La afición cubana, acostumbrada a los triunfos extraordinarios de sus atletas, muchas veces no valora los resultados de estos con la justicia que debería. Frecuentemente el público nacional cae en el error de menospreciar la actuación de alguien que se va sin medallas o sencillamente ha logrado una de un metal diferente al esperado. Recientemente, en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, este triste fenómeno se ha repetido unas cuantas veces más.
El bronce de Milaymis Marín, en los 76 kilogramos de la lucha libre, ha sido de los momentos que más críticas recibió. La muchacha, que es campeona olímpica y mundial en categorías juveniles, además de monarca del orbe sub-23, fue la única del plantel femenino que no ganó el oro y de ahí se colgaron los «expertos» para criticarla.
Marín cayó en semifinales ante la colombiana Tatiana Rentería, vigente reina planetaria sub-23 y plata en la lid de 2021. En un descuido mínimo al final del combate, su rival la proyectó y la envió a la final de consolación, en donde posteriormente la capitalina dominó sin problemas a Emily Sánchez, de Panamá.
Visto desde fuera, un aficionado que disfruta el deporte desde la comodidad de su hogar, podría opinar que Milaymis ha estado por debajo de lo que se pensaba. Y sí, para alguien como ella, capitana del elenco femenil y con un potencial enorme en su disciplina, un tercer lugar no es algo que la haga sentir satisfecha. Pero tampoco es todo tan blanco y negro.
Lo que no sabe casi nadie es que, más allá de su costoso desliz en semis, Milaymis Marín solo había entrenado tres días antes a la fecha de la competencia. Hasta hace muy poco estuvo lejos de los colchones como consecuencia de una herida sucedida en un entrenamiento, que la dejó con 15 puntos de sutura en un ojo. Justo antes de esa dificultad, tuvo que enfrentar problemas de salud que también la llevaron a estar en el «dique seco» durante varias semanas.
Por supuesto que no es una justificación, pues la verdad es que, a pesar de no estar al máximo de sus capacidades, su poderío como atleta la vuelve capaz de ganar aún en esas condiciones. No obstante, despreciar el impacto de esas situaciones adversas en su resultado final y juzgar su rendimiento como un fracaso sería, como mínimo, una falta de respeto.
Tal vez habría que recalibrar los niveles de exigencia y gozar más de la entrega de nuestros deportistas. Al final del día, a nadie le hacen un tackle mientras está sentado en el sofá de su casa.