitó manos desde las tribunas y las distancias. Produjo lágrimas y emociones. Certezas y añoranzas. Es Cuba, pequeña y grande, con Stevenson, Juantorena y el béisbol en la memoria fotográfica del espectáculo.
Escribo y sigo preguntándome, después de esta ceremonia: ¿qué queda? Pasarán décadas, siglos. Se hablará de París, del Sena, de Celine Dion y las campanas revividas de Notre Dame. Del alumbramiento olímpico.
Los ángeles estuvieron este 26 de julio aquí.