El otrora entrenador granmense-holguinero lanzó en un encuentro ante veteranos estadounidenses hace pocos años. Foto: Carlos Rafael Díaz Autor: Carlos Rafael Díaz Borges Publicado: 29/07/2023 | 08:55 pm
HOLGUÍN.— En la pelota de cualquier latitud encontrar a un pícher que trabaje a las dos manos jamás ha sido fácil. Acá estuvo activo uno entre las décadas de los 70 y 80, que tomó parte en 14 Series Nacionales, en las cuales acumuló 110 victorias, 1 029 ponches y un PCL de 2.94, algo relevante esto último, si se tiene en cuenta que tuvo que lanzar mucho frente a contrarios con bate de aluminio.
Campeón panamericano y de la Copa Intercontinental de 1979, vistiendo el uniforme de las «Cuatro Letras» como jugador, Rafael Castillo González (Santa Rita, 1952) sentó cátedra en cuanto a entrenamiento de picheo y todavía asesora cuando hace falta. De este granmense devenido holguinero, en algún momento, se planteó que podía ser el sustituto de Pedrito Pérez, antiguo responsable de los lanzadores en la selección nacional.
Más de una década encabezó el adiestramiento de ese departamento en el equipo Holguín, Mineros y Orientales, y prestó asistencia técnica en El Salvador (1992) y Brasil (1998).Su labor sobresalió como preparador del primer elenco holguinero que clasificó a un playoff, en la 34ta. Serie Nacional, y en dos títulos orientales en las Series Selectivas 19 y 21.
Castillo dirigió el picheo de la novena patria en una Olimpiada Universitaria en Japón, en 1993, y ese mismo año fue incluido en una colaboración cubano-japonesa, a la que contribuyó la directiva del afamado club Gigantes de Yomiuri.
Su único enemigo es la presión arterial —mantiene una forma física envidiable—, que le impidió seguir por toda Cuba con Los Cachorros de Holguín. Ahora, se dedica a su hogar y a encariñar a su esposa Lela, quien, gentilmente, nos facilitó el diálogo una tarde lluviosa de viernes, en la Ciudad de los Parques.
—Es obvio que en Cuba no se juega suficiente béisbol. ¿Qué piensa de esto?
—Se está jugando muy poco y por lo tanto no se cumple aquello de que los pícheres se hacen picheando. La divulgación de la pelota es pobre, en nada se parece a la de antaño. Hoy uno ve más niños en las calles con balones, que con bates
y guantes, y eso está dado porque se televisan partidos de fútbol de calidad inmensamente mayor que los que se difunden de nuestro deporte nacional.
«Para convertirte en un pícher con habilidades, hay que desarrollarse en esa posición desde temprana edad, como máximo 13 años, para empezar a trabajar. Uno, como entrenador, asume que los lanzadores son sus hijos. Tienes que enseñarlos hasta a caminar, a dar los primeros pasos. Hoy los pícheres de Cuba no lanzan en las prácticas, momento que es el que más se asemeja al juego. Son métodos que se han olvidado».
—¿Dirigir el picheo es facultad solo del mánager?
—Me gustaba dirigir el picheo de los equipos que preparaba, siempre en conjunto con los mentores. Estuve al lado de Héctor Hernández, Higinio Vélez, Franger Reynaldo, Pedro Jova, Carlos Martí, entre otros. Los escuchaba y ellos me oían, era respeto mutuo.
—¿Cómo aprecia que anda la especialización de los lanzadores cubanos?
—Los relevistas tienen que tener experiencia, carretera. Deben ser exactos, porque trabajan en situaciones complejas, bases llenas, por ejemplo. Y ahora a los lanzadores jóvenes los utilizan mucho en rol de apagafuegos. No es fácil dar un escón en esas circunstancias. Un pícher con tres Series Nacionales todavía no está hecho; la maduración, a mi juicio, es de cinco campeonatos para adelante. Pero, cuidado, ahora se da el caso de que hay quien tiene seis series y ha picheado poco.
—¿Con cuáles lanzamientos puede resultar dominante un serpentinero?
—Me preocupa la poca utilización de la curva entre los pícheres del país. Es verdad que en la pelota moderna casi siempre hay que poseer una buena recta. Conrado Marrero era una excepción, ya que no tenía una poderosa, mas contaba con un knuckleball fuerte y tenía sliders que los ponía donde quería.
«Me gustaban mucho el tenedor, lanzamiento eficaz que no acaba con el brazo, y el sinker. Sin embargo, hay que preparar los brazos para tirarlos, ya que hay quien quiere tirarlos y no se encuentra listo. El cambio de velocidad es una bola que se coge con la mano completa, se hacen los movimientos y se suelta la pelota a menor velocidad que la habitual. Yo tenía poca confianza en este cuando estaba activo, y resulta que, cada vez que lo empleaba, sacaba out».
—¿Cuán significativa es la preparación física para obtener buenos resultados en el picheo?
—La preparación física es vital. Porque te da resistencia, que para mí es el inicio de todo. La fuerza, cuando se adquiere, te alista completamente, pero a la resistencia le doy más importancia. Yo corría muchos kilómetros en mi etapa activa y hacía que mis muchachos cumplieran con lo mismo. En días alternos, le daba de 25 a 30 vueltas al terreno del estadio Calixto García.
«Mirando a los japoneses, se me ocurrió traer una raqueta para que nuestros alumnos hicieran ejercicios con esta, y me dio resultados, fíjate que, en los 90, el picheo de Holguín estaba entre los tres primeros de Cuba. Los lanzadores holguineros de esa época no eran de gran velocidad y la subieron usando la raqueta, forrada con vinil o con el mismo forro de esta.
«En Japón, me llamó la atención que sus lanzadores le daban 50 vueltas al terreno y corrían de raya a raya 50 veces también. Acá esos métodos no se pueden emplear, porque tenemos otra idiosincrasia, otros hábitos. Apelaban mucho al video, para corregir errores».
—¿Cómo está la salud del picheo en la Isla?
—El área de los lanzadores no tiene buena salud. Principalmente, el repertorio es limitado. Le conté a un pícher, el otro día, siete rectas consecutivas tiradas. Y de curva, nada.
—Holguín ha dispuesto de muchos lanzadores laterales, ¿por qué?
—Abundaron acá como un recurso para los que no tenían posibilidades de tirar 90 millas. Fuimos mejorando ese ángulo de lanzar y optamos por eso, pues por encima del brazo, a poca velocidad, los envíos son más fáciles. Estoy en desacuerdo con que los derechos no les pueden tirar, lateralmente, a los zurdos. Lo que tienen es que trabajarlos cerrado, adentro, nunca afuera, porque si no los batazos saldrán. Por eso es que el control es importante.
—¿A quiénes usted convocaría como entrenadores, si se diera un hipotético concentrado nacional de lanzadores?
—Con el respeto de un grupo de preparadores que quiero mucho, uno de los que llamaría se llama Braudilio Vinent. Y luego sumaría a Julio Romero, Rogelio García, Lázaro Valle y Félix Núñez. Buscaría entrenadores de buena curva, repertorio y conocimientos.
Castillo (tercero de izquierda a derecha) durante el entrenamiento cubano-japonés de 1993. Foto: Cortesía del entrevistado