Juan «Romperredes» Tuñas (derecha) fue una de las grandes figuras de Cuba en el Mundial Autor: Coperosok/Twitter Publicado: 11/12/2021 | 08:29 pm
Mucho se ha hablado de la única Copa del Mundo de fútbol a la que asistió la selección cubana, allá por el lejano 1938. Al fin y al cabo, traer de vuelta aquel momento histórico resulta una suerte de reflejo incondicionado de tanto amante del balompié que sueña con volver a ver a los Leones del Caribe en un evento de tal magnitud.
La mayoría de los «entendidos», asegura que la presencia de nuestro equipo en aquel tercer campeonato del orbe se debió a una invitación extendida por la FIFA, cosa que ha resultado ser más falsa que aquel gol de Inglaterra en la final de 1966.
Historia de dos boletos «regalados»
Según consta en el archivo del historiador y estadístico Alfonso Moncada, Cuba es miembro regular del máximo organismo futbolístico desde 1929, momento en que se convirtió en el asociado número 49. De cara a la lid del ’38, el escocés Williams A. Campbell, delegado regional de FIFA para América del Norte, Central y el Caribe, institución predecesora de Concacaf, organizó los grupos eliminatorios del área.
Hasta la oficina de Campbell, sita en el local 226 de la Manzana de Gómez, hoy convertida en hotel, se personaron para oficializar la inscripción de Cuba en la clasificatoria Enrique Fernández Parajón, presidente de la Asociación de Fútbol de Cuba, exatleta conocido como «Capitán Cerebro»; su excompañero del Fortuna SC, el doctor Ismael López Díaz, además del tesorero Pedro Gil González, quienes radicaban profesionalmente en la puerta 225 de ese mismo edificio.
El grupo de pareos eliminatorios que les tocó a los cubanos fue el número 11, compuesto por Colombia, México, Costa Rica, Guyana Holandesa (actual Surinam), Estados Unidos y El Salvador, escuadra que fue inscrita a última hora por Campbell, a petición de su técnico, el cubano-español Pablo Ferré-Elías, primer técnico designado por Cuba para dirigir en el exterior en 1934.
Sin embargo, los salvadoreños, rivales de turno para los nuestros, no viajaron a jugar el cruce en La Habana debido a problemas económicos para conseguir los pasajes. Esto último sucedió a finales de abril y el 1ro. de mayo, Campbell debió enviar un cable a la FIFA declarando a Cuba como clasificado oficial de su grupo y mandando también la convocatoria de jugadores que representarían al Archipiélago.
El último cruce eliminatorio posible para los cubanos pudo haber sucedido contra Estados Unidos a domicilio, pero al declinar estos se abrieron definitivamente las puertas de Francia para los de la Mayor de las Antillas. Así, sin sudar sus camisetas, los «felinos» caribeños se ganaron el derecho a estar en un Mundial.
Algo similar sucedió en Sudamérica. Por un acuerdo tácito, la Copa alternaba entre ambos lados del Atlántico. Por ello, tras las ediciones de Uruguay (1930) e Italia (1934), la sede de 1938 correspondía aparentemente a Argentina, pero las presiones ejercidas por hombres poderosos como Henri Delaunay y Robert Guérin convencieron a su compatriota Jules Rimet, presidente de la FIFA, para convertir en anfitrión al país de los galos.
La decisión de Rimet provocó el rechazo de la mayoría de los participantes sudamericanos, quienes en solidaridad con Argentina y alegando otra serie de razones, decidieron boicotear el Mundial mediante su renuncia. Los únicos en ir «a su bola» fueron los brasileños, quienes de esta forma también obtuvieron su pasaje de forma directa al Mundial.
La tropa que cruzó el océano
Si bien a la justa podían asistir hasta 21 atletas por selección, Cuba hizo una lista de solo 18 hombres, que terminó siendo de 15 luego de las bajas de Mario López y Manuel «Bebito» Villaverde, por lesión, y la de Arturo Barcelán, por no recibir los permisos en su centro de trabajo.
De los que viajaron, había cuatro jugadores españoles de nacimiento: Manuel Chorens y Tomás Fernández, ambos del Club Deportivo Centro Gallego; Joaquín «Bolero» Arias (Juventud Asturiana) y Manuel Berges (Iberia FC), además el técnico José Tapia Costa.
