SANTIAGO DE CHILE.— Eficiencia, orden y rapidez. Estos términos describen el sistema de metro de esta ciudad, un medio de transporte que ha sido vital para el movimiento de la prensa en estas dos semanas de Juegos Panamericanos.
Santiago de Chile es una ciudad de más de siete millones de habitantes, de acuerdo con el último censo, realizado en 2017. Mover esa masa de personas diariamente requiere de un sistema de transporte adecuado, más allá de los autos particulares y los ómnibus.
Por eso, en esta urbe el metro es un medio ampliamente empleado para la movilidad. Ha sido diseñado para permitir el desplazamiento entre todos los puntos cardinales de una manera ágil. Sin embargo, en Santiago es mucho más que un tren lo que mueve a la gente.
Inaugurado en 1975, el metro de Santiago ha crecido de forma exponencial. Hoy exhibe siete líneas y más de 140 kilómetros de extensión, solo superado por el de Ciudad de México, aunque está considerado el más moderno de Latinoamérica.
Las líneas son, en sí mismas, una muestra de la historia del metro. La 1 es, por supuesto, la más antigua, y exhibe en consecuencia vagones que muestran el paso del tiempo. Sus andenes son, además, abiertos, con una gruesa línea amarilla que muestra la zona de seguridad donde el pasajero debe esperar el tren.
Esto sucede con todas, excepto la línea 6, la más moderna que cuenta con vallas de contención con puertas automáticas que se abren cuando llega el tren, este último automatizado en su totalidad, y se desplaza sin conductor.
Más allá de las altas velocidades que alcanza el metro, las estaciones cuentan historias: de los lugares donde están enclavadas y el estatus social de las personas que podrá encontrar en estas; otras poseen obras de arte estampadas sobre sus paredes, y están las más profundas, esas a las que hay que descender al menos seis niveles para llegar al tren. No menos importantes son las más grandes, cuyo tamaño les permite contar con establecimientos comerciales.
También llama la atención que todo el sistema de transporte público de Santiago funciona con una tarjeta electrónica llamada «Bip!», y no admite el pago con efectivo de ninguna forma. En cada estación existen múltiples terminales de carga para estas tarjetas, que pueden ser automáticas, semiautomáticas, con pantallas interactivas, entre otras múltiples opciones que permiten, en solo unos minutos, llegar hasta el andén para esperar por el tren.
Sin duda, Santiago no es solo una ciudad que vive en la calle. Hay que adentrarse en sus profundidades para conocer ese metro que los locales cuidan con mucho celo y orgullo.