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Remates después de los 80

Luego de integrar la selección nacional de voleibol, un ser humano incansable pasó más de cinco décadas como entrenador de varias generaciones

Autor:

Osviel Castro Medel

JIGUANÍ, Granma.— Ni siquiera sospecha el viajero, al caminar por la calle Ángel de la Guardia, en Jiguaní, que en el hogar número 141 laten las historias estupendas de un hombre de casi 83 años, merecedor no solo de una crónica periodística, sino también de un libro extenso sobre anécdotas del voleibol y también de la voluntad sin límites.

Los relatos le brotan con facilidad de los labios, aunque a veces tenga que auxiliarse de sus inconclusas «Memorias», redactadas cada tarde en una máquina de escribir viuda de su letra Z. Esas líneas dibujan al ser humano incansable llamado Alberto Báez Pérez, a quien todos desde hace tiempo nombran cariñosamente Lico.

Cuando el voleibol era locura verdadera en Jiguaní y las personas brincaban hasta la luna por un remate o un pase magistral, él  se contaba entre los ídolos terrenales que levantaron ese deporte en la villa y en Cuba. Llegó al equipo nacional en 1962; fue de los que participó en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de ese año en Kingston, Jamaica; y de los que estuvo, varios meses después, en los Juegos Mundiales Universitarios de Porto Alegre, Brasil.

«Pasé por decenas de lugares que ni imaginé», expresa con proverbial humildad para referirse a las giras por la antigua Unión Soviética o la otrora Checoslovaquia.

«Yo lo he dado todo por el voleibol», dice, y la frase es más que una verdad como roca, porque luego de dejar la selección de las cuatro letras, siguió durante más de 50 años entrenando varias generaciones, con los dedos llenos de arcilla y de deseos. Entre sus alumnos estuvieron los olímpicos Carlos Dilaut y Juan Rosell Milanés (voleibol de playa), además de otros virtuosos como Rafael Paneque, Carlos Hernández, Lauger Tamayo y Santos Calante.

Hace unas semanas, tras enfrentar varias enfermedades, dejó oficialmente las canchas de voleibol, en una despedida que arrancó emociones a algunos de los profesores del combinado deportivo número uno. «Ya no estaba  frente alumnos, pero intentaba asesorar desde mis modestos conocimientos. Me insistían en que dejara de trabajar, pero no aceptaba la idea. Ahora tendré que adaptarme al retiro que nunca quise», comenta con nostalgia.

Su principal admiradora, Isabel Báez Abreu, la adorada sobrina-hija que vive con él desde hace 43 años, me narró que Lico padece una anemia crónica de causa desconocida y que «ha tenido la hemoglobina en cuatro sin sentirse nada». A sus 46, ella lo mira con ternura, le tiende el brazo y sonríe: «Es un enigma para la ciencia. Estuvo varios meses sin caminar y volvió a andar por su empeño, dijo que iba a volver andar y así lo hizo».

Ese ímpetu también lo enseñó muchas veces en los torneos nacionales para veteranos que se desarrollaban en Jiguaní, en los que llegó a ser el atleta más longevo. Jugó hasta los 67 años, una edad en la que fue atacado por una trombosis venosa y se vio obligado a dejar el tabloncillo como «deportista activo».

Aun así, a sus 82 abriles, siguió rematando de otra forma, en el entrenamiento con métodos estrictos, tal vez aprendidos cuando en el lejano 1955 integró su primer equipo, Los Invencibles, famoso en su pueblo y en el resto del país.

Lico se duele por la caída estrepitosa del voleibol en su tierra, se esperanza con épocas mejores y cree que, si todavía lo consultan, puede seguir contribuyendo desde su experiencia, aunque algunos ignoren sus aportes al deporte y al pueblo que nunca quiso abandonar.

«Los veteranos no pueden olvidarse nunca. Muchos no saben lo que hicimos por el voleibol», suelta con sinceridad y su remate cae más allá de la cancha para recordarnos que quienes nos dieron gloria, como él, deberían tener siempre un lugar anti-descuido.

No basta con el bien ganado título de Hijo Ilustre de Jiguaní, entregado hace 21 años, o que una peña deportiva, de las mejores de Granma, lleve su nombre inmortal. Su trayectoria, contada apretadamente en estos párrafos, requiere amplificarse para que sirva de motivación a los que fundan y de referencia a quienes quieran empinarse por encima de cualquier obstáculo.

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