El resto de la lista era totalmente criolla y contó con los porteros Benito Carvajales Pérez (CD Centro Gallego) y Juan José Ayra Martínez (Hispano-América), además de los jugadores de posición Juan Alberto Alonso López (CD Centro Gallego), Joaquín Arias Blanco (Juventud Asturiana), Jacinto «Cura» Barquín Rivero (Juventud Asturiana), Pedro Ferrer Murlá (Iberia FC), José Antonio Magriñá Rodeiros (CD Centro Gallego), Carlos Olivera Hernández (Hispano-América) y José Antonio «Bolillo» Rodríguez Fernández (CD Centro Gallego), Héctor Socorro Varela (Iberia FC), Mario Sosa Cásquero (Iberia FC) y Juan Tuñas Bajeneta, alias Romperredes (CD Centro Gallego).
La AFC designó al señor José Abella Teijeiras, español, al frente de la Federación de Fútbol de La Habana y presidente del campeón nacional, Centro Gallego, como jefe de la delegación cubana que viajaría al torneo. El 21 de mayo el equipo cubano salió a Nueva York en el vapor Orizaba y de allí partieron hacia el puerto francés de Le Havre en el famoso trasatlántico Reina Isabel, el mismo que los traería de regreso. Todos los gastos fueron cubiertos por la FIFA y la Federación Francesa de Fútbol, gracias a Rimet, quien recibió a los cubanos en la estación ferroviaria del parisino Parque de los Príncipes, desde donde el grupo siguió camino a Toulouse, para su debut en octavos.
Una hazaña para quitarse el sombrero
El día 5 de junio de 1938 Cuba jugó su primer encuentro en el estadio Chapou de Toulouse con el italiano Scalpi como árbitro. Los 11 que alinearon, desde el arco hasta la delantera, fueron: Carvajal, Barquín, Chorens, Arias, Rodríguez, Berges, Magriñá, Tomás Fernández, Héctor Socorro, Juan Tuñas y Sosa.
El resultado obtenido sorprendió al mundo, pues los desconocidos cubanos consiguieron un sonado empate a tres con Rumanía, plantel que contaba con muchos jugadores experimentados y era considerado como uno de los más fuertes de Europa.
De acuerdo con los registros de Moncada, los goles de la jornada fueron a la cuenta de Kovacic 38’, Héctor Socorro 41’, José Antonio Magriñá 51’, Baratki 78’. Ya en tiempo extra (dos de diez minutos) anotó primero Cuba al 93’ (Magriñá) y empató Dobay al 101’. La nota curiosa del día fue el primer gol de Magriñá, el cual es considerado por varias fuentes importantes como el primer gol olímpico en la historia de estos torneos.
Para definir el ganador del duelo, según el reglamento de la lid, había que volver a jugar para determinar qué conjunto avanzaba a cuartos de final. En consecuencia, el partido decisivo se jugó el 9 de junio en la misma cancha de Toulouse y ante la sorpresa del mundo, Cuba venció 2-1 a los rumanos y se convirtió en el equipo revelación de la Copa Mundial.
En este partido, el único cambio en la alineación cubana fue bajo palos, en donde se desempeñó Juan Ayra Martínez, debido a que Carvajal se encontraba narrando el encuentro para la radio. Este jugador oriental, con pasado en los Diablos Rojos de Baltony, dio una disertación en la meta antillana y evitó que la ofensiva rumana lograra marcar más tantos. Los goleadores de la jornada fueron del Dobay al 39’, Socorro al 51’ y Tomás Fernández al 53’.
En este segundo choque, el célebre arquero español Ricardo Zamora, apodado El Divino, fue a ver el partido y le comentó al técnico de Cuba sobre la calidad de Carvajal, pero este le contestó que Ayra era tan o más bueno que su colega.
Casi sin descanso, los cubanos debieron desplazarse a Antibes para enfrentarse a los suecos, quienes no habían disputado su choque frente a Austria (absorbida por la Alemania nazi) y tenían más días de descanso.
El 12 de julio en el Stade du Fort Carré de Antibes, se midieron Suecia y Cuba en la ronda de ocho mejores. Los cubanos, con Sosa y Magriñá lesionados, tuvieron a Carvajal de regreso en el arco. Una vez sobre la cancha, el fango provocado por los recientes aguaceros les impidió aprovechar mejor su velocidad y, aunque hicieron su mejor esfuerzo, cayeron goleados por marcador de 0-8. Luego de su gesta, se les comenzó a conocer como los Gallos de Pelea del Caribe.